Lebensborn y las guarderías nazis: el siniestro plan para propagar la población aria racialmente pura
Hitler fomentó la producción industrial de niños para repoblar el Europa del Este al tiempo que engrasaba la maquinaria del genocidio.
Los nazis crearon un protocolo sistemático de genocidio para eliminar a los judíos y, en paralelo, planearon la anexión de territorios de Europa central y oriental supuestamente habitados por alemanes étnicos. La germanización de las regiones ocupadas, que se integrarían en el Tercer Reich, iría acompañada del desalojo y exterminio de la mayoría de su población para crear un “espacio vital” para la llamada raza aria.
La Alemania nazi había puesto la tecnología, la ciencia y la industria al servicio del genocidio. De los 45 millones de habitantes que vivían en ese vasto territorio, 31 millones —incluidos unos cinco o seis millones de judíos— debían ser eliminados en un período de 30 años, lo que suponía una media diaria de unas 2.700 personas “racialmente indeseables”. Sin embargo, ¿cómo iban a administrar el Este solo con los supervivientes? Adolf Hitler tenía un plan.Además de la limpieza étnica, el Plan General del Este contemplaba la reeducación de la población cuya sangre, pese a haber sufrido una “bastardización”, todavía poseía valor porque conservaba rastros de la “herencia aria”, así como el secuestro de niños de dos a seis años —entre 20.000 y 200.000, en el período 1939-1945—, previamente seleccionados en función de sus rasgos raciales y psicológicos, para someterlos a un proceso de adoctrinamiento y germanización.
Además, se llevaría a cabo un reasentamiento de colonos arios procedentes de otras zonas. No obstante, como resultarían insuficientes, el líder de las SS, Heinrich Himmler, propuso aumentar la natalidad a toda costa para reemplazar a los nativos con alemanes étnicos, lo que supondría más de 3.000 nacimientos al día durante tres décadas. En el futuro, si cada familia tuviese cuatro hijos, el Este albergaría 120 millones de personas.
Guarderías nazis
El nazismo engrasaba la maquinaria de la muerte al tiempo que fomentaba la producción industrial de niños a través de la sociedad registrada Lebensborn. Himmler incluso decidió convertir algunas guarderías de las SS en “lugares de encuentro” para que las mujeres alemanas “racialmente valiosas” concibiesen hijos con oficiales de raza aria pura. Como el programa se revelaba insuficiente en 1939, decidió dar otro paso para compensar las bajas en la batalla: tener los máximos descendientes posibles.
“Esta directiva generó controversia, ya que el luteranismo y el catolicismo estaban profundamente arraigados en la sociedad alemana y austriaca, y muchos líderes dentro y fuera de las SS creían que aceptar a madres solteras fomentaba un comportamiento inmoral”, escribe el historiador Xabier Irujo en el libro La mecánica del exterminio (Crítica). Luego se incluyeron en el programa a madres no germanas y en 1942 Hitler hizo un llamamiento a los soldados para que se reprodujesen con mujeres “racialmente aptas”.
Las embarazadas eran internadas en los hogares Lebensborn (“fuente de vida”, en español), que comenzaron a proliferar en Alemania, Austria, Bélgica, Francia o Luxemburgo. Solo en Noruega se registraron 8.000 bebés entre 1940 y 1945, aunque el autor del ensayo y director del Centro de Estudios Vascos de Nevada (Reno, EEUU) estima que el número podría ser mucho mayor.
El plan nazi para propagar la población aria racialmente pura concedía “incentivos financieros y apoyo social” a las parejas alemanas, contemplaba la eugenesia y, para prevenir el nacimiento de niños impuros en el Este, incluía esterilizaciones y abortos. Sin embargo, Erhard Wetzel, director del principal centro de asesoramiento de la Oficina de Política Racial del Partido Nazi, percibió que el Plan General del Este hacía aguas.
Por una parte, el proyecto no tenía en cuenta que “los extranjeros continuarían multiplicándose significativamente” durante los siguientes 30 años. Por otra, habría que reubicar a más personas y exterminar a entre 46 y 51 millones, una cifra sensiblemente superior a los 31 millones previstos inicialmente. Xabier Irujo describe en el libro los métodos y engaños de los nazis para llevar a cabo ejecuciones masivas.
