La izquierda solo tiene sentido si gobierna para llevar a cabo cambios estructurales a pesar de todas las resistencias
La eurodiputada de Podemos, Irene Montero, durante la presentación de su libro 'Algo habremos hecho' — Jesús Hellín / Europa PressEl libro de Irene Montero ha dejado algunos titulares impactantes en los medios de comunicación, pero creo que, más allá de la polémica, su lectura detenida puede ser muy útil para todas las personas que buscan avanzar en derechos desde una perspectiva democratizadora. Me gustaría extraer tres valiosas enseñanzas a partir de una interpretación personal.
En primer lugar, avanzar en justicia social y feminismo exige perseverancia. Confieso que el libro me ha provocado cierta angustia. Me consta que su intención es la de sembrar esperanza para seguir logrando transformaciones en adelante, pero el relato ―bastante aséptico, nada victimizado― que hace Montero de todos los ataques recibidos y de las dificultades que afrontaba en el camino no puede dejar indiferente a nadie. El precio que a ella y a más dirigentes de Podemos les han hecho pagar por defender a las gentes de abajo es demasiado alto. No encontraremos a muchas personas dispuestas a sufrir tanto por defender causas justas. Y esto es un serio problema en una (pretendida) democracia.
Con todo, en la década pasada hemos aprendido que impulsar las transformaciones que España necesita conlleva padecer altas dosis de violencia política. Impugnar la violencia oculta de un sistema injusto siempre va a generar una reacción oligárquica. Lo que quizás no sabíamos es que el sistema constitucional de 1978 ni siquiera serviría para evitar la guerra sucia contra la posibilidad de aplicar un programa en buena medida socialdemócrata.
La ilusión moviliza ocasionalmente, pero Irene Montero se decanta por la mayor fortaleza de la esperanza
Pero esto no quiere decir que los cambios sean imposibles, como evidencia el curso de la historia. Lo que debemos aprender las generaciones que nos movilizamos contra las consecuencias de la Gran Recesión es que no es viable conquistar derechos con un brote coyuntural de ilusión, sino que son necesarias las capacidades organizativas y los valores cooperativos de forma sostenida en el tiempo. Las luchas democratizadoras no tienen atajos: cuidémonos de quienes han aprovechado los ataques reaccionarios contra las y los portavoces del cambio para promover su lucimiento personal. La ilusión moviliza ocasionalmente, pero Irene Montero se decanta por la mayor fortaleza de la esperanza. Diría más: defender a las clases populares frente a las élites es una cuestión de responsabilidad.
En segundo lugar, otro aprendizaje ineludible es que avanzar en derechos requiere trabajar en equipo. En numerosos pasajes del libro, Irene Montero pone en valor a las personas que le acompañaban en cada momento y explica cómo deliberaban. Los liderazgos son relevantes en cualquier organización, más aún en sociedades tan mediatizadas y digitalizadas, pero los liderazgos sin organización son rehenes del poder establecido. Tan importante es que un líder tenga una buena disposición a formar equipos y a escuchar a sus integrantes como que cada miembro de la organización asuma su rol subordinado con lealtad. Es mucho más frecuente poner el foco en los liderazgos, sobre sus aciertos y sus errores, que en la actuación de las dirigencias de segunda fila. No en el actual Podemos, pero sí en el mal llamado espacio del cambio, con frecuencia, se han echado en falta buenos jugadores de equipo y han sobrado aspirantes a primeros espadas. El libro de Irene Montero transmite la importancia de trabajar en equipo y de cuidarse las unas a las otras.
Hacer política no es solo desarrollar políticas públicas, sino que también hay que acompañarlas con determinación discursiva y una conversación pública paralela
La última enseñanza, la más determinante, es que gobernar significa transformar. He aquí el principal argumento de la obra: gobernar es transformar. La respuesta popular que dio lugar al movimiento 15M y a Podemos se explica, precisamente, por la connivencia de los viejos partidos con el gobierno plutocrático de los mercados. Gobernar sin valentía solo sirve para perpetuar o incluso agravar la desigualdad. La izquierda solo tiene sentido si gobierna para llevar a cabo cambios estructurales a pesar de todas las resistencias. Creo que una política verdaderamente transformadora requiere pedagogía, batalla ideológica y cambios profundos. Quizás el Ministerio de Igualdad dirigido por Montero comprendió como nunca antes la necesidad de contar con esos tres elementos nucleares. Sin perjuicio de la conveniencia de emplear los marcos cognitivos adecuados y de fortificar la comunicación política, para conquistas avances democráticos es necesario explicar con claridad los problemas y las soluciones propias. Y eso se tiene que hacer sin complejos y sin dejarse amedrentar por el reaccionarismo (a los fascistas se les para con más derechos). Hacer política no es solo desarrollar políticas públicas, sino que también hay que acompañarlas con determinación discursiva y una conversación pública paralela (las campañas institucionales del Ministerio de Igualdad fueron un buen ejemplo). Pero hacer política es, también, desplegar un conjunto sistemático de normas y políticas públicas que permita cambiar la realidad material. En palabras de Irene Montero: “La política no es esperar a que las cosas pasen, sino hacer que pasen cuando parecen imposibles”. Continuará.