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Estados Unidos. El Destino Manifiesto, falacia racista y criminal del imperialismo estadounidense

 


«El resto del mundo está obligado a convivir con unos Estados Unidos del siglo XVII, pero armados con un arsenal propio del siglo XXI; y dirigidos no por los antiguos puritanos, sino por unos cristianos ‘renacidos’ y unas industrias multibillonarias que no atienden a más intereses que los de sus accionistas y la conservación de sus mercados.» -Geoffrey Regan, Guerras, políticos y mentiras. Cómo nos engañan manipulando el pasado y el presente.

«Una cosa es jugar a ser Dios, y otra -más modesta y estadounidense-,  jugar al héroe del Oeste salvaje.» -John Dower, Culturas de guerra, Pearl Harbor, Hiroshima.

El lenguaje que utiliza Donald Trump parece sacado de ultratumba, por su crudeza y acendrada sed de dominio, que retrotrae al presente la terminología del Lejano Oeste, que entonaron políticos, escritores y científicos de los Estados Unidos en el siglo XIX. Entre los términos escogidos para referirse a la “grandeza” de Estados Unidos Trump habla del Destino Manifiesto, un vocablo que se acuñó en 1845, aunque su sentido se viniera expresando de manera implícita desde los tiempos en que los colonos ingleses desembarcaron en la costa este de lo que hoy son los Estados Unidos.

El lenguaje brutal y directo del magnate que ocupa la Casa Blanca indica que la clase dominante de Estados Unidos, y gran parte de la población de ese país, cree en el Destino Manifiesto, esto es, en una pretendida superioridad conferida por Dios que hace a ese país “imprescindible” y el único importante en la tierra. 

En este artículo recordamos algunas de las afirmaciones de superioridad racial, con la intención de mostrar las continuidades de larga duración en la mentalidad imperialista de gran parte de los estadounidenses, expresadas a través de sus políticos e ideólogos. 

Cuando Donald Trump exalta la “grandeza de América” como una misión divina repite una falacia de que se viene anunciando desde hace más de doscientos años. Sin embargo, existe una diferencia fundamental: el Destino Manifiesto se esgrimió originalmente cuando ese país despuntaba como potencia en América y luego en el mundo y se convirtió en la justificación de su expansión territorial, militar y económica, la cual se realizó de manera sangrienta y relativamente fácil; hoy las cosas han cambiado y Estados Unidos es una potencia en declive y aunque grite y amenace, como lo hace Trump, no todos le hacen caso ni se asustan ante sus invocaciones pretendidamente divinas ni sus pretensiones de revivir el Destino Manifiesto y, a partir de allí, justificar hasta la conquista de Marte y, por lo mismo, no la tendrá nada fácil en su deseo de recuperar su maltrecha hegemonía. 

Un pueblo escogido por Dios

El vocablo Destino Manifiesto fue usado por primera vez por el periodista John O’Sullivan en 1845, cuando se refirió a la decisión del Congreso de la República de Texas ‒un país artificial que tuvo corta vida, de 1836 a 1845– de unirse a Estados Unidos, considerando dicha acción como resultado de un designio divino: 

Texas ha sido absorbido por la Unión en el inevitable cumplimiento de la ley general que está desplazando nuestra población hacia el oeste; la conexión de esto con esa tasa de crecimiento de la población que está destinada dentro de cien años a aumentar nuestras cifras a la enorme población de doscientos cincuenta millones (si no más) es demasiado evidente para dejarnos en duda del designio manifiesto de la Providencia con respecto a la ocupación de este continente.

Poco después, en una columna periodística, titulada Anexión y publicada en ese mismo año, O’Sullivan insistía: 

Otras naciones han emprendido una […] interferencia hostil contra nosotros, con el objeto declarado de frustrar nuestra política y obstaculizar nuestro poder, limitando nuestra grandeza y frenando el cumplimiento de nuestro Destino Manifiesto de extendernos por el continente asignado por la Providencia para el libre desarrollo de nuestros millones que se multiplican anualmente1 . 

