Este documental, en el que destacan los testimonios de la activista Simone Zimmerman y del exsoldado Avner Gvaryahu Gvaryahu, es un contundente trabajo sobre la propaganda, los grupos de poder y el apartheid israelita
Israel es una potencia militar, pero también una potencia propagandística y es el perfecto ejemplo de la eficacia de la propaganda expandida en los medios de comunicación de medio mundo durante décadas. También a nuestro país, donde Israel cuenta con sus agentes económicos y mediáticos, llegó la propaganda, la leyenda de esa joven y aguerrida nación acosada por los terroristas. La épica del triunfo de la guerra de los Seis Días, conflicto entre Israel y una coalición árabe, mezclada con el holocausto, creó un relato perfecto.
Cuando uno acaba, tocado pero esperanzado, el visionado de este documental de Erin Axelman y Sam Eilertsen, concluye que ese relato de Israel está levantado sobre cuatro grandes pilares: el lavado de cerebro, el victimismo, los grupos de poder y la ocultación.
El lavado de cerebro se lleva a cabo, claro está, en colegios, universidades y medios de comunicación del propio Israel, pero también en los medios y en las universidades de los Estados Unidos, el gran aliado del gobierno criminal con sede en Jerusalén.
Gran ejemplo de este pilar es Jacqui Schulefand, coordinadora, en la universidad de Connecticut, de UCONN Hillel para la vida estudiantil judía. A esta educadora judía, furiosa nacionalista, se le corta la voz de la emoción al hablar de Israel y de los alumnos que se han alistado su ejército. Schulefand proclama convencida que “el judaísmo es Israel e Israel es el judaísmo”.
La visión de UCONN Hillel la resumen con estas palabras en su web: “Crear una comunidad que enriquezca las vidas de los estudiantes judíos para que se sientan inspirados a hacer compromisos duraderos con la vida judía, el tikún olam (reparar el mundo), el aprendizaje e Israel”. Los compromisos duraderos tienen que ver, claro, con propagar en los campus y sus relaciones sociales el relato israelita. La propia Schulefand lo reconoce abiertamente en el documental: “Necesitamos publicistas”.
En Israelism el victimismo está representado por el abogado y activista Abraham Foxman, víctima del holocausto y director nacional de la Liga Antidifamación (ADL) de 1987 a 2015. Foxman, que logró cierta fama cuando arremetió contra Mel Gibson por considerar su película La pasión de Cristo antisemita, es uno de esos lobistas preocupados por la actual juventud, atenta, gracias a su móvil, a los horrores que se transmiten desde Gaza y que está empezando a cuestionar o atacar el relato israelita.
A pesar de la presión y de las irrebatibles informaciones, poco cabe esperar de la reacción y el futuro de la ADL. El sucesor de Foxman en la organización, Jonathan Greenblatt, exejecutivo de Silicon Valley y exfuncionario de la administración Obama dijo en un discurso, en 2022, que “el antisionismo es antisemitismo”. De primero de victimismo, vamos.
Mike Huckabee, a quien Trump ha elegido nada menos que como su embajador en Israel, ha llegado a decir que “no existe tal cosa como un palestino”
Fue precisamente Barack Obama el que dijo que “la relación de Estados Unidos con Israel es irrompible hoy, mañana y para siempre”. Haga lo que haga. Y aquí entra en escena el tercer pilar: los grupos de poder. Y uno de los más grandes es la Casa Blanca. Lo ha sido siempre y ahora de forma más corrompida y peligrosa para los palestinos. Solo hay que leer sobre ellos al exgobernador de Arkansas Mike Huckabee, a quien Donald Trump ha elegido nada menos que como su embajador en Israel. Huckabee ha llegado a decir, literalmente, que “no existe tal cosa como un palestino”.
En la propaganda y el relato israelita es fundamental borrar de la historia a los palestinos
Y, precisamente, negar la existencia de los palestinos es la clave del cuarto y último pilar: la ocultación. En la propaganda y el relato israelita es fundamental borrar de la historia a los palestinos, a los que han robado sus tierras, han torturado (Israelism nos da testimonios de ello) y asesinado y tratan como a subhumanos, seres inferiores.
Pero a pesar de todo, y aunque los medios de comunicación de todo el mundo (y por supuesto los españoles) están normalizando un salvaje genocidio perpetrado día a día por Israel, existe gente increíble como Simone Zimmerman, activista judía, colaboradora de Bernie Sanders y cofundadora del grupo IfNotNow, una mujer valiente que creció con la consigna de que apoyar a Israel era fundamental para su identidad judía. Hasta que visitó los Territorios Palestinos Ocupados y comprobó en persona el sistema de apartheid bajo el que viven millones de personas, una flagrante opresión y negación de su libertad.
En Israelism, Zimmerman, que ha perdido trabajos, amigos y familia por su activismo, es una buena preceptora para que conozcamos la gran ficción israelita. Ella recuerda que en su educación nunca se le habló de los palestinos. Tampoco leyó jamás las palabras ocupación, colonias, apartheid o limpieza étnica. Sí le leyeron, en cambio, el cuento de que los israelitas llegaron a una tierra yerma y la convirtieron en un gran vergel, una fábula que caló en generaciones de judíos norteamericanos como ella durante décadas.
También la engañifa de que Israel estaba rodeado de terroristas cuando era todo lo contrario: fueron los israelitas los primeros terroristas y su terror se perpetuó con una primera Nakba (la destrucción de la sociedad y la patria palestina entre 1947 y 1948, con 750.000 personas expulsadas de su tierra) y una segunda el año pasado, con la evacuación forzada de más de un millón de palestinos hacia el sur de la Franja.
Otro de los grandes enemigos del relato israelita es Avner Gvaryahu Gvaryahu, también protagonista de Israelism. De familia sionista, educado en una yeshivá (centro de estudios de la Torá y del Talmud) y voluntario con los Scouts israelíes, Gvaryahu se unió a las Fuerzas de Defensa de Israel. En ellas descubrió las barbaridades que cometen en tierras palestinas y fue testigo directo de brutales torturas. Tras su servicio militar, se unió a Breaking the Silence, organización de soldados veteranos que han servido en el ejército israelí desde el comienzo de la Segunda Intifada y exponen la realidad de los Territorios Ocupados y cuyo objetivo es poner fin a la ocupación.
Todos esos jóvenes judíos norteamericanos están viviendo su Vietnam como sus padres o abuelos vivieron el suyo
Las imágenes de Israelism, enriquecidas por las experiencias de Zimmerman y Gvaryahu, ponen los pelos de punta: casas robadas y marcadas con la Estrella de David como cuando los nazis marcaban las casas judías con el mismo símbolo, niños forzados, colonos en pleno robo de casas, enormes barrios de colonos que se extienden como un tumor mortal… Pero cada vez hay más judíos norteamericanos a los que les han abierto los ojos. Y como se dice en Israelism, que se puede ver en Filmin, muchos de ellos “fueron a Israel y regresaron de Palestina”.
Todos esos jóvenes judíos norteamericanos (a los que el lobista Abraham Foxman llama “malcriados”) están viviendo su Vietnam como sus padres o abuelos vivieron el suyo.
Y se están organizando para denunciar el genocidio, como lo están haciendo jóvenes de todo el mundo. Y aunque el lavado de cerebro, el victimismo, las presiones de los grupos de poder y la ocultación van a continuar, son conscientes de que todo acto de protesta, todo escrito o imagen contra el genocidio son indispensables para acabar con el viejo y herido relato sionista.