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La tumba sin nombre de Chaves Nogales, maestro de periodistas que alertó del auge del fascismo

 El documental Manuel Chaves Nogales, lo que cuenta se adentra en la figura de uno de nuestros escritores más brillantes y, a su vez, más olvidados y ninguneados


En 1983, trasteando entre viejos libros, el librero y editor Abelardo Linares encontró en Chile un ejemplar de A sangre y fuego, compilación de relatos sobre la Guerra Civil de un escritor sevillano que se hacía llamar Manuel Chaves Nogales. Conmovido, Linares devoró cada página de aquel maravilloso libro con el mismo efecto que me provocó a mí leerlo: preguntándose por qué nadie le había hablado de ese escritor, por qué nadie lo había ni mencionado en la universidad, la radio, la televisión o en el suplemento cultural de turno, ese que suele rellenarse con cobas a autores tan fútiles como efímeros. 

Uno de los ninguneos culturales más clamorosos que vivió la Transición, que reivindicó a periodistas y escritores exiliados como Arturo Barea o Ramón J. Sender, es el de Manuel Chaves Nogales. Al leerlo no se entiende tan vergonzoso desprecio. Quizás la razón es que Chaves Nogales, aunque republicano, firme antifascista y víctima de la persecución de franquistas y nazis, también denunció el terror del bando republicano y del daño a las libertades de la llamada dictadura del proletariado en Rusia. Según escribió, para él “pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando a mujeres y niños inocentes”.

Obviamente, esta postura en la cainita España no te genera las amistades y los contactos necesarios como para ser reconocido en una facultad de periodismo (hoy en muchas ni citan a Chaves Nogales, algo realmente escandaloso) y no digamos acabar apareciendo, foto incluida, en un libro de la EGB o la ESO. Para tal menester ya estaban los literatos tipo Camilo José Cela, intelectual oficial además de colaborador del aparato censor y propagandístico del régimen fascista.

Pero no solo la obra de Chaves Nogales es magnífica, quizás su vida lo sea más todavía. De película. Entró a trabajar en una redacción sevillana con solo trece años, palpando el ensordecedor trajín de las máquinas de escribir Underwood y aquel fumeteo incesante. Años más tarde, lo primero que hizo cuando le dejaron escribir y publicar negro sobre blanco fue denunciar el uso del eterno tópico para presentar en la prensa a los andaluces. A saber: religiosos, fiesteros y holgazanes.   

Le fascinaba la aviación (pónganse en la piel de un aventurero periodista en los años 20) y su primer gran reportaje, para El Heraldo de Madrid, fue el dedicado a la pionera de la aviación Ruth Elder, con la que viajó desde Lisboa a Madrid. Con aquel reportaje, en el que expuso el viaje, la personalidad de Elder y el espectacular recibimiento en Getafe, ganó el prestigioso Mariano de Cavia de Periodismo en 1928.

Chaves Nogales solía aparecer en las fotografías de sus reportajes, pero lo hacía más para dar fe que por vanidad

Tras la crónica de este acontecimiento aéreo, el autor de A sangre y fuego se pasó tres meses fuera de España y acabó en Moscú, buscando a Trotsky, nada menos. En el viaje hasta lo dieron por desaparecido, se perdió su pista en medio del Cáucaso y su periódico llegó a titular “Hemos perdido a Chaves”. Obviamente, su talento, arrojo y carisma lo llevaron a ser conocido, a labrarse una firma, un sello, pero nunca un personaje como otros corresponsales cantamañanas que se dieron a conocer en el siglo XX. No daré nombres, pero ya se los imaginan.

Chaves Nogales solía aparecer en las fotografías de sus reportajes, pero lo hacía más para dar fe que por vanidad. De hecho, hay quien ha considerado a Chaves Nogales como uno de los precursores/inspiradores del Nuevo Periodismo de los años 60, en el que el escritor se involucraba personalmente en su crónica, que la hacía literaria (en comparación con el llamado, despectivamente, “periodismo de oficina”), pero lo cierto es que el fabuloso escritor sevillano poco tiene que ver con el exhibicionismo yanqui de Truman Capote, Tom Wolfe o Gay Talese.  

