Espionaje de Meloni contra activistas y medios. Entrevista a Luca Casarini (activista espiado): "Las democracias se convierten en autoritarismos"
Noventa activistas y periodistas han sido espiados en Italia con un software disponible solo para gobiernos occidentales
El escándalo de los periodistas y activistas espiados es el último que ha golpeado al gobierno italiano de Giorgia Meloni. El ejecutivo de derecha todavía está atrapado en el caso Almasri - un general libio buscado por la Corte Penal Internacional que fue ayudado a huir en un vuelo de Estado proporcionado por Italia - cuando llegan las impactantes revelaciones de The Guardian y Haaretz. Y esta vez, el caso podría extenderse a otros países, incluidos algunos europeos.
Comencemos desde el principio. Durante la semana pasada, Meta - la empresa propietaria de Facebook, Instagram y WhatsApp - informó a noventa personas en todo el mundo que había detectado una violación de sus teléfonos. En todos los casos, se trataría de robos de datos vinculados al software Graphite, un producto de la empresa israelí Paragon que, una vez que infecta un dispositivo, permite controlarlo de forma remota y, por lo tanto, potencialmente copiar datos, tomar fotos o grabar audio y video, insertar o eliminar archivos, mensajes y correos electrónicos. Se trata de un producto altamente sofisticado, cuyo coste asciende a millones de euros y que la empresa asegura vender únicamente a gobiernos, no a empresas, y solo a gobiernos democráticos.
Meta no ha revelado la identidad de las personas afectadas, aunque las notificó individualmente, para proteger su privacidad. Sin embargo, algunos de ellos han decidido hacer pública su situación. Entre ellos, dos italianos: el periodista Francesco Cancellato y el activista Luca Casarini. El primero es director de Fanpage, un diario digital muy seguido que en los últimos años ha realizado varias investigaciones sobre Fratelli d'Italia, el partido de Giorgia Meloni. El segundo es un célebre activista de izquierda, conocido desde la época del G8 de Génova en 2001 y desde hace años uno de los líderes de Mediterranea, una de las ONG que rescatan migrantes en el mar entre Libia e Italia. El hecho de que ambos sean personas incómodas para la ultraderecha en el poder, y la circunstancia de que el software con el que fueron espiados solo se vende a gobiernos, ha puesto a Italia en el centro de las sospechas. Las novedades de los últimos días han aumentado aún más las acusaciones hacia Palazzo Chigi, sede del gobierno italiano.
El miércoles, el ejecutivo liderado por Meloni emitió un comunicado en el que afirmaba estar al tanto de las actividades de espionaje contra siete ciudadanos italianos, pero negaba categóricamente cualquier implicación. Al día siguiente, los periódicos The Guardian y Haaretz revelaron que Paragon, la empresa que produce Graphite, había rescindido el contrato con dos agencias gubernamentales italianas que usaban su software. La razón sería precisamente el uso contrario a los acuerdos establecidos.
«Es el signo de los tiempos que estamos viviendo», dice el activista Luca Casarini a Diario Red.
Luca, cuéntanos cómo supiste que fuiste víctima de este ataque.
El viernes 31 de enero estaba en un tren rumbo a Bolonia cuando recibí un mensaje de WhatsApp. Al principio pensé que era una estafa, pero al leerlo me di cuenta de la gravedad de la situación. Meta me informaba que había detectado una violación de mis datos, me recomendaba deshacerme de mi teléfono y me sugería contactar con el Citizen Lab de Toronto, un centro de investigación especializado en combatir el espionaje contra la sociedad civil, para obtener más información. Esa misma noche hice una videollamada con los investigadores canadienses, quienes me confirmaron lo que ahora ya sabemos: noventa teléfonos intervenidos, un software poderosísimo capaz de hacer cualquier cosa con tu dispositivo y, sobre todo, un producto que solo poseen gobiernos. En particular, solo lo tienen treinta y siete países, todos aliados de Estados Unidos.
¿Qué idea te has hecho? ¿Quién tendría interés en espiarte?
Por mi historia política, siempre he sido objeto de escuchas, tanto de manera tradicional como con software. Sin embargo, el hecho de que lo hayan hecho de una forma tan costosa y sofisticada me inquieta. Me preocupa también que esta operación haya afectado a tan pocas personas en todo el mundo, apenas siete en Italia. Obviamente, creo que la razón, en mi caso, tiene que ver con mi actividad en el rescate civil en el mar. A lo largo del tiempo hemos denunciado los acuerdos entre Italia y las milicias libias, el papel de los servicios secretos. He visto que entre los espiados hay, por ejemplo, un periodista de investigación libio exiliado en Suecia que sigue estos mismos temas.
Me sorprendió la respuesta del gobierno con un comunicado. Parecía que intentaban adelantarse a un puñetazo, y de hecho, al día siguiente, ese puñetazo llegó con las revelaciones de The Guardian y Haaretz. El ejecutivo ha prometido informar al comité parlamentario que supervisa los servicios secretos, pero es un comité parlamentario particolar, a puerta cerrada. Evidentemente, eso no es suficiente.
¿Recurrirán a la vía legal?
Por supuesto. El equipo legal de Mediterranea ya está trabajando en ello y el laboratorio de Toronto está investigando mi teléfono. También fui contactado por el centro de ciberseguridad de la Policía del Estado, que me aseguró su máximo apoyo.
¿Qué nos dice este caso sobre el presente que vivimos? Y además, ¿te ha asustado más que otras situaciones que has vivido?
Respecto a la primera pregunta, es evidente que estamos presenciando una transformación de las sociedades liberales y democráticas en sociedades autoritarias. Hoy, incluso salvar vidas en el mar es un delito. La ilegalidad de los gobiernos se esconde detrás de la excusa de la seguridad nacional. Y es un fenómeno global, no solo italiano.
En cuanto a mí, me lo tomo con humor. Me siento en Matrix: que sea Zuckerberg quien me avise de que los servicios secretos me están espiando es surrealista. Además, un Matrix a la italiana: noventa personas espiadas, decenas de Estados implicados y, ¿adivina quiénes son los únicos atrapados con las manos en la masa?