Veo los Oscar porque es una excusa para no madrugar. Es una excusa para no ver ni siquiera un minuto del maldito Chiringuito
Los Oscar ya no son lo que eran (lo dice Reguera y lo saben hasta los adoquines del paseo de la fama en Hollywood Boulevard y Vine Street). Lejos están los días en los que Sacheen Littlefeather despreciaba el Oscar de Marlon Brando ataviada con la ropa de su gente, que es la tuya y no es la de Trump, ni la de Kamala. Corría el año 1973. En los Oscar pasaban cosas. Se venían cositas, como dicen hoy en día los horteras. Ahora te tienes que conformar con el tonto de Adam Sandler gritando “Chalamet” de manera histriónica, vestido como un quinceañero. O con Adrian Brody con esa cara de Holocausto, pero su holocausto (que fue el de todas), del de ahora… ni pío. Brutalista en todo caso Netanyahu, mire usted.
Pero yo veo la gala de los Oscar porque no invitan a Moreno Bonilla, así te lo digo. Tampoco está Méndez Leite dando la brasa, ni Pedro Sánchez diciendo que el 47 (esa peli donde nadie tiene carnet de partido alguno, ¡qué casualidad!) es la mejor peli del mundo mundial, te lo juro por Pilar Alegría. ¿Pero esta gente no ha visto La Cocina? ¿Ni El monje y el rifle?
Veo los Oscar porque es una excusa para no madrugar. Es una excusa para no ver ni siquiera un minuto del maldito Chiringuito. Esa gente que se tira una hora discutiendo por si a Mbappé le han sacado un diente o una muela. Un día de estos escribo sobre este programa. Da mucho juego. Nunca peor dicho.
Uno visiona los Oscar como ve la vida. Soñando con que pase algo. Tirado en el sofá, con unas palomitas hechas en una cazuela (con poco aceite y mucha sal). No queremos puñetazos, pero al menos un tantarantán en toda la cara del Sionismo
También me trago los Oscar para ser el primero de mi cuadrilla (por decir algo) en saber si le han dado la estatuilla a Demi Moore o no. Menos mal que no se la dieron. Se la entregaron a una actriz (Mikey Madison), que en la peli hace de trabajadora sexual. Cuando al recoger el premio rindió homenaje a este colectivo muchos hombres dudaron entre aplaudir o no. Momento de confusión. ¿Qué hago? ¿Estoy a favor de sus derechos? ¿Quiero la abolición? ¿Hay vida más allá de Hollywood? ¿Me too, me tampoco?
En fin, uno ve los Oscar porque quiere disfrutar viendo a Colman Domingo llevarse el premio al mejor actor por Sing Sing (ese drama carcelario). No sucedió. Como tampoco se lo dieron a Isabella Rosellinni (que además de su maravillosa sonrisa llevaba un pendiente de su madre Ingrid Bergman). Lo usó en Extraños en un tren. Todos los trenes llevan a Casablanca. Los alemanes iban de gris, TrumpMusk también.
Ves los Oscar porque quieres estar al día, porque eres un agonías. Pasa como con las elecciones generales o autonómicas. Quieres saber. Queremos saber. Uno se presenta a las 5 de la tarde en Ferraz 70 el día D y todavía no hay nadie. ¿Nos va a gobernar Feijoó? ¿Va a ser Abascal ministro de Trabajo? Sí, he dicho trabajo. ¿Ayuso ministra de Sanidad? ¿Van a poner al hermano de Macaulay Culkin de ministro de Cultura? Yo prefiero a mi amigo, el poeta Juan Carlos Mestre.
Uno visiona los Oscar como ve la vida. Soñando con que pase algo. Tirado en el sofá, con unas palomitas hechas en una cazuela (con poco aceite y mucha sal). No queremos puñetazos, pero al menos un tantarantán en toda la cara del Sionismo. Que alguien le explique a los de The Brutalist que sí, que Israel existe, pero Palestina también. Que Gaza no va a ser un Coney Island para neoyorquinos caprichosos, ni un Cinecitá de pacotilla para rodar sus mierdas sobre la CIA y gente con turbante. Gaza es de las gazatíes. Tan lejos de Alá y tan cerca de Estados Unidos. ¿Os suena?
