Por Santiago Alba Rico Filósofo, escritor y ensayista 01/05/2025 07:00 En un reciente post, refiriéndose a la reacción ciudadana frente al apagón, Pedro Vallín escribía que la verdadera civilización no es la electricidad sino la cortesía. Tiene toda la razón. Durante las horas en que España permaneció sin luz, no hubo saqueos de supermercados ni agresiones entre vecinos ni búsquedas coléricas de chivos expiatorios; en ausencia de semáforos, no hubo ni siquiera más accidentes de tráfico de lo normal (y sí, al contrario, más atención y deseo de coordinación). Ahora bien, la “cortesía” (en su sentido más amplio y radical) exige ciertas condiciones. ¿Qué tiene que pasar para que se imponga ese impulso civilizatorio? ¿Tiene que ser necesariamente de índole adversa o catastrófica? En el tórrido pueblo del Sur de los EEUU donde discurre La balada del café triste , uno de los relatos clásicos de Carson McCullers, cae de pronto una copiosa nevada: “La mayor parte de la gente”,...
“Andar ergueitos, falar forte e nunca máis esquecer o noso norte."