Nuestras mujeres han discutido, han batallado de forma incansable, y han comprendido que los hombres también sufren
A quienes, frente a la adversidad, han dicho: “Yo no me moveré, muévete tú”
Ángela Davis
Dos mujeres atraviesan un pueblo suspendido en la historia, dentro del reino de España. Son los años ochenta.
Es un pueblo hermoso, pero está construido en yeso y las paredes de las casas se derrumban.
Hay mucha humedad, y mucho frio también, en invierno. La gente es anciana y enferma por la artrosis. También les duele la ausencia de una cultura fuerte. Los propietarios de las tierras son muy inteligentes (o mejor ¿listos?) y poco a poco trasladan su negocio a las rentas fáciles de la construcción enfermiza, sin barreras.
Años después, hay un obrero muerto, porque las botas se encasquillan en la arena, y los propietarios dicen que la culpa era del alcohol que le perturbaba, y hay una juez muy joven, que les dice que esos comentarios ya no se permiten, porque hay, claro, hay pueblos, ciudades, barrios, de nuevo, sí, suspendidos en el tiempo, pero hay algo que se llama dignidad. Y ahora es cuestión de creerlo y ejercerlo.
Pero, en los ochenta, hay dos mujeres que recorren el paseo del pueblo. Son jóvenes, son muy bellas, elegantes, y la historia les pertenece.
Han venido a decir que no van a transigir, y el pueblo las vigila, “entre visillos”. Escandaliza su forma de andar, su gesto libre, su audacia.
Estas mujeres han nacido en una dictadura dura, que les ha negado la existencia, que les ha dicho que no pueden firmar ningún acto jurídico sin consentimiento de un varón, que les ha quitado la sal, el hambre, las ganas de vivir.
Estas mujeres buscaban la libertad de ser, y se encontraron con la arena. Estas mujeres la removieron y afirmaron su paso en la historia. Dijeron: “este es mi cuerpo”, “este es mi pensamiento”.
Expresaron “quiero ser madre, o no”, pero lucharon porque todas tuviéramos medios para afrontar la continuidad, y poco a poco, de forma valiente, incisiva, desgarrada, tomaron el control de territorios y ciudades en decadencia.
Hay dos mujeres que recorren un paseo eterno en los referidos años ochenta, en una ciudad que desaparece. Su ritmo verbal es frenético, se consuelan en el medio del vacío del rito provinciano.
Son estrellas. No les gusta perder el tiempo haciendo comidas, ni dando pucheros. Pero son capitanas de su gente, y morirían por defender sus derechos y su subsistencia. Son capaces de reírse de sus tragedias, porque son altaneras, y heroicas.
No se detienen en los chistes de la vida, y se aburren con los chismes de la ciudad. Prefieren quedarse con las gestas que encuentran en libros que nadie encuentra, excepto ellas. A través de textos raros, se reconocen, y se pierden. Y entonces, un día les es fácil decir los “buenos días” a sus vecinos, y al otro, les pierde el dolor, al decirles “adiós”.
Estas dos mujeres han cambiado la faz de la tierra
Estas mujeres están enamoradas del arte. Leen demasiado. Son peligrosas. Se escapan, se afirman, les conmueve la belleza, se erigen, dan pasos adelante. Crean escuelas y caminos, se hacen sospechosas. La población se detiene ante su andar, firme, y perfecto.
Estas dos mujeres han cambiado la faz de la tierra.
Estas mujeres tienen una mirada amplia y rica, y son tan sabias que pueden cambiar de criterio, porque no tienen miedo, y les gusta aprender, y aprehender el mundo y la vida.
Son inquietas, y desean escuchar las voces de los y de las iguales, los, y las, que dan su trabajo con jornadas desigualmente pagadas. Saben que, en ocasiones, no se llega a fin de mes, saben entonces lo que es el tiempo, y toca arrimar el hombro, la cadera, el tobillo, o lo que haga falta, y juntar las penas, y los manjares, y reiterar: aquí somos, y aquí estaremos.
Porque han salido del cauce, de algún modo. Un día vieron reflejado su dolor e impotencia en una ventana sin limpiar, o quizás demasiado brillante, y pensaron en lo que tenían dentro. Y se quisieron aliar y fugarse, dar fe de sus heridas, contar por todos lados el engaño: la cantidad de amor mal invertido, las horas extras no pagadas, el odio de sus presuntas aliadas.
Hablan de ser libres, pero saben que es mejor decir que hacer, y se escapan. Y dejan abierta las puertas, como no puede ser de otra manera.
Estas mujeres nos hablan: ahora están unos poco asustadas por el resurgir de la extrema derecha, y por las voces reaccionarias que nos dicen que el pensamiento delinque, y que nos imponen una forma única de “ser mujer”.