Uno ve la pinche gala para que gane Brasil, como ves el Mundial para que gane Argentina (o Colombia, o Uruguay, o Mexico). Te tragas la interminable gala para que gane Ainda estou aqui. Esa peli que me hizo llorar como una magdalena, si es que las magdalenas (no María) lloran. Una peli que te atraviesa como una daga y te trae de nuevo a la memoria las caras y los testimonios de los cientos de familiares que entrevistaste en fosas comunes. “Solo quiero ver un huesito de mi padre”. Y en el caso de Brasil no fue hace tanto tiempo: años 70.
Eran las cuatro de la madrugada cuando apareció Penélope Cruz para decirle a todo el mundo “Buenas Noches”, no “Good Evening”. A la gente le hizo gracia. Al menos no ha gritado Pedrooooo. Yo hubiera dicho “Boa noite”. Yo hubiera gritado Rubeeeeens. A tomar por saco. En homenaje al político laborista torturado y asesinado por la dictadura brasilera. Y sí, lo reconozco, me puse a gritar en medio de la madrugada, como si el Oscar me lo hubieran dado a mí. En el fondo nos lo dieron a todas los que de alguna manera hemos currado para desenterrar la memoria democrática, antifascista, histórica. Y a todas las que sentís de cerca que nos han pasado por encima con leyes de amnistía raquíticas y torticeras y con transiciones modélicas para los verdugos.
Ainda estou aqui es justicia poética, como lo fue La Historia Oficial (por no hablar de La noche de los lápices o Garage Olimpo). En España (cinematográficamente hablando) seguimos en pañales. ¿Para cuándo una peli sobre Vallejo-Nágera y el dichoso “gen rojo”? ¿Para cuándo un presupuesto sin límite para sacar a todos nuestros familiares que se pusieron (o les pusieron) delante de un pelotón de fusilamiento por defender una democracia? ¿Vamos a esperar a que lo haga Feijoó?
Uno ve los pinches Oscar para disfrutar viendo a Fernanda Torres y su personaje/persona Eunice Paiva en el teatro Dolby de Los Ángeles. Esa sonrisa, esa candidez humana. Nos rompió los esquemas la madre de Fernanda (que también se llama Fernanda, Montenegro) en esa escena final que me sacó llorando del cine (de mi querido Golem). El cine lo cura todo.
Uno se traga la puñetera gala de los Oscar para momentos como ese. Para no olvidar ni perdonar las torturas, ni las desapariciones forzadas, ni los vuelos de la muerte, ni la ESMA, ni la DGS, ni el diablo que parió a Videla, y a Franco, y a Humberto de Alencar. No es rencor, es memoria. Es cerrar heridas, oiga.
Uno ve la gala de los Oscar con la esperanza de que en vez de Mike Jagger aparezca Bob Dylan (en moto) y lo destroce todo, incluyendo a Ben Stiller ascendiendo desde el sótano
Se curan heridas también viendo cómo un palestino sale a agradecer el Oscar por No other land. Que sí, que luego aparece su amigo israelí también (Yuval), pero a mí me emocionó el inglés roto de Basel. Sus nervios son los nuestros. Su incertidumbre, su pena. Y claro que juntas somos más fuertes. Judíos, palestinas, mediopensionistas, anarquistas, habitantes del cotolengo de Alguien voló sobre el nido del cuco (Oregon State Hospital) y demás fauna con ganas de pasar pantalla. Esas ganas de subirnos a un platillo volante pero sin Calleja, ni Mercedes Milá.
Decía Eunice Paiva que en las fotos (por más que se empeñen los que aprietan el disparador) no había que posar triste, había que sonreír. Llorar siempre en la intimidad del sofá, con luz baja. No podrán con nosotras. Y así seguimos. Llorando por fascículos. Rezando a González Pacheco (Billy el Niño) o a Ayuso para que nos permitan hacer en la DGS de la Puerta del Sol lo que los argentinos y argentinas pudieron construir en Buenos Aires. Verdad, justicia y reparación. Y compromiso de no repetición, por muy utópico que parezca.
