Tres claveles rojos reposan sobre su nombre y la estrella amarilla con la letra T de la organización que fundó en 1965. Conviven a la sombra con flores de plástico. Es la foto del instante. Un instante que se vuelve un viaje hacia el pasado. “Al compañero Raúl Sendic” se lee sobre la tumba del líder tupamaro en Montevideo. Sus restos los repatriaron desde París, donde se trataba la enfermedad de Charcot-Marie-Tooth que afecta los nervios que controlan el movimiento muscular. El bebe, como le decían, había sido consecuente con el texto de la poetisa Idea Vilariño que musicalizaron Los Olimareños: “Dejo todos los amores que me llenaban la vida, dejé a mi madre querida y a mis hijos los dejé, dejo todo lo que amé, por irme pa’ la guerrilla”. Su paisana y contemporánea murió un 28 de abril igual que él, pero exactamente veinte años después (1989-2009).
Sendic fue un ejemplo de coherencia revolucionaria, de pensamiento y acción a la par. Nunca se rindió hasta que lo hirieron de un disparo que le deformó la cara. Estudió derecho pero le bastó con llegar a procurador. No quiso alcanzar el título de abogado para evitar que lo llamaran doctor. Rechazó ser diputado nacional por el partido socialista y se proletarizó en el campo. Asesoró al sindicato de zafreros de Bella Unión. Perseguido por la policía y terratenientes que habían puesto precio a su cabeza, pasó a la clandestinidad. Hasta que se transformó en máximo referente del Movimiento de Liberación Nacional (MLN).
El día que sepultaron sus restos en el cementerio del barrio montevideano La Teja, miles de uruguayos siguieron a pie el cortejo fúnebre. El auto porta-coronas se hundía en el asfalto de tantas flores que llevaba, como los claveles rojos que hoy lo acompañan. A Sendic lo despidieron en respetuoso silencio, solo cortado por la consigna que entonaba la multitud: “MLN, Tu/pa/maros…”.
El diputado Gabriel Otero del Movimiento de Participación Popular (la continuidad ampliada del MLN) busca el nicho del Bebe y lo encuentra muy rápido. Va guiado por su conocimiento de ese lugar de peregrinacióndonde descansan otros orientales ilustres. En el cementerio de La Teja o Paso Molino están Tabaré Vázquez, dos veces presidente del país por el Frente Amplio; su esposa María, su vice Danilo Astori, el militante detenido-desaparecido y profesor de derecho, Fernando Miranda Pérez y el célebre relator de fútbol Carlos Solé.
“Yo creo que lo que más lo unió con el Che fue la acción, sin duda y esa cuestión de la libertad del Che, esa cuestión profunda de buscar la libertad, del bocho propio. Los Tupamaros decimos bocho propio. Todo lo que vos quieras, pero bocho propio. No alienación” cuenta sobre Sendic y la idiosincrasia del movimiento el diputado Otero, hijo de dos tupamaros y detenido junto a su madre cuando era niño. Entre las crueldades que hacían los militares de la dictadura soportó que lo bañaran con agua fría o no le dieran suficiente comida. Era un plan sistemático de tortura física y psicológica.
Con el Bebe o Rufo – su nombre de guerra – se ensañaron durante doce años de cautiverio. Contaba el defensor de cañeros, aunque uno más entre ellos, que había pasado “cinco años seguidos con una luz encendida día y noche sobre mí”. Cayó preso el 10 de septiembre de 1972 en la ciudad vieja de Montevideo. Los militares lo monitoreaban agazapados hasta que pudieron atraparlo. Cuando lo detuvieron estaba con su pareja de ese momento, Xenia Itté y otro compañero, Jorge Ramada Piendibeni.
Antes había sido detenido al menos dos veces. La primera ocurrió en 1964, en la provincia de Corrientes, a orillas del río Uruguay. La segunda en Montevideo, el 7 de agosto de 1970. Terminó en la cárcel de Punta Carretas, hoy transformada en un shopping. Pero se fugó junto a otros 105 tupamaros y cinco presos comunes el 6 de septiembre de 1971 después de que la organización guerrillera cavara un túnel durante meses. “Teníamos que hacerlo en el menor tiempo posible” dice José López Mercao, en el documental Raúl Sendic: tupamaro de Alejandro Figueroa.
Durante el escape de la prisión construida en 1915 y cerrada en 1986, el barrio de La Teja donde fue enterrado el guerrillero resultó un lugar clave en la estrategia de distracción del MLN. Se quemaron ómnibus y como recuerda el escritor Mauricio Rosencof, hoy con 91 años, “sacamos de circulación al 60 por ciento de los vehículos enviados por la policía con clavos miguelito”.
Alguna vez Mario Benedetti, amigo cercano de Sendic, le permitió ocultarse en los ’60 en el departamento donde escribía de la avenida 18 de Julio. También le dedicó Todos conspiramos. En un extracto del texto se lee: “estás solo o con pocos que estás contigo mismo y es bastante porque contigo están los pocos muchos que siempre fueron pueblo y no lo saben/ qué bueno que respires que conspires en esta noche de podrida calma bajo esta luna de molicie y asco/ quizá en el fondo todos conspiramos/ sencillamente das la señal de fervor la bandera decente con el asta de caña pero en el fondo todos conspiramos…”.
El jefe guerrillero había nacido en el paraje rural de Chamangá, en el departamento Flores, donde se había instalado su familia de origen vasco francés. El “antihéroe que no hacia alarde de sus virtudes” según Eduardo Galeano, el justiciero, el que no dudó un instante en vivir entre cañaverales junto a sus “peludos” – los trabajadores de la zafra que concientizó y acompañó en sus luchas -, el defensor de la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas (UTAA), el que se ocultaba de casa en casa, de monte en monte; el que cruzaba la frontera con Brasil hacia Sant’Ana do Livramento cuando estaba cercado, el que se formó leyendo a Marx, Lenin y Rosa Luxemburgo, el que fue atendido en Cuba de su enfermedad antes de morir en París.
Sendic, el hombre de pocas palabras pero convicciones irrenunciables, todavía está marchando por las tierras campesinas reclamadas como la primera vez en 1964.
Fuente: Derribando Muros