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‘100 años de soledad’: otro carísimo producto sin alma de Netflix

 Aplaudida por su fidelidad al texto original y su gran producción, la serie es otro ejemplo de incapacidad para adaptar a García Márquez, quizás un autor inadaptable


Aunque existe una extraña versión japonesa de 100 años de soledad (de Shuji Terayama), Gabriel García Márquez no quiso ver adaptada al cine o a la televisión su famosa novela 100 años de soledad porque no veía cómo lograr que un cineasta (un artista, no un productor con muchos millones) fuese fiel a su estilo. Además, no quería que la película fuese rodada en otro idioma que no fuese el suyo y no quería saber nada de estrellas de Hollywood interpretando a sus personajes.

Los miedos de García Márquez (que solo reconoció a El coronel no tiene quien le escriba, de Arturo Ripstein, como la película más digna de sus letras) eran muy comprensibles. Solo hay que recordar lo que perpetró New Line Cinema con su novela El amor en tiempos de cólera (un inconmensurable bodrio con Javier Bardem y Shakira en la banda sonora) o lo que hizo con La casa de los espíritus, de Isabel Allende, Harvey Weinstein. También fue pésima Del amor y otros demonios, coproducción entre Costa Rica, Colombia y México dirigida por Hilda Hidalgo, y Crónica de una muerte anunciada, un pastiche de Francesco Rosi que fue coproducido entre Colombia, Italia y Francia.

La familia de García Márquez impuso una condición innegociable: la serie debía ser colombiana, producida en Colombia y por colombianos

García Márquez rechazó en muchas ocasiones al cine y a la televisión, pero murió hace una década y su familia, tras ser seducida durante cinco años por Netflix con cifras con muchos ceros, cambió de opinión con respecto a 100 años de soledad. Y antes de aceptar una generosísima cantidad por los derechos de autor, impuso una condición innegociable: la serie debía ser colombiana, producida en Colombia y por colombianos.  

Y eso sí se nota y se valora en la serie. El reparto es colombiano, como casi todo el equipo artístico y técnico. En esta decisión jugó mucho la insistencia de Rodrigo García, hijo de García Márquez y Mercedes Marcha Pardo, irregular cineasta y creador de la serie En terapia. García insistió en que 100 año de soledad solo fuese colombiana para que la gran producción contribuyera al desarrollo de la industria cultural colombiana y dejase un importante legado industrial para los profesionales de su audiovisual.

 

Y eso sí se nota y se valora en la serie. El reparto es colombiano, como casi todo el equipo artístico y técnico. En esta decisión jugó mucho la insistencia de Rodrigo García, hijo de García Márquez y Mercedes Marcha Pardo, irregular cineasta y creador de la serie En terapia. García insistió en que 100 año de soledad solo fuese colombiana para que la gran producción contribuyera al desarrollo de la industria cultural colombiana y dejase un importante legado industrial para los profesionales de su audiovisual.

En esta enorme producción de Netflix llegaron a estar implicadas hasta 1.100 personas y supuso una obra de ingeniería de 40.000 metros cuadrados

Durante más de cinco años, nada menos, la producción se dedicó a investigar y documentarse para levantar Macondo, la famosísima localidad imaginada por García Márquez. Como la serie no se rodaría en un estudio de Hollywood, lo primero que buscaron sus productores es un lugar rodeado de sierras donde construir, hasta el último detalle, Macondo y la casa Buendía, que finalmente se levantó en el municipio de Alvarado en Tolima. Otros lugares localizados fueron La Guajira, Magdalena, Cesar y Cundinamarca.

En esta enorme producción de Netflix llegaron a estar implicadas hasta 1.100 personas y supuso una obra de ingeniería de 40.000 metros cuadrados que empezó en noviembre de 2022. Para mantener la correcta credibilidad en el transcurso de los 100 años de los que habla la novela, se crearon cuatro diferentes versiones de Macondo.

