
Periodista y escritora
Si celebras la catástrofe es porque no te parece catástrofe. Si aprovechas la catástrofe, sin ser una persona desalmada, es porque no hay daño. Y sin daño, no hay catástrofe. La RAE define catástrofe como “suceso que produce gran destrucción o daño”, a eso me refiero. Exceptuando a quienes se vieron atrapadas en desplazamientos o lejos de su casa, o las personas enfermas, la mayoría de la población no vivió el apagón de esta semana como una hecatombe o una desgracia. Si nos atenemos a las informaciones y reflexiones publicadas desde entonces, deberíamos admitir que la gente sintió que se quitaba un peso de encima, algo que sería de celebrar si no fuera porque lo que se quitó de encima fue su propia vida, la vida que llevamos.
Lo resumió bastante bien la cantante popular Rosa López en su perfil de Instagram: “Qué curioso... Ayer, cuando todo se apagó, algo dentro de mí se encendió. Se fue la conexión, se cayó el móvil, el mundo digital enmudeció... Y, de repente, ahí estaba yo. Preguntándome: ¿qué puedo leer?, ¿y si salgo a caminar? (…) A veces hace falta que se apague el mundo para recordar lo que de verdad importa: mi familia, mi paz, mi tiempo”. No recuerdo haber coincidido nunca antes con una opinión de aquella a quien llamaron, si no recuerdo mal, Rosa de España. Por cierto, yo y todo el aluvión de noticias que hablan de personas que ayudaron a personas, improvisadas fiestas callejeras, gentes Yo, al principio, pensé en zombis. Todas las películas que se me ocurren y empiezan con un apagón acaban en catástrofe, masacre, muerte o crimen. Pensé en zombis pero pasó pronto. Enseguida se apoderó de mí una sensación de día de asueto que no era estrictamente laboral. Se trata del teléfono móvil, internet, y eso que hemos dado en llamar “las pantallas”, obligaciones que nos hemos ido creando más allá del trabajo, rutinas tóxicas que no nos hacen bien. ¿Y qué es una rutina tóxica que te hace mal? Una adicción, ni más ni menos. Nos pasamos el tiempo hablando de la adicción de la chavalada a las pantallas y resulta que estamos en lo mismo. Con una particularidad: a nosotras, a nosotros nos las quitan y montamos una fiesta, respiramos aliviadas, retomamos una vida antigua en la que tratábamos con otras personas en lugares “reales”, entendiendo por “real” lo contrario de lo “virtual”, aunque ya lo real es todo. O sea, que no se trata (aún) de una adicción, sino de un dejarnos arrastrar hacia lo tóxico.
La pandemia, una nevada como la de Filomena, el apagón eléctrico… todo ello va mostrándonos la forma en la que vivimos. Con incomodidad, así es, vivimos de una manera que no nos gusta. Y lo curioso es que podríamos dejar de hacerlo. Bastaría con desconectarnos, al menos en la medida de nuestras posibilidades, que cada vez son menos, por imposición, entre otras cosas, institucional. Desconectarnos y volver a tratar “en vivo” con personas. Y digo “en vivo” porque ya no sabemos bien cómo llamar a lo que antes eran sencillamente relaciones sociales. La que nos dé la gana. Por supuesto tenemos obligaciones de muy variado pelaje. Me refiero al tiempo de ocio, a nuestro tiempo, del que sin duda ya no disponemos a nuestro antojo. Porque se trata de eso, de volver a hacer lo que nos dé la gana, sin sentirnos atadas, atados, a algún sitio al que no sabemos ni siquiera cómo hemos llegado.compartiendo transistor o butano y demás escenas de ternura social.