De ahí en adelante, y hasta el día de hoy, el vocablo Destino Manifiesto se convirtió en parte del lenguaje cotidiano y del sentido común de las clases dominantes de Estados Unidos, que ha sido adoptado por diversos sectores sociales de ese país, convirtiéndose en un mito castrador, como lo denominaría Eduardo Galeano, una falacia que gran parte de los habitantes de Estados Unidos repite como loros mojados. Algunos ejemplos posteriores a 1845 indican la forma cómo fue asimilado el término Destino Manifiesto.

En 1847, un tal J.D Nourse afirmaba: “Nos vemos tentados a imaginar que la raza anglonormanda ha recibido de la Divina Providencia una cesión incondicional de este planeta, con todas las pertenencias correspondientes”2 . 

En 1898, el senador Albert Beveridge, al celebrar la derrota de España en Filipinas adujo que esto era el resultado de una poderosa alianza, la del dinero y Dios, ambos arropados en la bandera de barras y estrellas de los Estados Unidos:

Vamos a fundar factorías por todo el mundo y puntos de distribución para los productos estadounidenses; a cubrir el océano con nuestra marina mercante; a construir una Armada a la medida de nuestra grandeza. En torno a nuestros establecimientos florecerán grandes colonias autónomas que comerciarán con nosotros y en las que ondeará nuestra bandera. Nuestras instituciones seguirán a esta merced a las alas del comercio, y la ley y el orden, la civilización y el pabellón estadounidenses se erigirán en costas que, manchadas de sangre y sumidas en la ignorancia hasta la fecha, se mostrarán hermosas e ilustradas en el futuro por obra de estos agentes de Dios3 . 

Hasta los obispos católicos aceptaron el mito del Destino Manifiesto como lo confesó un Arzobispo en 1905: “No podemos sino creer que una particular misión le ha sido confiada a América […] la de realizar un nuevo orden social y político […]; con el triunfo de la iglesia en América, la verdad católica viajará con las alas de la influencia americana y circundará el universo”4. 

En síntesis, Dios había destinado a Estados Unidos con la misión de expandir su territorio y dominar el mundo y eso lo confirmaban altos jerarcas de la iglesia católica. Acá se encuentra implica una idea de larga duración: la del excepcionalísimo estadounidense, o sea, la de un pueblo superior a todos los demás, y dicha superioridad la determinaba, nada más ni nada menos, que Dios. 

La “novedosa contribución” de Donald Trump al Destino Manifiesto

Como para que no quede duda de la continuidad de la creencia ‒convertida en mito nacional‒ de que Estados Unidos es el pueblo elegido por Dios directamente desde el más allá, Donald Trump dijo en 2020, refiriéndose a los valores supremos de la democracia y la libre empresa: “El ‘Destino Manifiesto’ de Estados Unidos está en las estrellas. Iremos a la Luna y luego a Marte para compartir esos mismos valores con toda la humanidad”5. 

Esta obsesión del magnate, devenido presidente de Estados Unidos, por conquistar a nombre del pueblo elegido por Dios hasta el espacio exterior, señala una “novedosa contribución teórica” de Trump. En efecto, nadie, hasta el momento en la interminable lista de funcionarios, burócratas, literatos o científicos que han dicho que el Destino Manifiesto explica la expansión territorial de Estados Unidos, se había atrevido a poner el listón tan alto como Donald Trump. 

Ya no se trata solamente de conquistar el último rincón del planeta ni de someter o exterminar a sus habitantes, como lo ha venido haciendo Estados Unidos sin pausa y con gran dedicación criminal. Esto de limitarse a los dominios terrestres para una mentalidad tan cosmopolita y universal ‒casi intergaláctica‒ y de una vasta cultura, como la del dúo Trump-Musk, resulta terriblemente provinciano. Ahora, hay que apoderarse de los planetas de nuestra galaxia, para llevar hasta ellos la “civilización de los Estados Unidos” y plantar la bandera de estrellas y rayas e imponer sus valores supremos: el inglés, la hamburguesa, la Coca-Cola, el culto a las armas y a la violencia, el racismo, el machismo y el clasismo, el predominio de sectas protestantes cuya ignorancia contamina lo que encuentran a su paso… 

