¿A quién pertenece la memoria de los héroes y mártires, hombres y mujeres, que escribieron las mejores páginas de nuestra Historia? ¿Y quién quiere apropiarse indebidamente de su herencia? Cada día, siempre, pero especialmente en campaña electoral, estos temas son relevantes.
Nuestra y sólo nuestra es la herencia de la lucha anticolonialista de nuestros pueblos originarios, desde los tiempos de Zapicán y Abayubá.
Nuestra y sólo nuestra es la herencia de la resistencia, tanto cultural como armada, de los esclavizados, que hoy son una raíz fundamental de nuestro pueblo mestizo y de nuestro Programa.
Nuestro (y sólo puede ser nuestro) es el Programa de la Liga Federal (1813-1820) un proyecto multicultural para que los más desposeídos tuvieran participación política, tierra y educación en el futuro de Nuestra América.
¿Y quién recoge el legado de los Treinta y Tres? El 19 de abril de 1825, comienzo de una nueva etapa de la lucha anticolonialista en nuestro suelo, Lavalleja llama al pueblo oriental a la lucha contra el Imperio de Brasil, verdadera cárcel de pueblos, e indirectamente contra su protector británico. La proclama de Lavalleja se inicia llamándonos: “¡argentinos orientales!”.
Repite esta definición en la Piedra Alta, el 25 de agosto, agregando que nuestro pueblo por su unánime voluntad desea reincorporarse a un proyecto federal de Patria Grande (lo que, por otra parte, era la voluntad de Artigas, quien estaba expectante desde el Paraguay).
¿Por qué la historia oficial omite esta voluntad federal de los patriotas? Peor aún: ¿por qué se oculta que el imperio ocupante tenía como su Comandante General de la Campaña en nuestro suelo al traidor Fructuoso Rivera que recorría el territorio ofreciendo dinero por las cabezas de Lavalleja y Oribe? ¿Acaso no fue ese mismo traidor el cual, apresado en el arroyo Monzón prometió cambiar de bando para salvar su vida, pero volvió a traicionar en 1826, saqueando las Misiones Orientales? Entonces… ¿Acaso pueden honrar a los Treinta y Tres, en sus discursos almibarados, los que permiten hoy que el apellido de los genocidas Rivera siga presente en nuestras calles y avenidas, así como en nuestros departamentos y ciudades, y permite que sus despreciables imágenes se perpetúen en inmensos monumentos?
Hay héroes que la Historia Oficial hubiera querido enterrar. De hecho, por el 1900 intentó borrar a Artigas, (¡revísense los textos de hace 125 años!); y cuando no pudo calumniarlo más, cuando la burguesía entendió que Artigas ya era una devoción popular demasiado fuerte, simplemente lo falsificó. De lo que fue en realidad, un articulador de un proyecto multicultural radical, lo disfrazó como un demócrata liberal incomprendido conduciendo hordas de bárbaros
con “instinto de libertad”.
A otros sí pudo enterrarlos, pero no aprende que la tierra los guarda y siempre los devuelve. No hablo sólo de los huesos queridos de nuestros muertos recientes. Me refiero a lanceras como China María, Melchora Cuenca, Juana Bautista, Victoria la Cantora, Soledad Cruz. Me refiero a Magdalena Pons, que fue el enlace militar de Leandro Gómez.
Me refiero también a los que enfrentaron, armas en mano, la dictadura fascista de 1933. De origen blanco o colorado, socialistas o comunistas como Julia Skorino, su sangre es un legado sagrado en nuestra lucha actual contra el capitalismo sometido y contra sus administradores, sean éstos abiertamente vendepatrias o resignados-renegados.
Sólo desde nuestro Programa podemos evocar con pleno derecho los versos de Zorrilla de San Martín:
“Pisas tierra de héroes
¡ay de quien la profane!”