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Dos novelas de Luisa Carnés

 Reseña de dos novelas muy distintas, publicadas en contextos  también muy diferentes



Luisa Carnés es una escritora perteneciente a la generación del 27. Todo en ella es extraordinario: es una novelista en un tiempo en el que parece que no hay novelas (sobre esto fabuló magnífica y divertidamente Antonio Orejudo en Fabulosas narraciones por historias, en la que relata la pasión que sentía Ortega y Gasset por la poesía y el ensayo iba de la mano de su incapacidad para escribir ficciones narrativas); es una escritora frecuentemente olvidada y soslayada; es una autora comprometida con la II República y la mujer, proveniente de una familia obrera; vivió sus últimos años desterrada y murió, prematuramente, en México. Hoja de Lata ha editado, hasta la fecha, Trece cuentos; la biografía sobre Rosalía de Castro titulada Rosalía. Raíz apasionada de Galicia; y las novelas que nos ocupan en este texto: Juan Caballero y Tea rooms. Mujeres obreras.

Se trata de dos novelas muy distintas, publicadas, además, en contextos también muy diferentes. Tea rooms se publica en 1934, en plena II República, cuando todo está por luchar y en el maremágnum del movimiento obrero de aquellos años se refleja en la novela. Juan Caballero, en cambio, se escribe desde el exilio y se publica en 1956. En ella se fabula sobre la continuidad de la lucha una vez acabada la Guerra Civil, y todavía se agita la esperanza de que los aliados en la II Guerra Mundial entren en la península para acabar con el régimen franquista.

Hay, sin embargo, una serie de similitudes entre ambas obras: la conciencia de clase, las injusticias del mundo que habitamos, la oposición entre el mundo de los privilegiados y los no privilegiados (los de arriba, los de abajo) y la voluntad de lucha, desde el ámbito que sea. Por ejemplo, en Tea Rooms se aprecia que la lucha sindical y la unión de todos los trabajadores es el único camino para lograr mejoras laborales y vitales; mientras, en Juan Caballero, a pesar de que la novela se centra en el personaje homónimo, que ha acabado liderando una partida de maquis, también vislumbramos la lucha social encabezado por su padre, el factor de La Aljama, para la llegada de la República, y como este hombre es de los primeros en sufrir la represión de los sublevados. Se da también la lucha de Juan Caballero, que se extiende desde la Guerra Civil hasta su muerte al final de la novela, luchando todavía contra el fascismo opresor con su último aliento.

La lucha, de hecho, es sinónimo de esperanza, incluso en el mundo de los guerrilleros. Frente a esta esperanza, sólo queda un mundo estable y agónico, decadente, que simbolizan Justo Fuentes, Patas Cortas, el alcalde nombrado por los franquistas y su hijo, el teniente Pedro Fuentes, el representante de Falange en el pueblo, en Juan Caballero. Ambos son producto de la Guerra Civil, y son sus pasiones negativas las que les llevan a formar parte del mundo franquista, lo que no deja de ser, en cierto modo, un reflejo de la realidad. Las virtudes del factor Julián Caballero resultan intolerables para Patas Cortas y lo primero que hace cuando se produce la sublevación es asesinarlo salvajemente. A su vez, su hijo Pedro Fuentes envidia las virtudes de Juan Caballero y persigue a la muchacha enamorada de él, Nati Blanco, con quien se acabará casando. Ella acepta esta matrimonio para limpiar las sospechas sobre su padre, el médico, quien morirá torturado por los franquistas tras haber curado a varios heridos de la partida de Juan Caballero. Este médico es un ejemplo de aquiescencia y equidistancia, y sólo el juramento hipocrático le hacen tomar partido. Esto no le salvará de la tortura y la muerte. A su vez, Nati Blanco desprecia profundamente al hombre con el que se ha casado y escapa, en cuanto tiene ocasión, con la partida de Juan Caballero, para formar parte de ella. En definitiva, al paso del fascismo, sólo queda la  en cuanto tiene ocasión, con la partida de Juan Caballero, para formar parte de ella. En definitiva, al paso del fascismo, sólo queda la desolación y la muerte. Así acaban las vidas de Juan Caballero y Nati Blanco: fusil en mano, rodeados de guardias civiles, retrasando en lo posible a los perseguidores para permitir la huida de la partida. El periplo de Nati Blanco es importante y significativo: una vez acabada la guerra, sólo logra sentirse viva cuando escapa y lucha.

En Tea Rooms, el mundo agónico es el de los propietarios del salón de té, en la figura de su dueño, cuyo comportamiento despótico y dictatorial mantiene en vilo y asustadas a las trabajadoras, y este estilo se alarga en su brazo derecho, la encargada. Forman parte de un mundo estático, en el que nada cambia, y distintas trabajadoras se suceden, con iguales necesidades. Las únicas salidas que ofrece el salón de té son la muerte, la prostitución o la espera sin esperanza. Es curioso que las conversaciones de los trabajadores ante una huelga en su sector puedan trasladarse a cualquier ámbito moderno, presas del miedo por las posibles consecuencias, el temor a perder una parte del salario o el empleo y las sospechas sobre los instigadores de la huelga. Se trata, en definitiva, de una victoria y atemporal de las empresas sobre los trabajadores, como muestra también el relato Olivos perteneciente al libro Trece cuentos: se trata de quién gobierna en el hambre de los trabajadores, y el miedo es más convincente que cualquier otra razón. Así, sería relativamente sencillo trasladar el relato de Tea Rooms a cualquier establecimiento de hostelería de nuestros días, a pesar del tiempo transcurrido, incluso a cualquier oficina o lugar de trabajo. Quizás la mayor derrota sea que el mundo estático, aunque en llamas, haya venido para quedarse.