Por ello, Donald Trump reafirmó con vehemencia su deseo de conquistar Marte en su segundo discurso de posesión a la presidencia, cuando, en medio de atronadores aplausos, sostuvo: “Estados Unidos volverá a considerarse una nación en crecimiento, que aumenta nuestra riqueza, expande nuestro territorio, construye nuestras ciudades, eleva nuestras expectativas y lleva nuestra bandera hacia nuevos y hermosos horizontes […] Perseguiremos nuestro Destino Manifiesto hacia las estrellas, lanzando astronautas estadounidenses para plantar la bandera de las barras y las estrellas en el planeta Marte”6. 

Se delira con aplicar las políticas imperialistas fuera del planeta tierra, porque, al fin y al cabo, en Marte debe imponerse la ley del más fuerte y el “libre mercado”, Made In USA. Tenemos, en consecuencia, un notable avance en términos de avance territorial por parte de Donald Trump. Sus antecesores se limitaban a expandirse en la tierra, robando y despojando a indígenas y a México y después se volcaron por otros lugares del planeta, más allá de América. En estos momentos se anuncia la conquista del planeta Marte, en los próximos cuatro años. El dúo dinámico de los tecnodelirantes de extrema derecha (Musk y Trump) nos anticipan que Estados Unidos se apresta a anexionarse a un planeta de nuestro sistema solar, que se encuentra a 50 millones de kilómetros de nosotros. La distancia no es obstáculo para los cruzados del nuevo oeste que se aprestan a colonizar a Marte, porque, nos aseguran, todo lo puede el todopoderoso Estados Unidos, máxime si se vale de sofisticados artefactos tecnológicos. Tal es la novedad en los anuncios de Trump, quien aspira a comprar a Groenlandia, incorporar a Canadá como el estado No. 51 de la Unión Americana y a reconquistar el canal de Panamá. Esto, sin embargo, es mínimo porque la ambición de Trump la dicta el nuevo Destino Manifiesto de carácter interplanetario, en pleno siglo XXI, que anuncia con bombos y platillos la próxima conquista de Marte. ¡Amanecerá y veremos le dijo un ciego a otro!


País excepcional

El mito del Destino Manifiesto se expresa de otras maneras. Una de ellas resalta que Estados Unidos es un país único, excepcional, imprescindible, sin el cual el mundo no podría existir. Esto lo han expresado, con soberbia criminal, diversos sectores en los Estados Unidos. Al respecto se citan unas pocas muestras de los últimos treinta años.

En el discurso de posesión presidencial [1993], Bill Clinton aseguró que “hoy celebramos el misterio de la resurrección americana” que es un resultado del “pacto establecido” entre “nuestros padres fundadores y el todopoderoso”, de donde se deduce que “nuestra misión es intemporal”7. 

El presidente George Bush junio [2001-2009] aseguró: “Nuestra nación ha sido elegida por Dios y tiene la misión histórica de ser modelo para el mundo”8. 

Madeleine Albright, Secretaria de Estado, dijo en 2001: “si nos vemos obligados a recurrir a la fuerza, es porque somos Estados Unidos. Somos la nación indispensable. […] Somos los que nos preocupamos más por el futuro”9. 

Esta idea de excepcionalidad supone, para decirlo con terminología hegeliana, que Estados Unidos es el único pueblo con historia que debe existir, mientras que todos los demás, atrasados y bárbaros, sin historia, merecen desaparecer. El carácter de excepcionalidad está directamente signado por Dios y, por ende, es incuestionable, ya que nada puede hacer contra las leyes divinas. O como lo ha dicho recientemente Paula White, una evangélica recalcitrante, quien dirige la nueva Comisión sobre la Libertad Religiosa, creada recientemente, que “decirle no a Trump es como decirle no a Dios”. Antes George Bush II había asegurado: “Nuestra nación ha sido escogida por Dios y comisionada por la historia, para ser un modelo de justicia ante el mundo”.  Y su portavoz presidencial, Ari Fleischer, lo decía sin titubear:  la libertad (a la americana) “no es una doctrina Bush, ni una doctrina americana, sino una doctrina dada por Dios”10.

