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Giorgia Meloni: quién es la líder que España condecoró

 Historia de la líder de la ultraderecha italiana, entre la nostalgia del fascismo y el pragmatismo atlantista. Una primera ministra que gusta a todos, incluso al establishment europeo


Giorgia Meloni, la primera ministra italiana de ultraderecha, ha sido condecorada por el gobierno español con la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, uno de los títulos honoríficos más destacados del país. Un reconocimiento que llega en un momento de gloria para Meloni: mientras Francia carece de gobierno, Alemania se prepara para elecciones anticipadas y el ejecutivo español se mantiene con una ajustada mayoría, su poder parece sólido. Y tras el ingreso de facto en la mayoría de la Comisión Europea con su fiel aliado Raffaele Fitto, nombrado vicepresidente por Ursula Von Der Leyen, el influyente medio Politico la calificó como «el hombre más poderoso de Europa». Lo de «hombre» no es casual, ya que ella siempre ha insistido en ser llamada el presidente, y no la presidente.

Pero, ¿quién es Giorgia Meloni, y cuál es el secreto de su éxito tan envidiado por los líderes de la ultraderecha europea, primero Santiago Abascal? Para entenderlo, hay que dar un paso atrás. El partido que Meloni lidera desde su fundación, Fratelli d’Italia (FDI), languideció durante años en las encuestas, apenas por encima del umbral mínimo del 3%. Aunque formaba parte desde el principio de la coalición de centroderecha, la formación estuvo mucho tiempo eclipsada por la competencia de Silvio Berlusconi por un lado y de Matteo Salvini por el otro. Pero Meloni supo esperar, construyendo la imagen de underdog: una política que viene desde abajo, desde la militancia en los barrios populares de Roma.

Como en todos los mitos, hay algo de verdad. Meloni ingresó muy joven, aún estudiante de secundaria, en la rama juvenil del Movimento Sociale Italiano (MSI), el partido fundado por los excombatientes del fascismo en la Italia de posguerra, considerado durante décadas un paria por el resto de las fuerzas políticas. Fue en esa época, con menos de 20 años, cuando la entrevistó una televisión francesa: «Mussolini fue un buen político. Todo lo que hizo, lo hizo por Italia», dijo. Esa entrevista, olvidada en los archivos, se volvió viral hace unos años. Desde abajo, Meloni ha seguido todas las transformaciones de la extrema derecha, y con éxito. En casi toda Europa, los partidos de su espectro político han sido marginados de las alianzas con otras formaciones, incluso conservadoras. No en Italia, donde desde los años 90 los herederos del fascismo han sido legitimados. Así, con 31 años, Meloni se convirtió en Ministra de Juventud durante el tercer gobierno de Berlusconi; a los 35 fundó el partido que aún dirige, con el cual llegó al poder. Fratelli d’Italia es el heredero del MSI, que pasó antes por otras transformaciones, y conserva su logo: una llama tricolor que surge de un rectángulo. Su origen no está claro, pero una de las versiones más conocidas asegura que simboliza el espíritu de Mussolini ardiendo desde su tumba.

Meloni aprovechó su papel en la oposición, especialmente cuando todos los demás estaban en el gobierno, una práctica común en los últimos 15 años de política italiana. Cuando en 2021 Mario Draghi, ex presidente del Banco Central Europeo, fue nombrado primer ministro con el apoyo de prácticamente todos —centroizquierda y centroderecha, incluso los populistas del Movimiento 5 Estrellas y la derecha radical de la Lega—, Meloni fue de los pocos que quedaron fuera. Una decisión que rindió frutos: mientras los demás caían, ella creció rápidamente, y su pequeño partido se convirtió en la primera fuerza política de Italia. En 2022 se volvió a las urnas, y el resultado fue inequívoco: la coalición de derecha ganó, y Giorgia Meloni es la primera mujer en liderar un gobierno italiano.