No queremos más cromos repetidos de la vida. Como decía Chaplin: —La vida en plano corto es una tragedia pero en plano general es una comedia—. Esos planos cenitales de los aviones sobre el río de la Plata esparciendo cadáveres representan lo que todos ya sabemos. Más allá de la tragedia. Más allá de lo inhumano. Todavía estoy, estamos, aquí. Ainda lembro (todavía recuerdo).
Uno ve la gala de los Oscar con la esperanza de que en vez de Mike Jagger aparezca Bob Dylan (en moto) y lo destroce todo, incluyendo a Ben Stiller ascendiendo desde el sótano. Que el de Minnesota se lleve a Elton John por delante y al hermano de Macaulay Culkin también. Que se lie a patadas voladoras con Adam Sandler y Kevin Costner. Blowin’ in the Wind, amigos. Que Bob Dylan se presente delante de Timoteo Chalamet y le encaje un gancho de izquierda por estar hasta en la sopa. Dune II y tiro porque me toca. ¿Querías conocerme en persona? Pues aquí me tienes. Fuck off. Un completo desconocido, un completo huraño. Si me queréis no me hagáis tocar Mr. Tambourine Man.
Uno no ve la gala de los Oscar para ver a un anodino presentador como Conan O’Brien como tampoco ves los Goya para ver a Leonor Watling y a Maribel Verdú, ni siquiera a Dani Rovira. Yo soy más de Ricky Gervais. Sacando los trapos sucios de Hollywood. Cagándose de risa en la cara de Tom Cruise. Si vas a presentar los Oscar al menos di “Fuck Trump”, como hizo Bobby de Niro en los Tony Awards. La vida es demasiado anodina tal y como nos la presentan. O cambiamos de vida o cambiamos de presentadores. Tú eliges, baby. No direction home.
La vida, para mucha gente que no es capaz de salir del cascarón, es como la sesión de grabación de “We are the world”. Un pestiño. Bob Dylan lo tenía clarinete. No sabía cómo había llegado hasta allí. Chalamet ni había nacido. Nació ayer. Una grabación que no contaba con catering pero que tuvo que tirar de teléfono ante la que se venía encima. Cheeseburgers con patatas gajo, en vena.
La sesión era infumable, por más que Harry Belafonte intentara amenizar la jornada con una maravillosa canción de los esclavos de ese país: The Banana Boat Song. Esa debería haber sido la canción a grabar, no el engendro de “Nosotros somos el mundo”. Tú no eres nada, colega. No te has bajado de tu burra en tu vida. Ni de tu yate en Malibú (igual allí no atracan más que zodiacs, yo qué sé). Así que lo de “helping hand” te lo metes por donde amargan los pepinos que no se pueden cultivar en Sudán porque están en guerra.
¿Quién ayuda ahora a África? Ahora que ya no está Michael Jackson y que Stevie Wonder ya no te llama para decirte que te quiere. Se ha muerto hasta Jimmy Carter. El presidente “más rojo” de los EE.UU. Me parto la caja. El de Reza Pahleví, no te digo más. Viva la democracia de las barras y las estrellas. The land of the free and the home of the brave. Me río por no llorar. Te echo de la Casa Blanca. Aquí hay que venir llorado, meado y cagado, y con traje. Y en son de paz, pero mi paz. Paz vendo que para mí no tengo. Fentanilo mon amour.
Molaría que la vida incluyera momentos como el que generó Marty (Martin Scorsese) en GoodFellas. Le dio bola a la desbordante imaginación de Joe Pesci y dejó que se grabara (sin avisar) la icónica escena de “Do you think I am funny?” No le dijo nada a Ray Liotta. Su reacción fue tal cual, natural como la vida misma. ¿Pero qué dice este enano? Ese Scorsese (el de ahora igual no lo haría) nos permitió disfrutar de esa escena tan maravillosa. Sin trampa ni cartón, sin telepromter ni gaitas. A calzón quitado. Igual deberíamos hacer eso un poquito más en nuestras vidas. ¿Crees que soy divertido? No, eres un imbécil, un abusador. Cierra al salir. No esperes a que te digan cuando tienes que señalar con el dedo al tonto o a la tonta de turno. Nunca es un buen momento.
