Las recientes elecciones en Honduras, cuyo escrutinio final aún se espera, han revelado un fenómeno preocupante en el panorama político latinoamericano: el surgimiento de lo que podríamos denominar el «golpe electoral». Si bien la tradición hondureña ha conocido los sangrientos golpes militares, los sutiles «golpes blandos» y los golpes judiciales, esta nueva táctica parece tomar prestada una fórmula estrenada recientemente en otros contextos.
La esencia de este «golpe electoral» no reside en la anulación física del voto o en la toma de instituciones por la fuerza, sino en la interferencia externa descarada y la coacción psicológica sobre el electorado. Se trata de minar el proceso democrático a través de la amenaza económica y la intimidación.
El Manual de la Coacción
La fórmula, supuestamente replicada en Honduras y antes en Argentina, es directa: un actor de poder foráneo, específicamente el expresidente estadounidense Donald Trump, utiliza su influencia para respaldar a un candidato, pero lo hace bajo la velada amenaza a la población. El mensaje es implacable: «Si no votan por nuestro candidato, su país caerá en la ruina económica o la inestabilidad».
Que este proceso haya, aparentemente, tenido éxito en dos países clave de la región es un claro indicio de la fragilidad de nuestras democracias ante la presión económica internacional. La soberanía se ve comprometida no con tanques, sino con la cartera.
Un Desafío Global
Esta desfachatez en la injerencia de Trump en la vida política de naciones soberanas sienta un peligroso precedente y se convierte en un desafío directo para las próximas contiendas electorales en el mundo, como las que se avecinan en Chile, por ejemplo. La lógica intervencionista parece haber encontrado un nuevo vehículo: la supuesta defensa de la prosperidad económica a cambio de la sumisión política.
Esta misma lógica de confrontación, que busca imponer narrativas y resultados, es la que podría conducir a escenarios aún más peligrosos, como una posible y ominosa invasión a Venezuela, donde la retórica anti-democrática se ha mantenido constante.
La Urgencia de la Resistencia Popular.
Ante el ascenso de esta nueva forma de fascismo e imperialismo electoral, la respuesta no puede ser el silencio o la resignación. Hoy más que nunca, se vuelve imperativo incentivar la creación y fortalecimiento de espacios internacionales de lucha.
La tarea es clara: construir herramientas de resistencia que permitan a los pueblos defender su autodeterminación. Propuestas como la Internacional Antiimperialista de los Pueblos representan un camino vital para articular una defensa coordinada de la soberanía. Solo a través de una solidaridad transnacional podremos hacer frente a la coacción y garantizar que el voto en las urnas refleje verdaderamente la voluntad popular, libre de amenazas y presiones externas.
La lucha por la democracia hoy no solo se gana en las urnas, sino también en el frente internacional, defendiendo la dignidad de cada nación.