País filantrópico que expande justicia y libertad por el mundo

La excepcionalidad que Dios confió de manera exclusiva a los Estados Unidos implica que ellos se arrogan para sí mismos el derecho de llevar al último rincón de la tierra ‒y ahora a los planetas de nuestro sistema solar‒ sus antivalores, que camuflan con nombres pomposos (entre ellos libertad, justicia, democracia, derechos humanos, economía de mercado…), pero los cuales ocultan la imposición brutal, propia de las concepciones racistas, de quienes se creen superiores a los demás habitantes de la tierra. Van algunos ejemplos de muestra.

William Taft, primer gobernador civil de Filipinas y luego presidente de Estados Unidos, decía: “Nuestros hermanitos marrones necesitarían unos cincuenta o cien años de estrecha vigilancia para poder desarrollar algo parecido a las habilidades políticas anglosajonas”11. 

T. Roosevelt sostenía en 1898: “En el fondo la guerra más justa es la guerra contra los salvajes, aunque tiende a ser la más terrible e inhumana. El colono rudo y feroz que expulsa al salvaje de una tierras pone a toda la humanidad civilizada en deuda con él”12. 

Sobre Vietnam se decían bellezas de la filantropía de Estados Unidos. David Lawrence, editor de US News & World Report manifestaba: “Lo que Estados Unidos está haciendo en Vietnam es el más significativo ejemplo de filantropía dado por un pueblo a otro, que hemos presenciado en nuestro tiempo”. Y este mismo individuo agregaba: “los pueblos primitivos con su salvajismo en su corazón tienen que ser ayudados a entender la verdadera base de una existencia civilizada”13. 

George Bush II declaró en 2002, con referencia a la brutal agresión contra Irak: “Debemos recordar nuestro llamado, como nación que ha sido bendecida, a crear un mundo mejor […] y derrotar los designios de hombres malvados”. Y esto debía ser así y hacerse porque “La libertad no es un don de Estados Unidos al mundo es don de Dios a toda la humanidad”. Por eso, la nación que encarna la libertad debe llevarla, como un don divino que es, “a cada ser humano en todo el mundo”14. 

La Revista Time escogió al “soldado americano (estadounidense)” como el personaje del año en 2003 y lo explicó de esta manera: “Barrieron a Irak y lo conquistaron en 21 días. Prestan vigilancia en unas calles en las que abundan el escepticismo y el rencor. Han capturado a Saddam Hussein. Son el rostro de América, son su fuerza y su buena voluntad, y ello en una región que no está acostumbrada a la democracia”15. 

Los presidentes que hablan con Dios

Como parte del privilegio de ser la raza elegida por Dios para dominar el mundo entero y más allá de nuestro planeta, como ahora lo anuncia Trump, los presidentes de Estados Unidos han desarrollado unas grandiosas formas de comunicación, que los han puesto en contacto directo con el altísimo, algo que, por supuesto, no alcanza cualquier vulgar mortal. Eso solo lo logran aquellos seres providenciales que Dios ha escogido como sus voceros en la tierra y con los cuales mantiene una comunicación directa (ahora más fácil por la existencia de internet), para guiarlos y orientarlos por el sendero del bien y en su lucha eterna contra el mal (Dios contra Satán). Lo significativo es que esa comunicación entre Dios y los presidentes de los Estados Unidos se hace más fluida y cotidiana cuando Estados Unidos le decreta la guerra a un país, o procede a invadirlo.  Ejemplos en esa dirección son notables, por su nivel de estupidez. 

William Mckinley justificó de esta forma la ocupación y guerra contra los filipinos:

Caí de rodillas y pedí a Dios Todopoderoso que me concediera luz y guía por más de una noche. Y una noche tarde comprendí … que no podíamos hacer otra cosa que educar a los filipinos y elevarlos, civilizarlos y cristianizarlos, y con ayuda de Dios hacer todo lo que podamos por ellos, como semejantes que son por los que Cristo también murió. Y luego me acosté y dormí profundamente, y a la mañana siguiente llamé al cartógrafo del Departamento de Guerra y le dije que pusiera a las Filipinas en el mapa de Estados Unidos (señala a un gran mapa en la pared), y ahí están y ahí estarán mientras yo sea Presidente16 . 

