Es imposible adivinar el futuro y más en este caso ante el impredecible estilo de Trump. Sin embargo, sí podemos analizar algunas de las características de este escenario futuro basándonos en su enfoque político, económico y geopolítico.
La reelección de Donald Trump, no cabe duda, es una confirmación de que el antagonismo de Estados Unidos contra China no es una cuestión temporal ni partidista, sino una estrategia a largo plazo que refleja el consenso político en Washington. La continuidad del enfoque hostil de Trump es probable que se dirija tanto a la escalada en la narrativa anti-China, al refuerzo de las políticas económicas punitivas, como a la aceleración de la rivalidad estratégica.
En relación con la narrativa anti-China, ésta ha sido central en el discurso político de Trump a lo largo de la campaña electoral. Culpar a China de los problemas globales se convertirá en el centro de los mensajes de los medios de comunicación occidentales, tal y como ya ocurrió en su anterior mandato con temas como el COVID-19 o los déficits comerciales. El objetivo será perpetuar e intensificar la imagen negativa de China en la opinión pública global; mientras que, a nivel interno, se utiliza la hostilidad hacia China como herramienta para consolidar el apoyo social, dificultando cualquier intento de desescalar las tensiones a corto plazo.
No es difícil considerar que el segundo mandato de Trump continuará con las políticas de presión económica que caracterizaron su administración anterior y se refuercen las políticas económicas punitivas contra China. Los altos aranceles impuestos a bienes chinos probablemente se mantendrán o incluso aumentarán, lo que para China será una señal clara de que Estados Unidos no tiene intención de regresar a una relación comercial normal. También es predecible que Trump continúe imponiendo restricciones a empresas clave, como Huawei o ByteDance (TikTok), en un esfuerzo por contener su avance tecnológico. E, igualmente, que busque un desacoplamiento progresivo, incentivando a las empresas estadounidenses a trasladar su producción fuera de China.
Podemos esperar que las acciones de Trump se dirijan a debilitar el modelo político y económico chino, tratando de conservar el declinante predominio de Estados Unidos en el mundo. Trump exacerbará la polarización internacional, presionando a otros países para que elijan entre Estados Unidos y China. Y esto dificultará los esfuerzos de Beijing por mantener relaciones diplomáticas equilibradas con aliados de Estados Unidos.
Trump como símbolo de inestabilidad
Donald Trump representa tanto un riesgo estratégico como una fuente de incertidumbre e inestabilidad. Aunque su administración adoptó políticas claramente hostiles hacia China, su estilo de liderazgo, marcado por decisiones imprevisibles y una visión transaccional de la política, introduce elementos de volatilidad que pueden condicionar su relación con China.
No cabe duda que la imprevisibilidad es arma de doble filo. Y tenemos la impresión de que Trump toma decisiones basadas en impulsos, en intereses políticos inmediatos y con una falta de coordinación estratégica a largo plazo. Trump no sigue una doctrina clara, lo que dificulta anticipar sus movimientos. Por ejemplo, su salida de acuerdos internacionales, como el TPP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica), benefició indirectamente a China al debilitar la influencia de Estados Unidos en Asia-Pacífico. Las medidas abruptas como el aumento inesperado de aranceles o sanciones a empresas chinas han creado un entorno de incertidumbre económica global. Pero esta imprevisibilidad puede ofrecer oportunidades de maniobra a China en determinados momentos. Trump combina un enfoque pragmático y transaccional con una retórica nacionalista y anti-China, lo que le genera contradicciones frente a Beijing. A pesar de la guerra comercial, Trump ha mostrado interés en negociar acuerdos si percibe beneficios directos para Estados Unidos. China podría ver esto como una puerta para mantener un diálogo limitado en temas económicos, aunque sin expectativas de una desescalada significativa.
La administración Trump ha estado marcada por tensiones internas y falta de cohesión. Las frecuentes salidas de altos funcionarios y los desacuerdos públicos dentro del gobierno han debilitado la coherencia de las políticas estadounidenses hacia China. Adicionalmente, Trump prioriza frecuentemente su base electoral y los temas internos, lo que podría apartarlo de su guerra contra China.
Tensiones con aliados internacionales
El estilo de liderazgo de Trump ha generado tensiones con aliados tradicionales de Estados Unidos, lo que debilita su capacidad para formar un frente común contra China. Una de las características más notables de la administración Trump ha sido su relación difícil y a menudo tensa con los aliados tradicionales de Estados Unidos.
