‘El Loco. Los silencios de Quintero’: retrato de un periodista fascinado por los marginados pero también por la élite
La miniserie de Rocío Cañaveras y José Rueda indaga en la dual personalidad del comunicador andaluz y en los más recordados momentos de su carrera, entre ellos su famosísimo encuentro con Rafi Escobedo antes de suicidarse y la vergonzosa censura que sufrió en Televisión Española
Periodistas como Truman Capote o Tom Wolfe amaban su oficio, pero amaban más el éxito, la fama y el dinero. Por eso se crearon un personaje público que iba más allá de limitarse a hacer bien su trabajo. En España hicieron lo mismo muchos periodistas de los ochenta y noventa, personajes tremendamente egocéntricos y populares como Fernando García Tola, Mercedes Milá, Jesús Hermida, Francisco Umbral, Terenci Moix, Encarna Sánchez o José María García.
En aquella España convivían los periodistas sin nombre ni ego con las estrellas de la tele o la radio, que ganaban pastizales. Quintero pertenecía a este segundo grupo, pero fue respetado por el primero. Y es indudable que vivía una gran dualidad: le interesaba de la misma manera el personaje que se encontraba en la barra de un bar que un ministro. Quintero, además, nunca pareció interesado en entrevistar a alguien “normal”. O entrevistaba a marginados o a gente popular, los famosos oficiales: Tita Cervera, Lola Flores, Carmen Sevilla, Antonio Banderas, Julio Iglesias, Rocío Jurado, Bárbara Rey… los de siempre. Porque Quintero podría tener alma de poeta (y como poeta era bastante cursi), pero siempre buscaba tener mucha audiencia, igual que Motos y Broncano hoy.
Quintero se veía como ese psicoanalista que pregunta poco y escucha mucho y logró hacer algo único
Lo que diferenció a Quintero, y de ahí el título de esta breve miniserie, es que descubrió el gran valor del silencio en una entrevista. Ante un mundo entregado al ruido y la velocidad, Quintero no corría a repreguntar y se quedaba callado, mirando a su entrevistado. Y eso incomodaba a su invitado, pero finalmente lo relajaba y el periodista lograba confesiones que otros no conseguían. Se veía como ese psicoanalista que pregunta poco y escucha mucho y logró hacer algo único. Y recordó que entrevistar no es una rutina del periodismo, sino un arte, una disciplina que requiere inteligencia y sensibilidad, como ya demostraron Dick Cavett o Larry King en Estados Unidos.
Como bien recuerda El Loco. Los silencios de Quintero, la carrera del famoso entrevistador tiene dos grandes hitos. Uno es su entrevista, de 1988 y de más de dos horas, con Rafael Escobedo, el hombre condenado por el asesinato de los marqueses de Urquijo y que se puso en contacto con Quintero por medio de cartas en las que le contaba el maltrato que sufría en el penal de El Dueso, en Santoña. “Me tiro horas y horas mirando las rejas de la ventana diciendo ahórcate, termina de una vez con todo esto”, le dijo en la entrevista. Lo cumplió catorce días después en su celda y con unos trozos de sábana atados a los barrotes. Su muerte afectó mucho a Quintero, un hombre dado a las depresiones (a su hija, de pequeña, le decía que papá estaba “malito de tristeza”). Para colmo, siempre pensó que Escobedo era inocente.
El segundo gran hito televisivo de Jesús Quintero, de 2007, cuando gobernaba José Luis Rodríguez Zapatero, es la escandalosa censura que sufrió en Televisión Española, que tuvo la desfachatez de no emitir su entrevista con José María García. En ella, el famoso periodista deportivo, ligado a la derecha mediática, habló de la mafia del fútbol, en la que implicaba abiertamente al empresario Florentino Pérez, a Miguel Blesa (Caja Madrid). También del ataque del Grupo Prisa a Antena 3 Radio, de Miguel Ángel Rodríguez, que quiso acabar con el periodista radiofónico Antonio Herrero (de derechas pero que empezaba a destapar corrupciones del PP) y de José María Aznar, del que dijo que era un hombre podrido de rencor.
Hablando de Aznar, García también recordó, poniendo los pies sobre la mesa usada para la entrevista, aquella patética foto del expresidente en la Cumbre del G-8 celebrada en Canadá a la que asistieron George Bush, Jacques Chirac, Gerhard Schröder, Tony Blair, Silvio Berlusconi y Vladimir Putin. En un descanso, una tertulia de café y puro, sentaron a Aznar al lado de Busch, que plantó los pies sobre la mesa. Aznar, como un perrito imitando a su amo, hizo exactamente lo mismo, momento que captó el fotógrafo. No había mejor manera de definir a alguien que esa foto y García se regodeó en ella.
