Arrancaba este inicio de año con un hilo de Twitter (X) sobre algunas preocupaciones que me rondan la cabeza desde hace tiempo y que intento explicar en multitud de sitios y espacios.
La idea es sencilla: a estas alturas, resulta evidente que vivimos un proceso de derechización global de las ideas; el sentido común y el imaginario colectivo están cada vez más ubicados a la derecha, fruto de un acto consciente y sistemático de las extremas derechas de mover la famosa ventana de Overton, de forma que sus ideas entren en el marco de lo aceptable y las ideas de posiciones más cercanas al centro parezcan de izquierda.
Estos movimientos sistemáticos y planificados, así como el régimen de guerra del que habla siempre Sánchez Cedillo, son los que han posibilitado que los gobiernos de gran parte de la geografía mundial o estén directamente ocupados por partidos trumpistas y/o de extrema derecha o se encuentren muy cerca de hacerlo, fruto de la batalla cultural y de la ausencia de políticas realmente de izquierdas que supongan un cambio en la vida de la gente en los asuntos que realmente les preocupan en su día a día.
A toda esta derechización de las ideas, del sentido común de la gente, le corresponde también una derechización de las ideas en el resto de áreas de la vida, especialmente en lo que a mí ocupa: la educación
Hasta aquí, nada nuevo, únicamente una breve descripción del mundo actual que nos ha tocado vivir y que nadie razonable es capaz de negar de forma creíble.
Lo que no resulta quizá tan obvio es que a toda esta derechización de las ideas, del sentido común de la gente, le corresponde también una derechización de las ideas en el resto de áreas de la vida, especialmente en lo que a mí ocupa: la educación.
La derechización de los discursos y perspectivas educativas es imprescindible para que se acomoden y encuentren coherencia las ideas de derechas en las personas. Si bien, y tal y como ya he explicado en otras ocasiones, la experiencia educativa de la mayoría de la ciudadanía ya nos pone en contacto con ideas conservadoras (meritocracia, cultura del esfuerzo, individualismo…), que facilitan que después, en nuestra vida adulta, estas ideas resuenen con potencia con otras, y por lo tanto, urge que nuestra experiencia educativa se convierta en una profunda experimentación democrática. Si examinamos los procesos históricos de auge de políticas de extrema derecha, veremos cómo inmediatamente estas han tenido clara la necesidad de transformar la educación a su imagen y semejanza, para que la experiencia de la ciudadanía resuene, encuentre ecos, sea coherente, con su ideal de sociedad. Confieso, con cierta envidia, que esto es algo de lo que creo que desde la izquierda y todos los gobiernos democráticos podíamos aprender: la importancia de la educación para que las ideas democráticas resuenen en la ciudadanía.
En este tren de pensamiento, vaticinaba en mi hilo en Twitter (X) que íbamos a ver, en poco tiempo, un aumento de discursos educativos que, si bien siempre han estado presentes, ahora resurgirían con más fuerza.
Discursos “educativos” sobre la necesidad de recuperar la autoridad del profesor. Sobre la importancia de la disciplina en el aula y la cultura del esfuerzo que, según dicen, se está perdiendo. También sobre la criminalización del alumnado, la necesidad de recuperar el conocimiento ilustrado y la vuelta a lo básico, como ya discutimos en este diario. A los valores tradicionales. Al siempre presente "cualquier tiempo pasado fue mejor". Y, por supuesto, a la supuesta bajada permanente del nivel educativo.
Pero aquí viene lo nuevo: veremos un auge de todo lo relacionado con la estandarización y la homogeneidad educativa. Desde la recuperación de la vieja falacia de que todos pueden aprender lo mismo al mismo tiempo, en aulas y ciudades distintas. Esto tendrá profundas implicaciones para un modelo educativo descentralizado como el nuestro. También alimentará las guerras entre comunidades autónomas, reflejando la crítica de la derecha al modelo autonómico (¿Ves cómo la educación puede ser avanzadilla de ideas políticas?)