Esta comunicación celestial entre McKinley y Dios tuvo como consecuencia directa la masacre de más de un millón de filipinos por las fuerzas de ocupación de Estados Unidos.

Cuando en 1945 se lanzaron dos bombas atómicas contra inermes ciudades del Japón, el presidente de los Estados Unidos, Harry Truman, las ensalzó como un regalo divino: “damos gracias a Dios por haberla puesto a nuestra disposición, y no en manos de nuestros enemigos, y le rogamos para que nos enseña a usarla según Sus disposiciones y Sus designios”17. 

Los miles de muertos, heridos y desfigurados de por vida que dejaron las sendas bombas atómicas lanzadas por los Estados Unidos, deberían entonces ser atribuidos a Dios y no a un criminal de guerra, que ostentaba en ese momento el cargo de Presidente de los Estados Unidos. Dios es señalado, a conveniencia, para justificar todo tipo de crímenes.

El presidente que, hasta el momento, se lleva las palmas por haber entablado un dialogo casi diario con Dios es George Bush II, quien convirtió la Casa Blanca en un templo de rezanderos. Allí se oraba antes de bombardear un país (Irak y Afganistán, principalmente) para que Dios guiará la mano asesina de quienes lanzaban las bombas a miles de kilómetros de distancia.  

Para empezar, George Bush II se proclamó candidato presidencial por sugerencia directa del Ser Supremo “He escuchado la llamada. Creo que Dios quiere que me presente a las elecciones presidenciales”.  Su filosofo (sic) favorito era Jesucristo porque él le “cambió el corazón”18. 

 Todas las mañanas Bush rezaba en la Casa Blanca leyendo un libro de sermones religiosos al despuntar el día y lo último que hacía a la hora de acostarse era rezar. Pero esas oraciones tenían un fin muy concreto, relacionado con la grandeza de Estados Unidos: “Rezo para buscar guía, sabiduría y fuerza. Rezo por nuestros hombres de uniforme y por la población de Irak. Rezo por la paz […] Y me reconforta pensar que otros rezan por mí”.

Según Bush, Estados Unidos, una nación ungida por Dios representa el bien y, en la guerra contra Irak, se estaba desenvolviendo una “lucha colosal entre el bien y el mal, y que nadie se equivoque: el bien [léase: Estados Unidos] vencerá”. 

Como parte de ese proyecto celestial en el momento en que se libraban las brutales guerras de agresión contra Irak y Afganistán se organizaron miles de Círculos presidenciales de oración y Ruedas de oración que operaban en diversos lugares de Estados Unidos durante las 24 horas del día. En esos encuentros se repetía la siguiente oración para que los soldados que masacraban a las gentes de los territorios ocupados por Estados Unidos tuvieran éxito en su misión “divina” de matar:

Señor, ten nuestras tropas en tus manos amorosas.
Protégelas como ellas nos protegen.
Bendícelas a ellos y a sus familias
por las acciones altruistas que realizan
por nosotros en nuestro tiempo de necesidad.
Esto lo pido en el nombre de Jesús,
nuestro Señor y Salvador. Amén.

Que otra cosa podía esperarse de los seguidores de un presidente con el que Dios hablaba, y lo conducía a una misión divina. No es chiste, pero el fanático religioso que ocupaba la Casa Blanca aseguraba: “Dios me dice ‘George, ve y lucha contra esos terroristas en Afganistán’. Y lo hice. Y luego Dios me dice ‘George, ve y termina con la tiranía en Irak’. Y lo hice”.

El racismo del Destino Manifiesto

El Destino Manifiesto es una orden de índole divina destinada a los blancos de origen anglosajón que llegaron a los Estados Unidos, pero de ninguna forma incluye a las otras “razas”, consideradas como bestiales, salvajes, bárbaras, atrasadas y, por tanto, diabólicas, que no podían ser tenidas en cuenta por Dios. Más bien, este ordena a los blancos puros que dominen, exploten, esclavicen y aniquilen a las “razas de color”. Al respecto valga mencionar algunos casos.

