Acerca de “La mujer de papel”, novela de Rabih Alamadeddine
Podríamos decir que cuando me teñí el pelo de azul estaba pensando en otras cosas, y dos copas de vino tinto no mejoraban mi concentración. Me explicaré...»
Quiero compartir en esta pequeña recensión la pasión que me ha invadido al conocer a Aaliya, “la de arriba, la loca”, una mujer de unos setenta años, que nos habla desde un viejo sillón de su apartamento en Beirut, que protagoniza la novela de Rabih Alamadeddine, un escritor libanés polifacético y enamorado de la cultura como forma de vida.
Aaliya es un ser humano excepcional, una mujer libre. Nos cuenta su vida desde la ironía y la ausencia de dramatismo, a pesar de haber vivido escenarios de guerra, donde habitaban los muertos, los dogmas y sectarismos. Fue abandonada por un marido al que nunca quiso en los años cincuenta (“lo mejor que le podía haber pasado a mi matrimonio”), aprendió a dormir con un rifle al lado de la cama, y a ofrecer su cuerpo, a cambio de una ducha caliente.
En medio de ese escenario, Aaliya se entrega a una vida regida por el amor a la literatura:
Hace ya mucho que me abandoné a una lujuria ciega por la palabra escrita. La literatura es mi caja de arena. En ella juego, construyo mis fuertes y castillos, lo paso en grande. Lo que me da problemas es el mundo que hay fuera del parque. Me he adaptado dócilmente, aunque no de manera convencional, a ese mundo visible para poder retirarme sin muchos inconvenientes a mi mundo de libros. Para continuar con la metáfora, si la literatura es mi cajón de arena, el mundo real es mi reloj de arena, un reloj que se vacía grano a grano. La literatura me da vida, y la vida me mata.
Estas palabras describen a un ser humano libre, una persona que, situada en una sociedad patriarcal, marcada por las violencias, yugos visibles e invisibles, códigos de obediencia y honor, se rebela sin herir: no cocina, no hace calceta, no tiene hijos, no es cuidadora.
Aaliya se dedica a traducir grandes obras de la literatura, sin que nadie lo sepa, por el mero placer del aprendizaje y del poder seductor de las palabras descubiertas. Con ello, se promete obediencia a sí misma, y lo cumple sin ambigüedades…como en otro tiempo hizo, por cierto, otra mujer libre: Teresa de Ávila (sumamente recomendable, por cierto, la biografía elaborada por la hispanista Rossa Rossi).
Aailya luchó contra viento y marea, y consiguió su sueño: regentar una vieja y pequeña librería, donde compartió espacio con todo tipo de seres y de historias, y donde situó su lugar en el mundo, a través de las novelas, sí, pero también a través de otras miles de referencias filosóficas, artísticas, históricas o musicales.
Todas esas lecturas conformaron su propio pensamiento: crítico, profundo, irónico, y lleno de belleza. Un espíritu performativo, que logra definir a un ser humano libre, sobrepuesto a las dificultades sociales para ser capaz de protagonizar una vida única, rebelde, y extremadamente hermosa.