Además, crecerá la influencia de los modelos educativos estandarizados y burocratizados, basados en una visión tecnocrática de la educación. Estarán diseñados con amplios estándares y objetivos que facilitarán el desarrollo de más programas y pruebas estandarizadas. ¿El objetivo? “Comprobar estos aprendizajes” (nótense las comillas) y generar comparativas nacionales e internacionales. Estas pruebas servirán como carnaza mediática para alimentar la batalla cultural.
Esa es la verdadera función de estas pruebas. Son una extensión de lo que Sola (1999) llama “función política de las reformas” o lo que Gimeno (1992) define como relaciones internas y externas de las reformas educativas. Mientras, la preocupación educativa real quedará en último plano.
Aquí radica la principal novedad del auge de estos discursos en la actualidad: vendrán blanqueados, presentados como asépticos y libres de ideología, al aparecer bajo el sello de las “evidencias científicas”, de cuyos riesgos en el discurso educativo escribió en este mismo diario el Colectivo DIME+, o de decisiones derivadas de los datos, basado en la ciencia, etc., cumpliendo así, encontrando coherencia, resonando, de forma que sea más fácilmente asumible para todo el mundo, con otro de los símbolos de los tiempos que nos ha tocado vivir: el cientificismo como nuevo dogma de fe, al que algunos autores como Innenarity (2020) se refieren también como dataismo.
Destacaba así en mi hilo de Twitter (X) otra idea que me parece crucial: la necesidad y la urgencia de que desde los partidos de izquierda se entienda que hacer política en contra de la derechización del sentido común global, del régimen de guerra… pasa ineludiblemente por encaminar el sistema educativo para que sea una experiencia educativa profundamente democrática basada en pedagogías críticas, y que esto es incompatible con un fenómeno que, lamentablemente, encuentro con bastante frecuencia: discursos educativos defendidos desde posiciones de izquierda pero que reproducen narrativas más cercanas y basadas en ideas más propias de perspectivas educativas conservadoras. El ejemplo clásico y obvio de esto puede ser la postura acerca de las escuelas concertadas de las que escribí en este mismo diario por parte del PSOE y de SUMAR, pero también, y quizá menos obvio, lo sean discursos que mantienen algunos intelectuales orgánicos de izquierda sobre el papel del conocimiento y su función para la emancipación o la opresión de las personas, o la necesidad irrenunciable de la meritocracia, la cultura del esfuerzo, la disciplina, el rol del profesorado, etc., por estos mismos intelectuales.
Urge una alfabetización educativa en el mismo sentido: extender las claves, los conceptos y el funcionamiento educativo a la mayoría de la población
Es urgente, en mi opinión, que revisemos nuestras creencias educativas en clave política también y, al igual que programas como La Base, Canal Red o este mismo diario están contribuyendo a la alfabetización mediática de la ciudadanía, de forma que cada vez es más evidente para todo el mundo el papel y funcionamiento de los medios, urge una alfabetización educativa en el mismo sentido: extender las claves, los conceptos y el funcionamiento educativo a la mayoría de la población.
Solo con la falta de estos análisis educativos puede entenderse el éxito (especialmente entre profesionales de la educación) que, casi de manera profética –y trágica–, apenas una semana después de publicar mi hilo, ha tenido este vídeo en redes sociales que colgaba un profesor de UK.
Pensaba, cuando me llegó el vídeo, que si lo que se ve en él le parece a alguien maravilloso y educativo, el problema solo puede estar en qué entiende esa persona por educación.
Pensaba en qué visión de lo que significa aprender hay detrás de alguien que valora la reproducción de la información como el escalón más alto de aprendizaje; la interacción casi ridícula –si no fuera por los escalofríos que produce– con trozos parcelados de información y tareas segmentadas que se repiten al unísono sin más sentido que el cambio de esta por una nota: una visión académica (en el peor sentido de la palabra) del conocimiento, bancaria que diría Freire (1970), y que ya sabemos que oprime en lugar de emancipar.
