Hay un refrán euskaldún que dice: “Kalean uso, etxean otso”. Significa “paloma en la calle, lobo en casa”. Es el caso de Iñigo, el protagonista masculino de la serie Querer, interpretado por un estupendo Pedro Casablanc. Iñigo es un hombre de éxito, que trabaja en el departamento comercial de unos laboratorios, se levanta 9.000 euros al mes, es socio de la elitista Sociedad Bilbaína y pertenece a la alta burguesía vasca.
El tema de Querer es novedoso y valiente: las violaciones en el hogar, las agresiones íntimas y nunca denunciadas, las que no aparecen en las páginas de sucesos
Pero Iñigo, de temperamento furibundo cuando se le lleva la contraía, ha maltratado, vejado y hasta violado a su mujer durante años. Y por eso, y tras tres décadas de matrimonio y dos hijos en común, Miren, su mujer, abandona el domicilio conyugal y lo denuncia por violación continuada en el seno del matrimonio. Esta gravísima denuncia obliga a sus hijos a elegir entre creer a su madre o apoyar la inocencia de su padre, incluso en un durísimo proceso judicial.
El tema de Querer es novedoso y valiente: las violaciones en el hogar, las agresiones íntimas y nunca denunciadas, las que no aparecen en las páginas de sucesos. Un tema que ha sido tabú durante generaciones y que muchos hemos conocido, si no en primera persona, por mediación de amigos que nos han confesado las páginas más oscuras de sus familias. En todas ellas se repite el mismo patrón: maridos que se creen con derecho a forzar a su mujer en la cama, aunque ella no quisiera. Esto, aunque hoy nos parezca tan asqueroso como aterrador, ha ocurrido en miles de dormitorios durante décadas.
En este sentido, la miniserie, de cuatro episodios escritos por Ruiz de Azúa junto a Júlia de Paz y Eduard Sola, es de una originalidad apabullante porque es poco común y difícil tratar un tema no tratado en la ficción televisiva. Y, encima, hacerlo de forma tan delicada, fina, hábil, elegante. Sus diálogos son muy buenos y la construcción de los cuatro personajes principales (el matrimonio y sus dos hijos) muy diestra.
Alauda Ruiz de Azua se dio a conocer, tras 17 años bregando en el mundo del cortometraje, con Cinco lobitos, que no es tan dura como Querer, pero coincide en señalar la dejación de responsabilidades masculinas en el matrimonio y en la familia. Su ópera prima también partía de una buena idea: a una joven le supera su maternidad y es recogida por su madre, que a su vez acaba por necesitar los cuidados de su hija. La película también se desarrolla en Vizcaya y en la sociedad vasca, con un aita amigo de escaquearse y de las sociedades gastronómicas, como tantos aitas (padres).
El resultado, eso sí, no es tan brillante como Querer. Cinco lobitos es una película en la que me costó entrar (la protagonista es demasiado borde), pero me fue atrapando por lo que cuenta. Al fin y al cabo, es un drama que habla de los lazos, la vejez y la muerte y todo en una familia del norte, parecida a la mía. Y a pesar de en ocasiones cae en el gastado cliché de los hombres blandos y jetas frente a las mujeres fuertes e independientes, la película demostró que Ruiz de Azúa era una excelente directora de actores.
En Querer, en cabio, funciona todo. La serie arranca con una primera secuencia en la que Ion y su chica disfrutan en la cama. En esta escena vemos una relación sexual expuesta de manera delicada. Ruiz de Azúa nos avisa nada más empezar la serie: esto es exactamente el consentimiento y ahora os hablaré de lo que no es el consentimiento. Y no lo hace con escenas privadas del pasado de Iñigo y Miren, sino mostrando a Iñigo leyendo a sus dos hijos la denuncia policial que le ha puesto su mujer, la brutal descripción de lo que ella ha sufrido durante años.
En esa tremenda escena ya sabemos (el guion no se anda con ambigüedades) que el padre es un maltratador psicológico. Y lo sabemos por la manera sádica en la que trata a su hijo Ion. Tampoco tardamos en descubrir que Aitor, al que le gusta acelerar salvajemente el coche cuando discute con su mujer, es calcado a su aita, ha heredado sus arrebatos. Aitor no cree a su madre y también trata de forma agresiva a su propia mujer, pero ella, Izaskun, no es de la generación de Miren, de las que tragan, y abandona a Aitor.
La violencia de Querer (irónico título) es psicológica, es una serie que te mantiene en vilo, capítulo a capítulo, sin violencia, sin una gota de sangre, sin gritos. Lo que engancha y sorprende de Querer es que sabe bien lo que es la violencia de género, la violencia psicológica del marido a la mujer infravalorada. Y tiene el arrojo, en el excelente episodio del juicio (el mejor de toda la serie) de ahondar en el asqueroso ninguneo del patriarcado, en la humillación en la que la mujer, para organizar una casa y una familia, para pedir un reparto justo de los ingresos familiares, debe implorar al marido, algo que ha sucedido y sucede en miles de hogares.
Además de estar muy bien ambientada (es una serie muy bilbaína gracias a su iluminación, decorados, vestuario y localizaciones), en Querer también resulta plausible el tratamiento social, de clase. Aunque Miren vive en un pisazo en la Gran Vía de Bilbao, se apellida Torres y nació en la zona obrera de Zorroza, donde acaba refugiándose. Iñigo, en cambio, es de familia bien, los Gorosmendi, que celebran el cumpleaños de la amama (abuela) en un chaletazo. “Que se podía esperar viniendo de donde viene”, llega a decirle Iñigo a un amigo ante la denuncia de su mujer.
Nagore Aranburu se merece todos los premios a los que sea nominada
Pero el mayo aplauso se lo merece Nagore Aranburu, actriz enormísima y rostro habitual del cine vasco y a la que vimos en Negociador, Loreak, Ane, Patria o la miniserie Cristóbal Balenciaga. Aunque cuenta con un buen texto y un gran personaje, no es nada fácil lograr lo que logra Aranburu en esta serie, esa brillante y muy natural mezcla de fragilidad y fortaleza caiga quien caiga, su marido o sus hijos si se da el caso. Nagore Aranburu se merece todos los premios a los que sea nominada y espero que sean muchos.
Querer, en fin, es una serie didáctica, necesaria y reveladora. Didáctica porque muestra lo que muchas mujeres han sufrido, un horror que suele ser despachado como “discusiones apasionadas” de “parejas infelices”, como repite el manipulador Iñigo. “¿Vas a meter en la cárcel a todos los aitonas (abuelos)?”, le pregunta a Miren su hijo Aitor. Necesaria porque deberían verla las viejas y las nuevas generaciones. Reveladora porque muestra que lo que le sucede a Miren es un delito y muchas mujeres todavía no saben que lo es. Hay una frase del guion de la película que define muy bien esta cuestión: “Me costó años reconocerme como víctima”.
Nagore Aramburu hasta llegó a confesar que en el Festival de San Sebastián, tras la proyección de la serie en el Kursaal, le paró una mujer en la calle. Querer le había tocado de tal manera que casi no podía hablar. Causa escalofríos pensar en las mujeres que vean esta serie y se digan: me pasó. Y él se fue de rositas.
Lo peor: el cuarto capítulo y la innecesaria escena de cama entre Ion y su novio y el posterior accidente de coche. Se entiende la intención, pero es una escena tan forzada como precipitada, un parche redundante en un buen guion.
Lo mejor: Nagore Aramburu y el gusto y la clase de Movistar Plus+, que vuelve a demostrar que en formatos de ficción le da sopas con honda a RTVE, Netflix, Mediaset y Atresplayer