
Directora corporativa y de Relaciones institucionales.
Cada cierto tiempo sale a la luz un caso en España sobre violaciones y explotación sexual de menores tuteladas por administraciones públicas. La mayoría de estas víctimas son niñas y adolescentes, aunque los niños tampoco escapan al radar depredador de los violadores, que olisquean a kilómetros -más con las redes sociales- la vulnerabilidad máxima de entre todas las vulnerabilidades infantiles que representan las y los menores tutelados. Para hacerse una idea de cómo funcionan estos criminales, vean la película dirigida por Juana Macías, Las chicas de la estación (2024), que se basó en un caso real ocurrido en Palma de Mallorca, cuando una menor tutelada de 13 años fue violada por un grupo de chicos el 8 de enero de 2020. Ni era el primer caso que ocurría en Balears ni sería el último.
Los sucesos que ocupan los informativos vienen estos días de Catalunya, donde se ha detenido a un electricista que violaba sistemáticamente desde los 12 años a un niña tutelada, la vendía a otros pederastas como él y mantenía un negocio con la explotación sexual y las imágenes de las violaciones a la menor, las suyas y las de los otros. Todo esto se ha mezclado con un caso de corrupción que afecta al organismo de la Generalitat de Catalunya encargado de la tutela de esos menores desamparados, la direcció general d’Atenció a la Infància i l’Adolescència (DGAIA), dependiente de la conselleria de Drets Socials. Una entidad privada a la que la direcció habría contratado para tutelar a los menores cuando salen de los centros públicos se lo habría llevado crudo falseando datos, según desveló este jueves La Vanguardia. Nada ocurre porque sí.¿Cuántos casos más como éste de Catalunya ahora, de Balears o de Madrid en su día, de otros denunciados en varias autonomías, hacen falta para que se tomen medidas y se intervenga de verdad en un sistema de protección a menores que no solo no funciona, sino que lo hace como foco de atracción de pederastas y criminales? Privatizaciones, un negocio que funciona como tal -recortando en personal, sueldos, cualificación y material de alojo-, falta de preparación y tiempo de arraigo de los profesionales para un trabajo durísimo con niños y niñas desvalidas y, en la mayoría abrumadora de los casos, traumatizadas, con las repercusiones que eso tiene. Y durante su tutela, encima, las violan y las prostituyen.
Pero hablemos de los pederastas. Las informaciones sobre detenciones masivas de redes de estos criminales sexuales se llenan de expresiones del tipo "era un padre ejemplar", "era un profesional brillante", "hacía una vida completamente normal"... ¿Les suena? Y, sí, hay que poner el foco en el cuidado a las víctimas porque son víctimas y son niñas, o sea, las más vulnerables; denunciar a las instituciones que las ignoran, o a los medios de comunicación que las revictimizan al tratarlas como adultas. Pero de los criminales se habla menos: aumentan los delitos sexuales contra menores, la trata de mujeres-niñas, las redes sociales se han convertido en agujeros negros sin control de pederastia y negocios sexuales con niñas y niños. Los dueños de estas redes lo saben, pero más negocio. Hay crimen organizado detrás, sí, pero ante todo, hay hombres que disfrutan violando a niñas o viéndolas ser violadas. Muchos, siempre demasiados, pero se sabe que son muchos cuantitativamente hablando porque el lucro es cada vez más salvaje y las redes cada vez más amplias. Y hasta es posible que usted tenga cerca a un pederasta de los que nutren esta malla infame cuando va al cine, a un bar o al supermercado. También puede que vaya con usted o sea usted mismo, es una cuestión de estadística que prefiere ocultarse, por lo que sea.