Pensaba en qué aprenden esos niños y niñas por el simple hecho de pasar tiempo en una institución con uniforme, con unas reglas de interacción tan estructuradas, con esa organización del aula, con esa organización e interacción reproductiva de la información, repitiéndola en voz alta con espacios determinados de tiempo (luego nos resulta incomprensible cómo gente con éxito académico y carreras y estudios superiores reproduce sin cuestionar las fake news o discursos negacionistas). Pensaba en qué experiencia democrática construyen esos niños y niñas en un aula como esa.
Porque pensaba que existe un malestar entre el profesorado que valora esta experiencia de forma tan positiva: la necesidad del control por encima de la necesidad de aprendizaje del alumnado, de las finalidades de la educación que encarga la ley para saber vivir en democracia. Esta ilusión de control que les supone tener a todo el alumnado ordenado, sentado individualmente y callado reproduciendo información no es casual; es fruto de una idea de qué es dar clase muy asentada en el sentido común educativo y que las facultades de educación somos, a todas luces, incapaces de cambiar con éxito.
Es en este marco en el que un vídeo como este puede despertar reacciones de admiración en lugar de escalofríos o ecos de momentos escolares pasados al más puro estilo de Another Brick in the Wall de Pink Floyd.
Tampoco es casual que esta corriente se dé principalmente en UK, donde está Tom Bennett promoviendo una visión educativa “basada en las evidencias”, en “lo que funciona”, en “la ciencia”... donde encuentran un caldo de cultivo fantástico escuelas como Michaela School, una de las favoritas para los publirreportajes de medios como La Razón o El Mundo, con titulares de los que me encantaría ver un análisis de Manu Levín, como estos: “Michaela, el triunfo de una escuela a la vieja usanza”, “Michaela: el éxito de un colegio de la vieja escuela”, “El colegio que prohíbe rezar a estudiantes musulmanes gana la batalla legal” … o muchos otros que puedes encontrar en una búsqueda rápida en Google y que aquí, en nuestro país, empiezan a ser también objeto de deseo para familias, sociedad, pero también para un sector del profesorado.
Pese a que en UK ya empiezan a aparecer no solo críticas, sino las primeras reacciones de académicos de la educación, así como algunas investigaciones en artículos científicos sobre los efectos de la implantación de estos modelos. Quizá las más famosas sean las críticas de Biesta (2007), por tempranas, de Wrigley (2018, 2019) o Wescott (2022) sobre el modelo de “lo que funciona” y las “evidencias”, o los análisis de Watson (2021, 2022) sobre el populismo docente y la “New Right 2.0” en la educación de UK y Australia. A mí me parece, quizá por ilustrativo, explicativo y contundente, especialmente relevante el texto de Gillborn, McGimpsey y Warmington (2022), cuyo título reza The fringe is the centre: Racism, pseudoscience and authoritarianism in the dominant English education policy network.
Y es que siempre se olvida, para estas perspectivas, mencionar lo limitado y controvertido de su visión de la ciencia y, especialmente, de la educación. Cuando convertimos la educación en una cuestión exclusivamente cerebral y estamos extirpando todos los análisis sociológicos, filosóficos y políticos del acto educativo, que “mágicamente” se convierte en una cuestión individual, cuyo responsable, lógicamente, es el individuo “que no se esfuerza”, en lugar de una cuestión vinculada también a la clase social, al capital cultural, a qué conocimientos, comportamientos, etc., beneficia la institución escolar, a qué sociedad queremos construir y, por tanto, tiene que ver también con lo colectivo y con lo político.
Cuando “pelamos” los problemas educativos y de investigación en educación para que se centren principalmente en la parte individual (lo exclusivamente cerebral y cognitivo) y extirpamos toda la importancia de la parte social, filosófica y política es donde “aparecen monstruos” porque, en realidad, estamos incluyendo una visión política también, aunque no la explicitemos.
Así que sí, igual que urgía una alfabetización mediática, urge una alfabetización sobre educación en clave científica-social y política.