El público en pie ovacionó largamente la obra de Juan Durán
27 jul 2025 . Actualizado a las 19:51 h.Seis minutos de aplausos y el Teatro Ramos Carrión de Zamora en pie aclamando al elenco es el balance del estreno de Hildegart, tercera ópera del gallego Juan Durán, que vio la luz el sábado en el Festival Little Opera. El éxito no es de extrañar: la partitura condensa tensión creciente, sin dar respiro, y posee los elementos para el triunfo. Hay en la partitura un cúmulo de referencias bien engarzadas. De la marcha militar que abre la obra (recuerda a Prokofiev y Shostakovich) o ese inicio, con el fiscal desgranando el crimen de Aurora Rodríguez Carballeira (¿cómo no pensar en Peter Grimes de Britten?), pasando por un recitado con una cadencia lírica propia de la escuela francesa (el primer soliloquio de Hildegart tiene ecos de Poulenc) y equilibrio entre lo dramático (abundan cromatismos y bordea la atonalidad si es necesario) y explosiones líricas de los conjuntos. El dúo de madre e hija ejemplifica cómo Durán humaniza a los personajes a través de su música. El único cuarteto, bien equilibrado, y el arrebato lírico que conduce a Aurora a la locura mientras justifica su acción tiene un fuerte influjo melódico y conduce a un trío que cierra la ópera con brillantez e insospechados ecos de Albert Guinovart.
El autor, deudor de la contemporaneidad, cuida que las voces se muevan en un cantabile que obliga a mantener la línea de canto y favorece la inteligibilidad de un texto (de Javier Mateo) útil para cantarse (no es baladí) que peca de demasiado explicativo sin arrojar soluciones a la dicotomía asesina/paranoica que abren fiscal y psiquiatra sobre Aurora: a ella corresponde redimirse en su monólogo final, el mejor momento de un texto que ganaría apostando por lo poético.
Del elenco destaca la buena dicción en castellano de todos (parece una obviedad, pero no lo es). La Hildegart de Sonia de Munck se mueve con comodidad en el estilo declamado que el rol demanda las más de las veces, con voz bien timbrada y el squillo necesario; al tiempo que Sandra Ferrández compone una Aurora de una pieza desde lo dramático (sabe sugerir el delirio sin cargar las tintas) y saca petróleo de su número final, por fraseo, redondez y línea de canto. Javier Franco, como el fiscal, presta su timbre robusto y sonoro y se mueve con comodidad en tonalidades ambiguas, mientras César Arrieta (el psiquiatra) muestra voz penetrante. La Sinfónica Alma Mahler domina una escritura que maneja soluciones de gran valor expresivo (el uso de los vientos, ese piano que recuerda a The Turn of the Screw Britteniana o el modo en el que cuerda y percusión sugieren la locura de Aurora) bajo la batuta de una Lucía Marín que se prodiga en dibujar los pequeños detalles de la partitura, al tiempo que logra siempre un acertado balance entre foso y escena
Montaje funcional
El montaje de Alberto Trijueque usa pocos elementos pero es funcional y de buen acabado estético gracias a la tecnología (seis pantallas cuelgan de la escena para apostillar el texto casi a modo hermenéutico, sea con frases o imágenes), destacando la cuidada ambientación de época (acertada plástica escénica de Igone Teso) y una iluminación pertinente. Sobra el detalle sobre la concepción de Hildegart: no se necesita. El texto no incide más en el asunto.
La respuesta del público (venido de toda España, con presencia de personalidades prominentes como la legendaria soprano chilena Cristina Gallardo-Dômas) fue inmejorable y la sensación de satisfacción de todos es prueba del trabajo bien hecho. Hildegart es una de las más interesantes partituras líricas de Durán y su ópera más redonda. Entra por la puerta grande en el corpus de óperas gallegas del siglo XXI. Merece, por justicia, estar en escenarios gallegos y del resto de España.