Por eso me alegré por el Oscar de Anora como mejor peli. Porque no es una peli de John Ford, ni es The Deer Hunter pero me hizo reír
La gala de los Oscar es un tostón, lo sabes tú y lo sabe San Serenín del Monte. Pero necesitábamos ver la cara de póker de Karla Sofía Gascón tras comprobar que no se comía un Sacy. La culpa será de Bin Laden o de Ernest Urtasun. Queríamos ver (y vimos) a Zoe Saldaña reivindicando su condición de primera mujer (u hombre) de origen dominicano en ganar la estatuilla. Viva el Caribe. Viva Camilo. Viva el arroz con ropa vieja y frijoles. Colón go home.
Yo no entiendo de cine (eso se lo dejo a Reguera). Yo veo todo, me gusta casi todo y de todas las pelis saco algo. Últimamente me pasa lo contrario con la gente. Me cuesta que me sorprendan, me cuesta que me hagan reír. Todo el mundo se toma demasiado en serio. Joe Pesci ven, acércate a mi lado, súbete a mi Vespa. Caro Diario. Marty no dejes de rodar, pero bodrios no, gracias. Funny how?
Por eso me alegré por el Oscar de Anora como mejor peli. Porque no es una peli de John Ford, ni es The Deer Hunter pero me hizo reír. Eso hoy en día es impagable, a menos para mí. Hay una escena donde casi me meo (literalmente de risa). Y eso, en estos tiempos (de tanto botón nuclear) que corren, es muy alentador. Te lo digo yo, que estoy en una clínica (es un decir) de desintoxicación por culpa de Gaza y los desahucios. Había en la sala de cine unos chicos y chicas rusos que se partían la caja con Anora. Debe tener giros en ruso que nosotros no entendemos. Mucho ruso en Rusia. Poca calidad en el resto de candidatas.
No sé si lo contaba Luis G. Berlanga o Luis Ciges, pero cuando la División Azul llegó al frente ruso lo primero que hizo es cruzar las líneas enemigas para beber vodka y bailar con los soldados soviéticos. Al parecer eran mucho más salados. Con los nazis no se podía hacer nada, ni jugar al parchís. Ni ir a la vuelta de la esquina, aunque tuviera chaflán. Siempre de malhumor, siempre pensando en trabajar, en la guerra, como Zelenski.
Los tanquistas rusos trajeron las pipas a España en el 36. O al menos el hábito de abrirlas con la boca y zamparlas como si no hubiera un mañana, un mañana republicano. Ahora comemos pipas con ansiedad soñando que el miércoles el Cholo derrote a Florentino y a Ferri. Justicia poética por el puto gol de Ramos en el 93 y los penales de Milán. Ya tú sabes. El que tira los penales primero… gana.
Ya sé que estos días os han puesto en el brete de posicionaros a favor de Zelenski o de Trump. En otra maniobra macabra digna de un Oscar a la mejor dirección. Pero no hace falta tomar partido. Son dos seres disfuncionales. Un humorista metido a belicista mayor del planeta y un empresario acomplejado que se pasaría la vida asaltando parlamentos, urnas y lo que hiciera falta con tal de ser el prota de todas las pelis tontas del mundo mundial. Dos gilipollas en apuros. Solos en la Casa Blanca 2. Ni pa tí, ni pa mí. Es como tener que elegir entre Óscar Puente y Miguel Tellado, quicir.
El día después de la gala me vi la biopic de Bob Dylan. No os digo nada. Esperad a leer a Reguera en Diario Red para saber más. Solo os diré que lo mejor de la peli fue el final, cuando sobre los títulos de crédito un señor tan gordo como yo se cargó la butaca y cayó al vacío como si nada. Se levantó tan pancho (como hice yo cuando me pasó lo mismo hace tres meses), disimulando. Nos miramos, nos reímos. Los destrozabutacas nos conocemos entre nosotros. Al salir de la sala avisó a los compas del cine de lo sucedido. Nobleza obliga. Nada que no se arregle con una llave inglesa y un poco de pegamento. Es hora de que hagan butacas resistentes para cinéfilos de hueso ancho. Esos que serían capaz de desechar en la sala un cubo de palomitas de maíz con tal de escuchar el trabajo del sonidista de la peli. Pero en casa ya es otra cosa. Porque en casa estamos solos. Home alone, pero sin Kieran Culkin. Con Joe Pesci sí, al fin del mundo.