Bajo los escombros de Gaza y la proa destruida del Conscience yacen también los Acuerdos de Oslo y la quimera de negociar con un proyecto genocida.
Una década duró, según el mito, el cerco de Troya. Y durante cuatro largos años se prolongó el sitio de Sarajevo, el más extenso de la historia de la guerra moderna, que recluyó a 350 mil personas durante los últimos estertores de la ex Yugoslavia. Pero un caso contemporáneo aventaja estos hitos, sólo que aquí no se trata de una guerra en sentido estricto, ni mucho menos de un mito: se trata de los 18 años que lleva el implacable sitio por tierra, mar y aire impuesto por Israel a los habitantes palestinos de la Franja de Gaza.
El castigo colectivo contra los gazatíes, en rigor la escalada de una politica de limpieza étnica de larga data, fue uno de los últimos episodios de la colonización sionista-israelí de los territorios de la Palestina histórica y se dio como represalia por la victoria de la organización islamista Hamás, que derrotó a la moderada y colaboracionista Fatah –que encabeza la Autoridad Nacional Palestina en Cisjordania– en las elecciones legislativas celebradas en el enclave en 2006. Los palestinos, como tantos otros pueblos del Sur Global, fueron escarmentados por “votar mal”; veleidades de una democracia condicionada al estatus geopolítico que cada nación ostenta en un orden global basado en excepciones.
Gaza, vale recordarlo, es una estrecha franja costera que limita con Egipto, con el Mar Mediterráneo y curiosamente consigo misma, es decir con los otros territorios palestinos ocupados por el Estado de Israel. El exiguo territorio fue mayoritariamente poblado tras la expulsión masiva y violenta de la población local durante la llamada Nakba (“catástrofe”, en árabe) por parte de los colonos sionistas, expulsión que incluyó numerosas masacres y la acción de organizaciones paramilitares.
Con sus apenas 365 kilómetros cuadrados, curiosamente la Franja es casi del mismo tamaño que el micro-Estado europeo de Malta, del que buscaba partir la Coalición de la Flotilla de la Libertad que fue bombardeada por drones israelíes en la madrugada del viernes 2 de mayo. Pero la comparación llega sólo hasta allí. La diferencia entre el pequeño archipiélago que hace de balneario, prostíbulo, casino y guarida fiscal de la Europa más selecta y opulente y el enclave colonial que ha recibido desde 2023 los kilotones equivalentes a varias bombas de Hiroshima no podría ser más abismal.
Cerca de 500 mil personas viven en Malta con un Índice de Desarrollo Humano muy alto y un PBI per capita de 30 mil dólares, mientras 2 millones de almas se apiñan en el estrecho enclave colonial palestino conocido, con toda justicia, como “la cárcel abierta más grande del mundo”; sin infraestructuras, medicinas, alimentos ni agua potable. Mientras la bahía de La Valeta resplandece con las luces de los cruceros y las discotecas, en la oscura noche gazatí encontrar un bombillo de luz encendido es casi un milagro. Un territorio, cosmopolita, recibe turistas de alto poder adquisitivo de todo el planeta. El otro fue conformado casi enteramente por una población de desplazados.
Uno es un “paraíso” según la publicidad de las aerolíneas y las agencias de viaje. El otro un “lugar inhabitable” según los expertos de la ONU. Uno y otro, Malta y Gaza, no sólo son dos orillas contrapuestas del Mediterráneo, el mar más contradictorio del mundo, sino que son la muestra más palpable de las tremendas asimetrías existentes entre el Norte y el Sur global, entre las zonas de sacrificio y las zonas de privilegio.
Como resultado del sitio israelí, y mucho antes de octubre del 2023, el 85 por ciento de la población gazatí se encontraba sumida en la pobreza; apenas el 55 por ciento de los habitantes ingería las calorías mínimas necesarias; el 80 por ciento carecía de acceso al agua potable; los pescadores se veían impedidos de buscar su sustento en mar abierto y los niños veían severamente limitados sus derechos educativos. Hoy ni siquiera hay estadísticas: los cálculos, y quiénes los hacen, también fueron bombardeados.
Entre 2007 y 2023 Israel –con la colaboración de Egipto– fiscalizaba y restringía ya el ingreso a Gaza de ayuda humanitaria, ya fuesen alimentos, insumos médicos o materiales de construcción. El resultado directo de esta acción concertada fue una auténtica debacle humanitaria, cuestionada por varios organismos supranacionales, aún sin contar con las víctimas directas e indirectas de las operaciones militares que como “Plomo Fundido” (2008-2009) y “Margen Protector” (2014) fueron desplegadas bajo estos años de bloqueo.
Ante esta situación, impermeable al cuestionamiento de la opinión pública global y a la tímida respuesta de algunos Estados y organismos supranacionales, la Coalición Flotilla de la Libertad (FFC, por su sigla en inglés) se propuso desafiar a los únicos dos estados realmente existentes en los territorios palestinos: el Estado colonial de Israel y el prolongado estado de sitio aplicado a la población nativa.
Lo importante y pedagógico de esta historia es que desmiente una colosal mentira: la que afirma que la escalada israelí del genocidio habría sido –e incluso seguiría siendo, en la mente de los más febriles propagandistas– una “respuesta defensiva” contra el ataque de Hamás del 7 de octubre. El verdadero objetivo fue siempre la ocupación total de la Palestina histórica, la limpieza étnica de su población nativa y la edificación del proyecto colonial, imperial, racial y teocrático del Gran Israel.
Por si quedaban dudas, el recientemente anunciado “plan” de Donald Trump vino a traducir al inglés lo que los bombardeos de saturación llevaban meses diciendo de manera explícita: que el objetivo de la ofensiva israelí no era aniquilar a una organización político-militar en particular, sino vaciar de palestinos el codiciado territorio de la Franja (rico en gas en su zona costera), expulsando “voluntariamente” a 2 millones de gazatíes hacia Jordania, Egipto o Marruecos, e incluso hacia seudo naciones del Cuerno de África no reconocidas internacionalmente como Puntlandia o Somalilandia.
El proyecto, fervorosamente recibido por Netanyahu y la primera plana israelí, se revelaba como una oportuna mezcla de limpieza étnica, iniciativa inmobiliaria y negocio turístico, y se proponía convertir a un cementerio de cadáveres y escombros en la lujosa “riviera de Oriente Medio”; algo así como edificar un casino sobre el campo de exterminio de Auschwitz o un centro comercial en La Escombrera o El Mozote.
Pocos días después de estas declaraciones del mandatario estadounidense, Israel Katz, ministro de defensa israelí, bromeó sobre la situación del enclave y se refirió a la eventual partida de una nueva Flotilla de la Libertad: “A quien venga a manifestarse a las costas de Gaza, lo mandaremos a Gaza y utilizaremos los barcos para evacuar a residentes gazatíes que quieran irse de manera voluntaria», dijo el ministro en un mensaje publicado por varios medios locales.
Finalmente el buque Conscience de la Flotilla de la Libertad no pudo partir, pero al menos generó una conmoción internacional y demostró que el excepcionalismo israelí no tiene fronteras; y que atacará a cualquier actor que se interponga en su camino en cualquier parte del planeta, incluso a la misma Europa de la que paradójicamente partieron muchos de los miles de judíos asquenazíes que colonizaron Palestina.
Además, este nuevo crimen de guerra volvió a ratificar que no hay margen de negociación con una entidad colonial que representa una amenaza para la humanidad, tanto como estado colonial y de apartheid en la Cisjordania ocupada como en el estado de sitio desplegado contra Gaza.
Fuente: Todos los puentes