La Meloni de la oposición dio paso a la Meloni de gobierno. Durante mucho tiempo, se habló de ella y de su partido como una derecha social: conservadora en valores pero cercana a los desfavorecidos. En el Palazzo Chigi, sede del gobierno italiano, Meloni sigue siendo de derecha, pero no tan social. Apenas llegó al poder, abolió el Reddito di Cittadinanza, una de las principales medidas contra la pobreza instauradas poco antes de la pandemia. Cuando la Unión Europea aprobó la reforma del Pacto de Estabilidad —que Meloni y los suyos habían criticado en el pasado—, Italia firmó sin demasiados reparos. Entre los últimos temas en manos de su gobierno está la crisis del sector automovilístico: poco se ha hecho, salvo privatizar la única empresa italiana que produce autobuses.

No es en política económica donde Meloni ha decidido destacar, sino en otros aspectos. Su gobierno, por ejemplo, tiene una inclinación por crear nuevos delitos: tras un inofensivo rave en el norte de Italia, se aprobó un decreto urgente para criminalizar este tipo de eventos; tras las protestas pacíficas de los movimientos climáticos, se endurecieron varias leyes que convierten en ilegales muchas formas de manifestación. Las oposiciones llaman a estas normas «anti-Gandhi» porque incluso el célebre líder indio acabaría en prisión en la Italia de Meloni. También está el capítulo de la inmigración. El gobierno debe gran parte de su popularidad a sus posturas antimigrantes, y varios miembros del ejecutivo han hablado de «sustitución étnica» a causa de los recién llegados. La política migratoria de Meloni sigue la línea de sus predecesores —pagar a gobiernos y milicias del norte de África para retener a quienes huyen, sin preocuparse demasiado por los derechos humanos—, pero ha añadido un toque propio: Albania. Gracias a un acuerdo con el líder socialista albanés Edi Rama, el gobierno italiano ha abierto centros en el país vecino para deportar a algunos de los migrantes que llegan. Un pacto criticado por las organizaciones de derechos humanos y bloqueado por los tribunales italianos. A día de hoy, los centros están vacíos, pero lo que importa es el precedente: los gobiernos progresistas de Alemania y el Reino Unido ya han dicho que quieren imitar el modelo de la ultraderecha italiana.

La continuidad, con un giro a la derecha, también es el mantra de las políticas climáticas y energéticas: Meloni ha seguido la línea de sus predecesores, muy cercana a los intereses de ENI, la gran empresa estatal de extracción, basada principalmente en el gas fósil. Pero le ha añadido la idea de un posible regreso a la energía nuclear, rechazada en Italia por dos referéndums. Nadie sabe si es una intención real o solo un ejemplo de cultural war, las guerras culturales al estilo estadounidense en las que Meloni y los suyos son maestros: entre los enemigos del ejecutivo están la comunidad LGBTQ+, el derecho al aborto, los coches eléctricos, las zonas de tráfico limitado, los límites de velocidad y las multas a los no vacunados.

Meloni ha aprovechado un contexto especialmente favorable, donde las izquierdas están en crisis y el dique democrático contra las extremas derechas lleva roto casi treinta años. Pero ha sabido aportar un elemento novedoso: la aceptación de los herederos del fascismo en los salones del establishment europeo. Su punto de inflexión ha sido la política exterior: el apoyo a Ucrania e Israel ha sido, en muchos sentidos, su arma secreta. Aunque tuvo que desdecirse de sus posturas euroescépticas y críticas hacia Occidente, el gobierno ultraderechista italiano se ha alineado con Washington y Bruselas. Ni siquiera el hecho de que el ejército israelí disparara contra soldados italianos en la misión de la ONU en Líbano hizo cambiar de opinión al gobierno.

Esa es la verdadera lección de Meloni para el resto de la política europea: si se toman las decisiones correctas en política exterior y económica, el resto es permitido sin demasiadas repercusiones, ya sea sobre salarios, migrantes, derechos LGBTQ+, sindicatos o clima. Y Vox, por ahora en la oposición, toma apuntes.