En aquella entrevista, también habló de Luis Fernández, el presidente de RTVE del que dijo que era “un hombre de Prisa”. Y hasta llegó a decir que “una prueba de libertad” sería que esa entrevista se emitiese. Justo lo que no sucedió. Fernández la canceló y la cadena rotuló: “La Dirección de TVE ha decidido no emitir esta entrevista”. Según TVE, en la entrevista a García no se vertían opiniones, “sino insultos, descalificaciones y ataques a terceras personas”. Una explicación bastante impulsiva, pobre y ridícula.
Quintero, destrozado, presentó su dimisión con todo lo que eso conllevaba para su envidiable tren vida, un acto muy raro de ver en un oficio, el televisivo, plagado de mercenario sin escrúpulos.
El loco de la colina, que llegó a emitirse desde manicomios o prostíbulos, logró las audiencias que conseguía José María García, la estrella de la franja nocturna
Es precisamente José María García el que recuerda en la serie que Quintero empezó en la radio con un espacio que demostró que se podía hacer “otra radio mejor, más seria, más sincera y más amena”. El loco de la colina, que llegó a emitirse desde manicomios o prostíbulos y logró las audiencias que conseguía García, la estrella de la franja nocturna, era un revolucionario programa emitido por Radio Nacional de 1980 a 1982 y más tarde por la SER hasta 1986. Allí Quintero puso una condición: “No quiero publicidad”. Se la aceptaron, pero finalmente un directivo de marketing le dijo que una farmacéutica quería patrocinar su programa y Quintero volvió a dimitir.
El estilo de Quintero ya era conocido por buena parte del país gracias a la radio, pero su salto a la televisión lo convirtió en una figura pública, triunfando en los dos medios, algo que no todo el mundo consigue. Su firma era sinónimo de reposadas entrevistas a gente famosa y también de humor, muchas veces zafio y chusco, porque Quintero llevó a la tele a estrafalarios personajes como El Risitas, Manolito Reyes (Pozí), El Penumbra, El sabio de Tarifa o a Antonio Rivero Crespo (el Peíto). Con ellos la línea entre reírse con alguien y de alguien era muy fina, igual que ocurría con los personajes de las películas de Manolo Summers, muchos sacados de la calle, prácticamente mendigos.
Pero, aunque al dual Quintero le fascinaban los marginados, también le encantaban los triunfadores porque era uno de ellos. Ataviado con sus fulares, sus sombreros o sus chalequillos, era habitual en saraos, tablaos, corridas de toros, alfombras rojas, la Semana Santa, el carnaval, el Rocío, la Feria y hasta en los desfiles prêt-à-porter.
Gastó Quintero la noche y se relacionó igual con la progresía que con la más rancia Andalucía, la de señoritos, toreros, folclóricas y bailaores. La de sus amigos Francisco Rivera Ordóñez o Carlos Herrera, demostrando que quizás no era tan moderno y transgresor como se creía o como nos lo vendieron.
Quintero tuvo la desgracia de sufrir lo que su amigo Antonio Gala más temía en la vida: “Perder la razón, la demencia senil”
El Loco. Los silencios de Quintero, que podéis ver en RTVE Play, tampoco olvida su desastrosa faceta como padre. Como recuerda una de sus hijas, lo más importante para él era la noche, la radio y sus hijas. Pero en ese orden. Golfo impenitente, como pareja fue un desastre y como padre una calamidad, pero, al menos, al final de sus días, necesitado, se acercó a sus hijas Lola y Andrea. Ya era tarde, seguramente, pero logró el perdón y unos últimos años tranquilos, hondos, intensos.
Al final, Quintero tuvo la desgracia de sufrir lo que su amigo Antonio Gala más temía en la vida: “Perder la razón, la demencia senil”. Y el que se hiciera famoso por sus silencios, se entregó finalmente al silencio. Murió sin recuerdos y sin lujos en la residencia Nuestra Señora de los Remedios de Ubrique, Cádiz, mientras echaba la siesta. Atrás dejaba estupendas entrevistas en programas como Ratones coloraos, El lobo estepario, El perro verde, Trece noches, La boca del lobo, Cuerda de presos o La noche del Loco.