La casa Buendía se construyó en doce semanas y sus muebles fueron traídos hasta el set de anticuarios de toda Colombia. Además, optaron por que todas las plantas que vemos en pantalla (y que son, exactamente, las mencionados y descritas en la novela) fuesen reales, nada de plantas artificiales. De hecho, se trasladaron 16.000 plantas típicas del Caribe para crear el ambiente costero, se crearon canales para evitar inundaciones y hasta un sistema de electricidad.

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Tras su estreno, las críticas de 100 años de soledad han sido positivas e incidían en la fidelidad al texto del escritor colombiano. Para Variety está “exquisitamente detallada y con capas de intrincado simbolismo” y “es una de las adaptaciones de página a pantalla más fieles de los últimos años”. Para The Hollywood Reporter la serie “es a veces increíblemente bella, lírica y viva y rebosante de ideas visuales e intelectuales”.

Siento discrepar, estamos ante una serie sin personalidad, plana y morosa. 100 años de soledad y su realismo mágico, muy difícil de trasladar a la pantalla, necesitaban cineastas a la altura, hasta radicales y rompedores, no los elegidos para acompañar a Rodrigo García en las labores de dirección. En el currículum del argentino Alex García López destacan mediocres series como El exorcistaLas escalofriantes aventuras de Sabrina o Star Wars: The Acolyte y en el de la colombiana Laura Mora las olvidables series Frontera verde y El robo del siglo, también para Netflix, y Los reyes del mundo, un filme bienintencionado pero plagado de simbolismo barato.

Trasladar a la pantalla el realismo mágico (introducción de elementos fantásticos en una narración realista) es más que dificultoso, puedes caer fácilmente en el puro ridículo. Casi diría que es más fácil hacer un musical (en el que la gente, de repente, se dispone a cantar y a bailar) que una película con realismo mágico en la que los personajes empiezan a levitar como en una comedia de José Luis Cuerda o todo un pueblo sufre una plaga de insomnio, que es un poco lo que les ha sucedido a muchos espectadores de Netflix con esta letárgica serie.  

Stanley Kubrick dijo que todo lo que ha sido escrito puede ser filmado. Pero ¿y si 100 años de soledad es, sencillamente, inadaptable al cine o a la televisión? Lo que sus lectores admiran de la novela (su narración, su poesía y la mezcla de realidad y magia) nunca funciona en la serie.

Stanley Kubrick dijo que todo lo que ha sido escrito puede ser filmado. Pero ¿y si 100 años de soledad es, sencillamente, inadaptable al cine o a la televisión? Lo que sus lectores admiran de la novela (su narración, su poesía y la mezcla de realidad y magia) nunca funciona en la serie.

100 años de soledad es una serie fallida porque está acartonada, secuestrada por el respeto al texto de García Márquez, atorada por el miedo a no ser rigurosamente fiel. Ejemplo de ello es su espantosa voz en off, que declama fragmentos literales de la novela y es lo peor de la serie. A veces resulta redundante (explica lo que ya estamos viendo) y otras absurdamente poética. Es tan anticlimática y fallida que en ocasiones tienes la sensación de estar escuchando un audiolibro.

Tampoco ayuda su desastroso ritmo. Si en los dos primeros episodios puedes mantener cierto interés con la creación de Macondo, enseguida descubres que cada nuevo episodio sorprende menos que el anterior y la serie se estanca en una agotadora repetición. Y si el texto es pobre (un puro culebrón plagado de diálogos innecesarios, sin olvidar su contenido político, muy simplón) más pobre es la imagen, casi publicitaria. La fotografía de Sarasvati Herrera y Paulo Pérez nos presenta un Macondo empalagoso y de puro cliché, artificioso, falso. Todo aquí está demasiado calculado, en ningún momento ves algo vivo, con alma, con nervio, imágenes que te arrebaten, te emocionen.  

Todo lo que vemos es académico y, para colmo, aburridísimo. Y encima Netflix amenaza con otras ocho horas en su segunda parte. Menudo suplicio...