Este documental, de Paul Sng, es un acercamiento a Tish Murtha, magnífica fotógrafa que dio su vida a retratar, inmortalizar y dignificar a su tribu y su clase, la obrera
Dorothea Lange, legendaria fotógrafa que captó a la clase obrera norteamericana y los años de la Gran Depresión, dijo que fotografiar es “colocar la cabeza, el corazón y el ojo en el mismo eje”. Y eso es justo lo que hizo Tish Murtha, una mujer con una gran sensibilidad para la fotografía y con una inquebrantable conciencia de clase.
Murtha no quiso ser fotógrafa de moda, trabajar en publicidad, su alma y corazón estaban en los barrios más marginales en los que nació, creció y vivió.
En Tish, el documentalista Paul Sng, vuelve, tras Poly Styrene: I Am a Cliché (sobre una de las voces más creativas del punk británico), al relato de una hija abriendo el baúl de los recuerdos para comprender a su madre y a sus demonios personales. En este caso la hija es Ella Murtha, responsable de conservar el legado de su madre, además de todos sus recuerdos personales.
Murtha vivió la pobreza y la violencia desde muy pequeña, su padre era de los del cinturón de cuero, con el apalizaba a su madre y a sus hijos
Tish, que podéis ver en Filmin, empieza con una gran frase: “La historia es pija”. Es decir: la historia solo suele hablar de los de arriba y solo los de arriba han sido convenientemente retratados, fotografiados. Igual que los pintores siglo atrás, cuando vivían de retratar a potentados, reyes, políticos, militares, religiosos o santos, los fotógrafos también se han entregado al retrato de los de arriba y muy raramente de los de abajo.
Por eso a los grandes fotógrafos documentalistas como Eugene Atget, Diane Arbus, Garry Winogrand o Cristina García Rodero consideraban mucho más sustanciales a los de abajo que a los tipos importantes, los de arriba. Gracias a ellos, y gracias a las fotografías documentalista, los de abajo existen, importan y serán recordados.
Murtha nació en 1956 y fue la tercera de diez hijos de ascendencia irlandesa, criados en una casa de protección oficial en Elswick, Newcastle, zona deprimida y abandonada al noreste de Inglaterra. Murtha vivió la pobreza y la violencia desde muy pequeña, su padre era de los del cinturón de cuero, con el apalizaba a su madre y a sus hijos cuando le venía en gana.
A ella, rebelde desde niña, también le tocó el cinturón. Pero, aunque su padre la azotaba salvajemente, hasta dejarle marcas en la espalda, Tish se aguantaba las lágrimas. Era dura. Que era una mujer dura quizás sea lo que más se repite en todo el documental.
En aquella casa, pobre y caótica, también llegó el paro, la miseria e incluso la amenaza de desahucio, cuando Tish solo tenía seis años. Los Murtha hasta sufrieron la visita de aterradoras y violentas monjas que eligieron a los niños que podían llevarse y “salvar” de la pobreza.
Pocos salieron bien parados de aquel hogar y de aquel barrio. En Tish, Ella Murtha entrevista a algunos de sus tíos, entre ellos Glenn Murtha, un hombre arrasado por el paso de los años y el alcohol y que Paul Sng debe subtitular porque su forma de hablar es casi incomprensible, aunque uno entienda el inglés. Lo mismo sucede con Carl Murtha, otro hombre completamente devastado.
Aquellas formidables instantáneas eran humanas, reales y naturales y Murtha las conseguía porque formaba parte de la tribu, de su clase
Tras fotografiar, desde que tenía solo 15 años, a todo lo que le rodeaba, principalmente a sus amigos y a niños haciendo travesuras (una imagen de la insolencia y la imaginación de la infancia en la devastación de gran lirismo) dejó su hogar. Lo hizo con 20 años, en 1976, para estudiar en la Escuela de Fotografía Documental de la Universidad de Gales, Newport. Y con una cámara que pagaba a plazos.