En 1899, en Colorado un grupo de empresarios organizó una exposición sobre La Gran América La principal atracción fue el desfile de especímenes de los pueblos colonizados. Los organizadores anunciaron la presentación de “mil nativos de las posesiones insulares del Tío Sam”, entre estos filipinos, cubanos, puertorriqueños y hawaianos. Se indicaba que a la hora de mostrar a los filipinos desfilarían “civilizados tagalos” y “enanos medio salvajes y simiescos del interior de Luzón”19. 

Claro, la concepción que se tenía de los filipinos como seres inferiores con características simiescas conducía a que estos fueron torturados y masacrados. Por eso, las ordenes de los militares eran claras, como las del General Jacob Smith, quien había participado en las guerras contra los indios, tristemente célebres por sus masacres: “No quiero prisioneros. Quiero que matéis y queméis, cuanto más matéis y queméis más me complaceréis”20. 

El médico Cornelius Packard Rhoads hablaba así de los puertorriqueños en 1934:

Los puertorriqueños son, sin duda, la raza de hombres más sucia, perezosa, degenerada y ladrona que ha vivido jamás en este planeta. Da nauseas vivir en la misma isla que ellos […] Lo que la isla necesita no es una campaña de salud pública, sino un maremoto o algo parecido que extermine por completo a la población. Entonces podría ser habitable. He hecho todo lo posible para favorecer el proceso de exterminio matando a ocho y trasplantando un cáncer a unos cuantos21 . 

David Truman al justificar el uso de la primera bomba atómica dijo, como clara expresión racista, al referirse a los japoneses: “cuando uno se ve obligado a hacer frente a una bestia, no tiene más remedio que tratarla como una bestia, y no por lamentable deja esto de ser cierto”22. 

Es la dicotomía imaginaria de Estados Unidos y el Occidente imperial entre los civilizados y racionales y los irracionales de color, que son animalizados y reducidos a figuras subhumanas. Algo que se repitió en Vietnam. Los campesinos, habitantes del país y sus guerrilleros eran calificados de “bazofia”, “ojos oblicuos”, “vietnamitas de mierda”, “comedores de arroz”, “animales”.  Los oficiales les enseñaban a sus soldados que los vietnamitas “eran como animales, o algo distinto a los seres humanos. […] No nos permitían hablar con ellos como si fueran personas. Nos decían que no debían ser tratados con ningún tipo de misericordia. […] Eso es lo que gravaban en ti. Ese instinto asesino”23.

Ese instinto asesino se llevaba a la práctica con la matanza generalizada de hombres, mujeres y niños. Replicando las prácticas criminales de las guerras indias, en Vietnam se procedía a cortar la cabeza, las orejas, cuero cabelludo, narices, pechos, dedos, dientes, penes y, en el colmo del cinismo criminal, a guardarlos como objetos de colección. Igualmente, “Muchos soldados maltrataban los cadáveres de otras maneras: disfrazándolos, haciendo payasadas con ellos o mutilándolos, a menudo sacando fotos… y llevando álbumes con los resultados”24. 

En Vietnam los soldados se sentían y actuaban como si fueran dioses: “En Vietnam te dabas cuenta de que tenías el poder de violar a una mujer y nadie te podía decir nada. Ese sentirse como un Dios cuando estabas en el campo. Era como si fueras un Dios. Podías tomar una vida. Podía cogerme a una mujer. Podía golpear a cualquiera sin tener consecuencias. Era sentirse como un Dios al que uno podía dejar salir en Vietnam”25.

Para redondear y para que no quede duda de lo que piensa Donald Trump sobre los héroes asesinos de los Estados Unidos, tipos machos y sin escrúpulos de ninguna clase, en 2016 describió en términos elogiosos al capitán John Persing, uno de los masacradores de los filipinos. Lo calificó de ser un “tipo duro” que capturó a “cincuenta terroristas”, a los que colocó en una fila y fusiló a 49 de ellos y dejo vivo a uno para que contará lo sucedido. “Y durante veinticinco años no hubo ningún problema, qué bien, ¿no?”26. 