 

Y hablando de yanquis: ¿por qué ellos promocionan y comercializan tan bien a sus grades plumas y nosotros seguimos sin tener ni idea de hacerlo? Chaves Nogales, testigo de los grandes avances del los 20, la llegada de los fascismos en los 30, la Guerra Civil, la invasión alemana de París y los bombardeos nazis contra Londres, es un personaje de película... que nunca veremos porque tendría que ser tremendamente ambiciosa y cara. Nada se sabe, por cierto, de la supuesta adaptación al cine de A sangre y fuego que iba a rodar J.A. Bayona con guion Agustín Díaz Yanes.   

Manuel Chaves Nogales, lo que cuenta, que podéis ver en RTVE Play, también recuerda la aventura del diario Ahora, el gran sueño cumplido de Chaves Nogales. El Ahora era un gran periódico que se propuso competir con el ABC, que era lo que se llamaba entonces un “periódico ilustrado,” con dibujos y fotografías. El Ahora, del que Chaves Nogales era subdirector, se presentaba como “diario gráfico” y llegó a lograr tiradas de hasta 100.000 ejemplares y publicó textos de Miguel de Unamuno, Valle Inclán o Pío Baroja.

Muchos españoles sufrieron el desengaño y la derrota de Chaves Nogales, ferviente republicano que se mojó en política y pensó que la distancia objetiva no era lo más decente en aquellos años

El sueño del Ahora, que​ logró superar, con sus estupendas fotografías y reportajes, al ABC, murió con el desastroso desenlace de la guerra, en 1939. El 28 de marzo de ese año, salió a la calle el último número del ABC republicano (en la guerra hubo dos ABC: el de Madrid, del bando republicano, y el de Sevilla, en el sublevado). Al día siguiente, tras la entrada en Madrid de los fascistas, el ABC madrileño saló a la calle con una portada dedicada a Franco y pocos días después publicó en portada un dibujo a toda plana celebrando el 50 aniversario de Hitler, cuyas criminales medidas antisemitas fueron aplaudidas por sus periodistas y firmas invitadas. 

De la guerra civil rusa pasó a la nuestra y por el camino alertó sobre el auge del fascismo que iba a arrasar España

Muchos españoles sufrieron el desengaño y la derrota de Chaves Nogales, ferviente republicano que se mojó en política y pensó que la distancia objetiva no era lo más decente en aquellos años. La revolución rusa le pareció en un principio el admirable advenimiento de “una nueva humanidad”, pero también pensó que finalmente “erró la senda” apostando por una dictadura. De todo ello da cuenta en su magistral libro El maestro Juan Martínez que estaba allí.

De la guerra civil rusa pasó a la nuestra y por el camino alertó sobre el auge del fascismo que iba a arrasar España. En la serie de reportajes titulada Bajo el signo de la esvástica explicaba cómo se vivía con el fascismo en el poder y cómo su propaganda calaba, sobre todo, en los más jóvenes. También su encuentro con el máximo responsable de esa propaganda: el ministro Joseph Goebbels, “un tipo ridículo, grotesco, con su gabardinita y su pata torcida, de esa estirpe dura de los sectarios”.

Vivió después el golpe militar y la guerra española y Chaves Nogales tuvo que dejar su país para salvar la vida. Y de París, donde vivió cómo el gobierno abandonaba a su pueblo dejando en manos de los fascistas (y de los miles de colaboracionistas), viajó a Londres, donde trabajó a destajo haciendo “periodismo de oficina” y hasta montó una agencia de noticias. Allí vivió los bombardeos alemanes y el ejemplar arrojo colectivo de los londinenses. Y también allí murió, con solo 46 años, sin ser testigo del fin del nazismo y con Franco en el poder. Sobre aquel sanguinario personajillo escribió: “Ese hombre sin imaginación… no cabe mayor tragedia para un pueblo”.   

En mi última mudanza madrileña, cuando tuve que buscar un pisito que pudiera alquilar con mis modestos ingresos, recalé en el barrio de Hortaleza. Paseando, conociéndolo, descubrí pasmado la calle Manuel Chaves Nogales, una calle cualquiera, vulgar y apartadísima del centro de la ciudad. Yo ya había leído casi todos sus libros y me pareció un insulto, pero lo peor es que gracias al documental Manuel Chaves Nogales, lo que cuenta también he descubierto que su tumba, en Londres, no tiene ni una mísera lápida. No tiene ni nombre.