Por Carles López
Presidente de la Plataforma de Infancia.
La pornografía es la referencia más accesible que tienen las y los adolescentes en materia de afectividad y sexualidad. Se cuela a través de sus pantallas, en muchas ocasiones, debido a un algoritmo que les encuentra sin necesidad de buscarla. Es posible ser una niña, niño o adolescente y acabar viendo, sin quererlo, y desde un dispositivo móvil, este tipo de contenidos audiovisuales que reproducen, como un hecho normalizado, violencia sexual fundamentalmente contra las mujeres.
Los datos deberían alarmarnos ya que un 62,5% de las y los adolescentes de entre 13 y 17 años ha visto pornografía alguna vez en su vida. Un 53,8% accedió antes de los 13 años, y un 8,7% antes de los 10 años, situando la edad media en 12 años. Estas cifras dejan claro que es urgente poner límites en el entorno digital para proteger a la infancia y a la adolescencia de contenidos inapropiados, que les llegan sin ningún tipo de filtros y en muchas ocasiones sin ni si quiera buscarlos.
Estamos dejando que la pornografía tenga el rol de “educadora” en materia afectivosexual. Y es que cuanto mayor es el consumo de la pornografía, mayor es el riesgo de ejercer violencia sexual en la adolescencia, y también de aceptarla como algo común en el caso de sufrirla. De hecho, un 40% de los jóvenes afirma que ver pornografía le afecta de manera negativa, y un 28,2% dice que le influye directamente en el uso de conductas violentas en sus relaciones sexuales.
Por otro lado, es muy preocupante que el 54% querría poner en la práctica lo que ve en la pornografía, y el 47,7% reconoce que lo ha hecho alguna vez y entre estos, un 12% de los chicos lo ha hecho sin el consentimiento explícito de sus parejas, frente al 6% de las chicas.
La adolescencia nos queda lejos a las personas más adultas, pero no debemos olvidar que es una etapa de la vida compleja, clave para el aprendizaje y la construcción de la sexualidad y de la identidad de género. Es en este momento cuando las chicas y los chicos comienzan a percatarse de las desigualdades, de los privilegios y se enfrentan a los cánones de belleza y estereotipos impuestos socialmente. Todo esto influye en sus vínculos y en sus comportamientos. Deberíamos mostrarles modelos de relacionarse que no se basen en la pornografía, en definitiva, modelos alternativos que les permitan construir vínculos más sanos.
Como muestra la campaña Una Adolescencia Sin Violencia Sexual de la Plataforma de Infancia, la ausencia de educación afectivosexual hace que muchos adolescentes busquen en la pornografía respuestas a sus preguntas, y que al no tener información que contradiga lo que ven, la den por cierta. No se trata de prohibir, si no de educar, de tal modo que puedan identificar qué contenidos son inapropiados y qué conductas son perjudiciales, para así evitar replicarlas en sus relaciones.
Tenemos la responsabilidad como sociedad de acompañarles durante esta etapa, escuchándoles en todos aquellos espacios que puedan ser relevantes en sus vidas, la familia, las escuelas e institutos, los centros sanitarios, los lugares de ocio y los centros deportivos, entre otros, para saber cuáles son sus necesidades y poner en marcha todos los instrumentos para garantizar que tengan relaciones sanas y una adolescencia sin violencia sexual. Sin duda, una educación afectivosexual basada en valores como el respeto, el afecto y el consentimiento es la mejor herramienta para ello.