Ahí tenemos la puesta en práctica de los designios divinos que se trasmiten desde el olimpo directamente a la Casa Blanca y desde allí se comunican, en forma de ordenes marciales, a los soldados de Estados Unidos, quienes, cubiertos con esa especie de aura de santidad, proceden a matar, torturar, violar a los miembros de las razas inferiores, por definición diabólicos y portadores del mal o, dicho en términos de esa dicotomía evangélica, los enviados de Satán en la tierra.

Factores que reproducen el Destino Manifiesto en los Estados Unidos

«El significado ideológico que la historia de los Estados Unidos ha atribuido a la Acción de Gracias acentúa el bochorno. Esa leyenda convierte a los estadounidenses en etnocéntricos. Después de todo, si nuestra cultura tiene a Dios a su lado, ¿por qué debemos tomarnos en serio a otras culturas?» (James Lowen, Patrañas que me contó mi profe. En qué se equivocan los libros de historia de Estados Unidos, Capitán Swing, Madrid, 2018, p. 165.) 

A la hora de tratar de explicar la manera cómo dentro de los Estados Unidos se reproduce el mito del Destino Manifiesto sobresalen tres factores: la religión, primero protestante y ahora sus derivaciones evangélicas; Hollywood, la industria del espectáculo y las mentiras como difusor a nivel masivo de ese mito; y, el tipo de historia que se enseña a los niños y a los jóvenes.

Una religión violenta

Desde el mismo momento en que se produjo la conquista de las tierras de lo que hoy son los Estados Unidos y el sometimiento de sus habitantes originarios, esos conquistadores endosaron la responsabilidad de lo sucedido a Dios. Así, en 1634 John Wintrop, gobernador de la colonia de la Bahía de Massachussets, calificaba de milagrosa y enviada por Dios una epidemia de viruela que exterminaba a los indígenas: “En cuanto a los nativos de estas tierras, Dios los ha perseguido hasta tal punto que en 300 millas de extensión la mayoría han desaparecido por la viruela, que aún siguen padeciendo. Así es que, habiendo Dios despejado nuestro derecho a este lugar, los que en esta tierra permanecen, que no son más de 50, se han puesto bajo nuestra protección”27. 

En 1636-1637 en Nueva Inglaterra se produce la primera masacre de indígenas en ese territorio. Se trató de la masacre de los Pequot por parte de los colonos ingleses, que fue descrita por un escritor en 1909 en estos términos: “Era espantoso verlos achicharrados por el fuego y los chorros de sangre sofocándolo, y horrible el olor y el hedor que desprendían, pero la victoria pareció un dulce sacrificio y dieron gracias a Dios, que tan maravillosamente habría obrado con ellos”28. Como puede verse, lo que hacía George Bush en 2003 cuando rezaba porque sus soldaos masacraran con precisión a los iraquíes, tiene unos viejos antecedentes.

A los responsables de esa conquista brutal, los llamados «peregrinos», que son presentados como los fundadores de Estados Unidos, se les concede un papel de agentes sagrados que vinieron a civilizar las tierras de América. Y eso se reproduce en los textos escolares, en donde la piadosa forma de tratar a los peregrinos […] se introduce el arquetipo del prototipo estadounidense: la idea de que los Estados Unidos son diferentes y mejores que los demás países del planeta. ¿En qué sentido son los Estados Unidos excepcionales? Bueno, para empezar, somos excepcionalmente buenos […] Y también somos excepcionalmente fuertes y recios […] Según nuestros libros de texto, esas cualidades estelares son evidentes desde el “principio”29 . 

El culto a los Peregrinos, como los primeros y más valerosos vaqueros de los Estados Unidos, se expresa en la fiesta de Acción de Gracias, en la cual “como nación agradecemos a Dios y las bendiciones que Él nos ha otorgado. […] El día de Acción de Gracias es una celebración de nuestro etnocentrismo”30. 