Mientras, en Alemania, la Liga de Mujeres Nacionalsocialistas (NS-Frauenschaft) promovía el aumento de los partos. Su líder, Gertrud Scholtz-Klink, dio ejemplo y tuvo 14 hijos con dos maridos. Posteriormente, la rama femenina del Partido Nazi centró la procreación en las jóvenes de catorce a dieciocho años, alimentada por la cantera de la Liga de Muchachas Alemanas (BDM), con más de 4,5 millones de miembros de esas edades.
Fueron instruidas como futuras madres y, a través de la propaganda y de programas educativos, fomentaron que se quedasen embarazadas. Para ello, planificaban encuentros con militantes de las Juventudes Hitlerianas sin apenas supervisión para facilitar el contacto y las relaciones. "Les daban clase de educación sexual a los adolescentes durante semanas en escuelas segregadas y luego organizaban campamentos sin vigilancia a los que acudían las menores”, recuerda Xabier Irujo.
“Después del mitin de Núremberg de 1936, unas 900 niñas regresaron a casa embarazadas, de las cuales solo la mitad de ellas conocían al padre”, añade el catedrático de estudios sobre genocidios. “El apareamiento era una cuestión puramente biológica y de Estado”, escribe en La mecánica del exterminio. Sin embargo, algunas tenían prejuicios y una visión tradicional de la maternidad, por no hablar del rechazo de muchos padres, quienes no deseaban que sus hijas, menores y solteras, se quedasen preñadas.
Para vencer esas reticencias, las actividades extraescolares se organizaban en lugares alejados de la influencia paterna, donde eran aleccionadas ideológicamente y estimuladas para que se rebelasen contra sus progenitores y garantizasen su fidelidad al Partido Nazi y al Estado. Luego, cuando les habían inoculado el concepto de “generosa maternidad”, la revolución hormonal de los y las adolescentes se encargaba del resto.
“La BDM utilizó el romanticismo de las noches alrededor de las hogueras, los campamentos de verano, el folclorismo, la tradición y el deporte para adoctrinar a los jóvenes dentro del sistema de creencias nazi y entrenarlos para sus roles en la sociedad alemana: ellas, madres; y ellos, soldados”, escribe el historiador. Una vez que daban a luz, la crianza y educación de los pequeños corría a cargo del Estado.
"Los asesinatos en masa conllevaban la creación industrial de bebés al mismo ritmo que el genocidio, aunque los nazis nunca lo consiguieron, porque matar es más rápido que gestar una vida durante nueve meses”, explica a Público Xabier Irujo, quien define las guarderías —unas 8.000, sumando las casas de vacaciones para madres, en 1939— como “granjas de niños” que eran “arrancados a sus madres para criarlos en instituciones ad hoc o en familias”.
El historiador califica los “lugares de encuentro” para mujeres alemanas “racialmente valiosas” como una suerte de “prostíbulos de lujo”. Allí acudían “alemanes con pedigrí, porque científicamente no podemos hablar de raza aria, quienes no tenían problema alguno en frecuentarlos en tiempos de guerra y cuando regresaban del frente”, añade el autor de La mecánica del exterminio.
Hitler y los hijos ilegítimos
De hecho, el nazismo también promovió los encuentros sexuales extramatrimoniales de los líderes de las SS con el fin de la procrear. Así, en 1942, Adolf Hitler llegó a proclamar que, “a través del hijo ilegítimo, una nación puede regresar a su altura”. Y el propio Heinrich Himmler mantuvo una relación adúltera con Hedwig Potthast, su secretaria, con quien tuvo dos hijos.
"Los nazis jugaban al ajedrez con las vidas de la gente, pero el ser humano es mucho más diverso, poliédrico y difícil de manejar que un tablero, por eso no ganaron esa partida”, concluye Xabier Irujo. “De hecho, hoy en día Alemania es mucho más diversa de lo que era antes de la Segunda Guerra Mundial".