La reacción xenófoba a la inmigración deja en suspenso uno de los pilares de la UE: el Tratado de Schengen
Schengen surgió como uno de los hitos de la integración europea, sin embargo en el transcurso de los últimos años este ha sido objeto de ataques por el emergente discurso antimigratorio
El Tratado o Acuerdo de Schengen surgió como uno de los numerosos actos de integración en el continente europeo. Originalmente firmado por Alemania Occidental, Bélgica, Francia, Luxemburgo y los Países Bajos a mediados de los años 80’, en la actualidad abarca hasta 29 estados, incluso algunos que no forman parte de la UE, y otros que decidieron formar parte de esta, pero no del tratado Schengen.
Este ha sido popularmente conocido por abarcar uno de los pilares de la UE como organización internacional; la libre circulación de personas, sin embargo, esta ha sido vilipendiada y limitada en muchas ocasiones, la última vez en noviembre por parte de Alemania, a quién le siguió un entusiasta Países Bajos. La ministra neerlandesa de Migración, Marjolein Faber, anunciaría en un comunicado de prensa: “Es hora de abordar la inmigración irregular y el tráfico de inmigrantes de forma concreta. Por eso empezaremos a reintroducir los controles fronterizos en los Países Bajos a partir de principios de diciembre”.
Las primeras suspensiones del Acuerdo Schengen a razón de la inmigración se dieron allá por 2011, cuando países como Francia, Italia, Dinamarca o Grecia restablecieron sus fronteras interiores, poniendo sobre la mesa la posibilidad de modificación o aclaración, ya que muchos países parte del tratado entendían que había mucho margen de ambigüedad. Nicolas Sarkozy, Presidente de Francia, fue uno de los más enfervorizados a la hora de marcar límites a la UE: “La Comisión podrá determinar las condiciones en que un Estado falla en la vigilancia de fronteras, pero la decisión de restablecer los controles será nacional”. Silvio Berlusconi, Presidente del Consejo de Ministros de Italia, equivalente a la presidencia de gobierno de España, enfatizaba: “No queremos negar el tratado de Schengen, pero estamos de acuerdo en que cuando se presenten circunstancias excepcionales debe ser modificado”. Desde la España gobernada en aquel entonces por José Luis Rodríguez Zapatero, este declaró con conformidad respecto al restablecimiento de controles interiores limitados.
Ya por estos años la influencia de la ultraderecha se hacía notar, ya que Berlusconi tenía como socio político a la Liga Norte. Umberto Bossi, ministro de Berlusconi y Secretario Federal de La Liga llego en un mitin a amenazar al mandatario italiano: “Tu liderazgo está en riesgo en las próximas elecciones si no cumples los deseos de la Liga”, aseguró Bossi, quién unos años después sería condenado a varios años en prisión por malversar junto a su hijo fondos de La Liga Norte.
Por otro lado, Sarkozy para las elecciones que ganó en 2007 seduciría al electorado de Le Pen padre haciendo campaña en torno a la inseguridad ciudadana. Esto propiciaría la toma de las riendas del Frente Nacional francés por parte de su hija, Marine Le Pen. Sarkozy ya contaba con un gato pardo entre sus elegidos del gobierno, Claude Guéant, quien asumió la cartera de interior del país galo en febrero de 2011, durante la ‘crisis de los refugiados’, pero que desde 2002 estaba asociado con Sarkozy. Guéant durante 2011 pedía ‘mano dura’ contra la inmigración, lo que le valieron reproches por legitimar el discurso de la ultraderecha.
Guéant pertenecía al mismo partido que Sarkozy, la UMP (Union pour un mouvement populaire), formación política que contaba con un ala dura en torno a la inmigración y que no tuvo ningún problema en asumir el argumentario del Frente Nacional, esto no evitaría que la UMP acabará cosechando una derrota en las elecciones presidenciales de 2012 frente a los socialistas. Por otra parte, el Frente Nacional casi duplicaría sus votos.
De estas influencias llegaría un primer torpedo a la libertad de circulación. Este conllevó el establecimiento de criterios bajo los cuales se puede suspender esta libertad de circulación. Esencialmente, solo se podría llevar a cabo como último recurso y ante circunstancias excepcionales, así como durante un tiempo estrictamente limitado.
Abrir esta veda nos ha llevado a casos como el de Eslovenia el pasado verano, quién restablecería sus controles fronterizos con Hungría y Croacia con la excusa de la Eurocopa a pesar de que ningún partido de esta se disputaba ni en Eslovenia, ni en Croacia, ni en Hungría, y que los mantendría hasta este mes de diciembre, o el caso de Francia, donde Barnier decidiría también mantener controles fronterizos como guiño al electorado antiinmigración, repitiendo movimientos políticos de hace 13 años.
La libertad de circulación ha servido como chivo expiatorio muy visible en determinados momentos de tensión política en los diversos países de la UE, a pesar de que esta consta con un marco jurídico común en la parte de asilo que hace recaer la responsabilidad de muchas de las llegadas a la UE en los países que tienen frontera exterior, como España, Grecia, Italia o algunos en el norte de los Balcanes, mediante el popularmente conocido como Reglamento Dublín, del que estos países no en pocas ocasiones se han posicionado como detractores, mientras que los países del interior de la UE señalan a aquellas personas que se mueven desde estos bordes exteriores hacia el interior, siendo este uno de los muchos desencuentros dentro del seno de Europa.
Sin embargo, también se debe poner sobre la mesa el giro de volante que ha tomado el continente durante estos últimos 15 años. De aquellas primeras asunciones de un discurso agresivo y excluyente hacia las personas migrantes por parte de la derecha considerada por muchos como moderada, hoy tenemos como resultado una normalización de discursos abiertamente xenófobos y que vinculan a las personas migrantes con la delincuencia o la puesta en marcha de iniciativas parecidas al plan Meloni en Albania, buscando externalizar las fronteras europeas a costa de los Derechos Humanos de las personas migrantes.
En la actualidad, un tercio de los miembros del acuerdo Schengen tienen restricciones de movilidad. Además de Francia, Alemania y Eslovenia, también las tienen Noruega, Suecia, Austria, Italia, Dinamarca, y Países Bajos ha sido el más reciente en incorporarse.
Resulta difícil predecir en qué desembocará esta mezcla dentro de una organización como la UE, constituida en pilares liberales que a todas luces chocan con los nuevos gobiernos dispuestos a socavar el marco jurídico internacional asentado dentro de la propia organización europea.