Uruguay se consolida nuevamente como una de las “reservas” de la izquierda latinoamericana
Las elecciones uruguayas del año 2019 fueron particularmente dolorosas para la izquierda. Desde la victoria de Tabaré Vázquez en 2004, el Frente Amplio había gobernado ininterrumpidamente. Entre 2005 y 2010, primero, entre 2010 y 2015, con Pepe Mujica y, nuevamente entre 2015 y 2020, con el propio Vázquez. En 2019, sin embargo, poco más de 30.000 votos impidieron un nuevo mandato frenteamplista, en aquella ocasión con el candidato Daniel Martínez.
En aquel momento, Luis Lacalle Pou, el líder del Partido Nacional, se impuso en un ajustadísimo balotaje que inauguró un gobierno de derechas muy particular: fue conformado por una coalición entre el Partido Nacional, el Partido Colorado, Cabildo Abierto y otros que, para sorpresa de nadie, impulsó una agenda de progresiva desprotección de las clases trabajadoras del país. En un clima escasamente agitado y bajo una narrativa de consensos característica de un país con una polarización menor a lo que suele ser habitual en la región, el gobierno de la derecha uruguaya buscó revertir algunas de las conquistas de los quince años de Frente Amplio.
“¡Se van los fachos!” gritó un joven a una reportera de Teledoce en pleno centro de Montevideo
2024 apuntaba a ser distinto… o, más bien, a volver a la normalidad. Ya en octubre, el escenario parecía esperanzador para la izquierda. En las elecciones legislativas, el Frente Amplio consolidó una mayoría simple en Diputados y una mayoría absoluta en el Senado. Orsi, además, aventajó en diecisiete puntos (44% - 27%) a Delgado, candidato del Partido Nacional. Las encuestas para el ballotage, no obstante, fueron mostrando una tendencia desfavorable, a punto tal que se llegó al 24 de noviembre con un empate técnico que, finalmente, no existió.
“¡Se van los fachos!” gritó un joven a una reportera de Teledoce en pleno centro de Montevideo. No eran ni las diez de la noche, pero las proyecciones de todas las encuestadoras del país confirmaban que la ventaja del líder de la izquierda uruguaya era superior a los 3 puntos (el famoso “margen de error”) y la militancia del Frente Amplio ya había tomado las calles de buena parte de los núcleos urbanos nacionales para celebrar una victoria que pareció inevitable durante todo 2024, pero que se había puesto en duda en las vísperas de la segunda vuelta. A las 9:25 de la noche, el tweet más esperado por analistas y periodistas vio la luz. En él, el presidente Luis Lacalle Pou afirmaba lo siguiente: “Llamé a Yamandú Orsi para felicitarlo como presidente electo de nuestro país y para ponerme a las órdenes y empezar la transición apenas lo entienda pertinente”. Como es habitual en Uruguay, los resultados fueron rápidos e incontestados: Yamandú Orsi es el nuevo presidente del país.
Uruguay se consolida nuevamente como una de las “reservas” de la izquierda latinoamericana. Para 2030, habrá gobernado 20 de los 30 años del siglo XXI, habiéndolo logrado en gran medida gracias a su innegociable cohesión interna. Las lógicas de justa representación de los distintos sectores de la izquierda nacional, junto con el compromiso del no abandono (constatado tras la derrota en 2019), aseguran un “suelo” político que se traduce, además, en una considerable presencia territorial. Esa es la fórmula del éxito frenteamplista.
Con la victoria de Orsi, la izquierda latinoamericana respira aliviada
De esta forma, el Frente Amplio deberá tomar las riendas de los temas que preocupan a los uruguayos, entre ellos el declive del nivel de vida material de algunos sectores durante el gobierno de Lacalle Pou o el aumento de la inseguridad. Aplicar el programa, sostener el liderazgo y mantener la unidad interna de la coalición serán las claves para los cinco años de gobierno de izquierdas (2025-2030) que arrancará en marzo. La coalición tendrá además una muy favorable coyuntura parlamentaria.
Con la victoria de Orsi, la izquierda latinoamericana respira aliviada. Las victorias de Javier Milei en Argentina y de Daniel Noboa en Ecuador fueron duros golpes para dos de los principales movimientos de lo que supo ser el ciclo de la “marea rosa” en la región: el peronismo y la Revolución Ciudadana. El viraje hacia el radicalismo del electorado derechista en América Latina, fortalecido por la victoria de Donald Trump en las presidenciales estadounidenses, brinda una importancia mayor a la victoria de la izquierda en Uruguay.
Con algunas limitaciones, por supuesto, pero lo cierto es que los gobiernos de Vázquez y Mujica constituyeron una de las patas más estables de la ola de la izquierda en la región. Vázquez, sin ir más lejos, fue protagonista junto a Chávez, Lula o Néstor Kirchner, en el “NO” al ALCA del año 2005. Yamandú Orsi, con Carolina Cosse en la vicepresidencia, deberá de hecho afrontar una compleja situación regional, con crisis diplomáticas y políticas notables.