Su creador, David Hurn, miembro de Magnum Photos, le preguntó cuál era su objetivo como artista, a lo que Murtha respondió: “Quiero fotografiar a policías pateando a niños”. Hurn, que se quedó a cuadros y, como otros profesores, solo tuvo que esperar a ver lo que mostraban sus negativos, es tajante a la hora de explicar a su alumna: no se enseña a tener pasión, se tiene o no. Y hay que tenerla para ser grande.
En aquellas fotos que llevaba a sus tutores ya estaba la esencia de Tish Murtha. Por ejemplo, niños jugando entre ruinas en magnificas y nada académicas composiciones. Aquellas formidables instantáneas eran humanas, reales y naturales y Murtha las conseguía porque formaba parte de la tribu, de su clase. Y para captar la mejor mirada, el mejor gesto de niños, obreros, jubilados, camareros o borrachos, se pasaba meses con ellos hasta que por fin apretaba el obturador. Y eso se notaba en cada fotografía.
Tras graduarse, regresó a Newcastle con un objetivo: documentar comunidades marginadas desde dentro. Ella no era como otros fotógrafos, que llegan a comunidades desoladas para encontrar una instantánea que les reporte el World Press Photo y volver a la comodidad de su apartamento en Mayfair, que sacan fotos con la misma implicación que otros fotógrafos captando cebras o leones. A diferencia de estos mercenarios, Murtha no buscó trabajo en Londres, en moda o en publicidad, y regresó a las vidas de su tribu mientras ingresaba en un absurdo plan de trabajo para desempleados y seguía malviviendo.
Y en esas nuevas fotos Tish Murtha testimonió la vida y la belleza de su gente, curtida y descarada. Orgullosa. Y logró poesía, como la de esos niños jugando a policías y ladrones fingiendo conducir coches desguazados o entrando en casa abandonadas a ver si sacaban algo, parte de una bajilla o de una vieja enciclopedia, objetos que podían llevar a casa vender en los mercadillos.

Cuando le tocó documentar, en 1977, los fastos del jubileo de plata de la reina Isabel II, corolario del 25 aniversario de su ascensión al trono, Murta se encargó, como no, de la clase obrera como espectadores de aquellas patrióticas celebraciones. También, y en un tremendo contraste, se encargó de captar las huelgas de las fábricas de Newcastle o los rancios desfiles de las jazz bands, orquestillas que desfilaban por los barrios y donde exsargentos fracasados machacaban a niños de clase obrera vestidos de soldaditos y a niñas vestidas con faldas que las sexualizaban.
Cuando Murtha murió, con solo 56 años y por culpa de un aneurisma cerebral, intentaba trabajar en lo que fuese y sobrevivía en la miseria, tenía que elegir entre pagar la calefacción o comprar comida
Lo ochenta son los años de Margaret Thatcher, que quebrantó la moral de una clase obrera que Murtha reflejó con la juventud parada y sin futuro de Newcastle. Muchos de esos jóvenes, con un tremendo potencial desaprovechado, eran obligados inscribirse en programas de empleo que consistían en adaptarse a trabajos como barrer calles durante horas con sueldos de miseria y hasta violencia por parte de sus superiores.
En estos años Murtha también se mudó a Londres para trabajar sacando fotos para Edward Arnold Publishers. Allí logró fotografías increíbles del Soho y la industria del sexo captando con su cámara a prostitutos, travestis y apostadores.
Cuando Murtha murió, con solo 56 años y por culpa de un aneurisma cerebral, intentaba trabajar en lo que fuese y sobrevivía en la miseria, tenía que elegir entre pagar la calefacción o comprar comida. Hoy dispone de una exposición permanente en la Tate Britain y en la que se revela la importancia de su legado, la manera en la que denunció la situación de la clase obrera y a la vez le aporto dignidad y orgullo.
Murtha creía que la cámara de fotos era un arma para denunciar y cambia una realidad injusta y hoy las calles de su barrio ya no están tan devastadas como hace décadas. En este sentido, también conviene volver a recordar a Dorothea Lange: “La fotografía no puede cambiar el mundo, pero puede mostrar el mundo cambiado”.