No entienden estas heroínas porqué, en vez de avanzar, se retrocede. No dan crédito. Han entregado -de forma profunda, tajante, sin ambages- su vida a mejorar la patria, que solo se define desde lo común: las escuelas, los hospitales, las infinitas posibilidades del urbanismo, las viviendas, la justicia (¡!).
Y no comprenden por qué hay voces que, desde el llamado feminismo mainstream, silencian al humor, la infinita capacidad de la libertad y de la autonomía, o ahogan sin fisuras la huida de las cárceles.
Estas mujeres no entienden estos llantos en defensa de una lactancia que dure años, porque ellas creen que pueden volar, y no comprenden este deseo de ser “buenas madres y mejores esposas”.
Mis amigas no comprenden porqué se no hablan con las trabajadoras del sexo. Por qué no se paran a escuchar su voz y sus vivencias
Nuestras mujeres han discutido, han batallado de forma incansable, y han comprendido que los hombres también sufren. Les da bastante pena que el código cultural hegemónico no les permita llorar, con lo sano que es, y con lo tranquilas que se quedan ellas cuando lo hacen
Recuerdan entonces a Ángela Davis, recuerdan que nos enseñó que la esclavitud, en su total deshumanización, terminó igualando a hombres y mujeres. Y que, cuando la población afroamericana consiguió liberarse, las mujeres se relacionaban en términos de igualdad con sus compañeros, lo que favoreció que estas chicas negras abrieran el camino al feminismo en los años 20, reivindicando a través de su música el derecho a disfrutar de su sexo y de la igualdad en todos los sentidos: el patriarcado no es un hecho inexorable.
Nuestras mujeres han discutido, han batallado de forma incansable, y han comprendido que los hombres también sufren. Les da bastante pena que el código cultural hegemónico no les permita llorar, con lo sano que es, y con lo tranquilas que se quedan ellas cuando lo hacen.
Les da ternura ver su necesidad constante de afirmarse, de irse con los colegas a ver futbol, que está bien, pero no tanto no poder contar que están tristes, o vacíos, o que tienen miedo. Porque estas mujeres saben que solo desde la vulnerabilidad se genera la fortaleza. Que solo si nos cuidamos el mundo persevera, y la vida se reproduce de forma linda, y, sobre todo, digna, sin aspirar a más tasas de ganancias.
Pero, hoy, estas dos mujeres recuerdan: El 8 de marzo de 1857, miles de trabajadoras textiles decidieron salir a las calles de Nueva York con el lema 'Pan y rosas' para protestar por las míseras condiciones laborales y reivindicar un recorte del horario y el fin del trabajo infantil.
Fue una de las primeras manifestaciones para luchar por sus derechos, y distintos movimientos, sucesos y movilizaciones (como la huelga de las camiseras de 1909) se sucedieron a partir de entonces. El episodio también sirvió de referencia para fijar la fecha del Día Internacional de la Mujer en el 8 de marzo.
El capítulo más cruento de la lucha por los derechos de la mujer se produjo, sin embargo, el 25 de marzo de 1911, cuando se incendió la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist de Nueva York. Un total de 123 mujeres y 23 hombres murieron. La mayoría eran jóvenes inmigrantes de entre 14 y 23 años.
Según el informe de los bomberos, una colilla mal apagada tirada en un cubo de restos de tela que no se había vaciado en dos meses fue el origen del incendio. Las trabajadoras y sus compañeros no pudieron escapar porque los responsables de la fábrica habían cerrado todas las puertas de escaleras y de las salidas, una práctica habitual entonces para evitar robos.
Al no poder huir, muchas de las trabajadoras saltaron a la calle desde los pisos octavo, noveno y décimo del edificio. La mayoría de las víctimas murieron por quemaduras, asfixia, lesiones por impacto contundente o una combinación de estas causas.
El desastre industrial, el más mortífero de la historia de la ciudad, supuso la introducción de nuevas normas de seguridad y salud laboral en el país.
Hoy, estas mujeres no van a conceder ni un minuto a quienes nos silencian, ni a quienes nos imponen una soga en el cuello por querer pensar y vivir como queramos
Así que, en definitiva, estas mujeres van a recordar a estas trabajadoras, van a salir a la calle a gritar para que acabe de una vez la brecha salarial, la sinrazón de las pobrezas de las madres monoparentales, la precariedad, o la falta de reconocimiento.
Esta batalla, la de los derechos humanos, es la que las sostiene, al igual que sus buenas amigas, las que se alegran en los momentos hermosos, y las que se dan apoyo mutuo en los tiempos duros.
Hoy, estas mujeres no van a conceder ni un minuto a quienes nos silencian, ni a quienes nos imponen una soga en el cuello por querer pensar y vivir como queramos.
Feliz día de todos los días, compis, da igual que sea noviembre, porque, a pesar de todo, amigas, nuestra voz, hoy, es más fuerte gracias a la vuestra.