El carácter religioso de los Peregrinos es exaltado en textos escolares y en escritos convencionales, en los cuales se afirma que el desembarco en el norte del continente de unos aventureros ingleses, ensalzados como “este pequeño puñado inconsciente héroes y santos ingleses […] condujo al nacimiento de los Estados Unidos de América y, sobre todo, a la fundación de los valores humanitarios que representa, y para los que los peregrinos ofrecieron su sacrificio en el altar del Hijo del Hombre”31. 

Así como la conquista del este del territorio de los actuales Estados Unidos se hizo a nombre de la superioridad divina de los colonos ingleses, lo que justificó sus crímenes, en el siglo XIX la expansión hacia el oeste, cuyo resultado va a ser el exterminio de millones de indígenas, enfatiza que Dios está del lado de los asesinos, entorno a los cuales se creó el mito del Lejano Oeste. 

Ahora bien, en las últimas décadas en Estados Unidos han cobrado fuerza las iglesias evangélicas, con lo cual el mito del Destino Manifiesto ha adquirido un nuevo aire. Sus expresiones políticas de más alto nivel (no porque sean de gran altura intelectual, sino por el tipo de funcionarios involucrados) han sido encarnadas por personajes que se han sentado en el solio presidencial de la Casa Blanca, Ronald Reagan, George Bush II y ahora Donald Trump.

Estos evangélicos protestantes son partidarios fervientes de un nacionalismo cristiano que realza la creencia de que Estados Unidos es una nación elegida por Dios, y como máxima expresión del bien supremo debe defenderse de sus viejos y nuevos enemigos. Estos enemigos forman una cohorte casi interminable: los comunistas, los homosexuales, las feministas, los ecologistas, los migrantes indeseables, los musulmanes, los liberales laicos, los humanistas, la ONU, el gobierno federal… 

Su credo es claro: son machistas, xenófobos, homófobos, cultores de las armas y la violencia, racistas que exaltan la superioridad y pureza de los “blancos”. Estos dogmas los aplican a la política interna y externa y por eso han buscado un macho salvador que “encarne la masculinidad testoferónica dada por Dios”. Uno de esos evangelistas lo dijo sin pelos en la lengua: “Quiero el hijo de pe… más malvado y duro para desempeñar ese papel, y creo que es una opinión que compartimos muchos evangélicos”32. Ese individuo al que buscaron fue encontrado en el camino y se llama Donald Trump.

El Dios de los evangélicos está renovado en concordancia con el neoliberalismo empresarial dominante y con el peor de los conservadurismos. Ya no es solo el Dios que dejaba hacer de los siglos XVII y XIX, ahora es un Dios activo: claramente machista y viril, defensor de la libre empresa y de la competencia, egoísta y darwinista social, “el mayor ejecutivo empresarial del mundo”, “un ganador”, “un hombre fuerte y magnético”. Dios se ha convertido en un guerrero y por eso la “vida cristiana es una guerra total” y Jesús es el “comandante supremo”33. 

Aunque sea anacrónico, eso es lo de menos, un elemento característico de los evangélicos de nuestros días es el anticomunismo. Y por eso gritan en coro y con profundos alaridos en sus encuentros religiosos: “El comunismo es una religión inspirada, dirigida y motivada por el mismísimo diablo, que declaró la guerra a Dios todopoderoso”. Pero lo peor, según estos cruzados evangélicos, no es que el comunismo se quiera tomar el mundo, sino que ha penetrado en el hogar de los estadounidenses, como resultado de una alianza maléfica entre los comunistas y Satán. Para combatirlo, la mejor forma es robustecer la familia patriarcal con todas sus jerarquías: hombre mandón y viril y mujer e hijos sumisos y obedientes. A la mujer le corresponde un papel en que se exalta la mentalidad positiva cuya premisa radica en reconocer que “Estados Unidos es el mejor país del mundo y que su labor es contribuir a que así siga siendo”. La misión de los cruzados evangélicos del Destino Manifiesto es proteger a la familia estadounidense, a la empresa privada, y combatir al gobierno, al comunismo y cualquier idea de igualdad, que es un sueño diabólico. 

Si en el hogar está el don de mando del macho en el exterior predomina la fuerza bruta, la que encarna el soldado estadounidense en las guerras en las que participa. Por ello, Jesús es presentado como un guerrero viril, un soldado estadounidense, que