Trump mantiene una relación fracturada con Europa que ha generado descontento entre los países europeos. Ha tenido desencuentros importantes con Europa en áreas como el cambio climático (salida del Acuerdo de París), el comercio (imposición de aranceles a productos europeos) y la seguridad (críticas a la OTAN). Y estas tensiones debilitan la coordinación transatlántica. Puede llegar a ser posible que Europa, ante la falta de unidad con Estados Unidos, promueva o acepte acuerdos comerciales bilaterales con China al estilo del malogrado, hasta el momento, Acuerdo Integral de Inversiones (CAI) firmado en 2020. Aunque Europa mantiene preocupaciones sobre el ascenso de China, el estilo de confrontación de Trump podría empujar a los líderes europeos hacia una postura más neutral e independiente, reacia a seguir ciegamente la agenda anti-China de Washington.
En Asia, Trump ha tensado las relaciones con aliados clave, como Japón y Corea del Sur, debido a sus demandas de mayores contribuciones financieras y su actitud unilateral. Ha insistido en que Japón y Corea del Sur aumenten significativamente la contribución financiera para las bases militares estadounidenses en sus territorios y podría generar resentimiento y dudas sobre el compromiso de Washington con la seguridad regional. La decisión de Trump de abandonar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) dejó un vacío que se ha llenado con la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), menguando la influencia norteamericana en Asia-Pacífico. Otros países del Sudeste Asiático podrían tener reticencias para alinearse completamente con Estados Unidos debido a la percepción de inestabilidad en las políticas de Trump.
El deterioro de la relación de Trump con Canadá y México también es notable. Trump renegoció el NAFTA en un proceso polémico que generó fricciones con Canadá y México. Canadá, en particular, ha mostrado signos de querer una política exterior menos dependiente de Washington.
El aislamiento en las instituciones multilaterales
Trump ha mostrado un desdén constante por las instituciones multilaterales, lo que ha dejado un vacío que China y los países en desarrollo deberían aprovechar. Aún recordamos la decisión de Trump de retirar a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y las quejas de Trump sobre las Naciones Unidas y la Organización Mundial del Comercio que han debilitado la credibilidad de estas instituciones. La defensa de un orden multilateral alternativo se hace palpable y posible. Nos encontramos ante una falta de liderazgo global, que se manifiesta en el desinterés de Trump por liderar en temas globales como el cambio climático, la salud pública y la cooperación económica, lo que abre un espacio de oportunidad para los países en desarrollo.
La fragmentación del frente anti-China
Las tensiones de Trump con sus aliados complica la formación de un frente cohesionado contra China. Se aprecia una falta de coordinación estratégica entre Estados Unidos y sus aliados sobre cómo abordar la competencia con China, lo que abre la oportunidad para que China profundice sus relaciones económicas y políticas con aliados tradicionales de Washington, como Alemania, Francia o Corea del Sur. Algunos aliados podrían ser menos propensos a comprometerse plenamente con las políticas de Trump hacia China debido a su historial de decisiones impredecibles y falta de compromiso con las alianzas tradicionales.
Las tensiones de Trump con los aliados internacionales de Estados Unidos complican los esfuerzos de Washington por contener a China. Esta situación puede contribuir a consolidar la influencia global de China y a destacar su posición de socio confiable en el escenario internacional.
Los riesgos militares de las decisiones impulsivas
Aunque la volatilidad de Trump puede ofrecer oportunidades para una relajación de las tensiones globales, también hay que reconocer que existe un alto riesgo de que estas decisiones impulsivas puedan escalar las tensiones.
Podemos adivinar tres áreas de riesgo. Cabe el riesgo de que Trump, en un intento de fortalecer su base política, pueda aumentar significativamente el apoyo a Taiwán, provocando directamente a China. También podríamos encontrarnos con acciones militares arriesgadas en puntos críticos, como el Mar de China Meridional, y el consiguiente riesgo de enfrentamientos accidentales. Otra área de riesgo es la extensión de la guerra comercial y tecnológica contra China y que se amplíe con una guerra financiera.
En cualquier caso y a pesar de que pueden abrirse escenarios que ayuden a relajar las tensiones y alianzas globales dirigidas a bloquear la economía china, la elección de Trump es una confirmación de que la confrontación estratégica es imparable y que la hostilidad estadounidense contra China no es un fenómeno transitorio.