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¿Qué pasaría si España no recibiera ni una persona migrante?

 


En 2015 España llegó a las 400.000 defunciones anuales y, desde entonces, hemos estado superando esa cifra. Ese mismo año, en España nacieron unas 400.000 personas y, desde entonces, hemos ido disminuyendo el dato, hasta llegar al mínimo histórico en 2023, con solo 322.075 recién nacidos. En 2016 España vivió una situación que no se daba desde la Guerra Civil: el número de personas muertas superaba el número de personas nacidas, y desde entonces, esto que parecía una excepcionalidad, se convirtió en una definición demográfica; nuestro crecimiento vegetativo es cada vez más negativo.

Ahora la gente en España vive más años. Hemos pasado de una esperanza de vida de 73 años en 1975 a los 83 años actuales. El incremento de la mortalidad se explica porque cada vez hay más gente mayor. Y, como no hay nacimientos, hay menos gente joven.

Las consecuencias de una situación de este tipo, prolongada en el tiempo, son múltiples. Las más conocidas y comentadas en el debate público son las económicas –¿quién va a pagar las pensiones?–. Pero este argumento llevado a su expresión más humanista podría formularse como "¿quién va a cuidar de nosotras cuando seamos ancianas venerables?". Si no tenemos hijos y no tenemos hermanas, si no tenemos una estructura familiar que nos soporte, ¿quién va a hacerse cargo de nosotras? La segunda cuestión, menos popular pero extremadamente importante, es que la gente mayor es mucho menos audaz que la gente joven. Las personas mayores son más conservadoras y tienen menos interés por el cambio. Su visión del futuro es completamente diferente a la de las personas jóvenes y es más frecuente entre ellas el sentimiento de que no se pueden cambiar las cosas. A esto hay que añadir la llamada "brecha digital": la gente más mayor sigue consumiendo información y servicios analógicos y tiene dificultades para entender en profundidad los cambios que las nuevas tecnologías han aportado. Las personas mayores de nuestro país son las que mantienen a flote los programas de telebasura de las mañanas, por ejemplo. Bajando esto a los momentos electorales, en 2023 pudieron votar 37 millones de personas españolas, de ellas, 10 millones eran mayores de 65 años y, de ellas, tres millones tenían más de 80 años.

Todos estos datos nos hablan de un futuro bastante triste, salvo que revirtamos este envejecimiento poblacional imparable. En estos momentos en nuestro país esto está sucediendo gracias a la inmigración. Son las personas migrantes las que nos van a ayudar a seguir teniendo los mejores vinos del mundo, las mejores tapas o una sanidad pública. También son con las que vamos a construir un sistema de pensiones sostenible. Pero además, y sobre todo, son con las que vamos a seguir construyendo un país vivo, democrático, diverso y emprendedor. Son esas personas las que nos van a recordar que sí se puede construir un espacio justo y socialmente sostenible, y nos va a ayudar a luchar por nuestros derechos y por disminuir las desigualdades en nuestro país. Estas serán las personas junto a las que envejeceremos, con las que construiremos un espacio colectivo donde las personas mayores no estén solas aunque no tengan familiares directos.

Nos cuentan historias llenas de demagogia y falsedades y, al perdernos en ese ruido, podemos llegar a tomar decisiones muy tontas pero difícilmente reversibles. Sin ir más lejos, el Reino Unido se encuentra en una situación extremadamente complicada debido a su decisión de salirse de la Unión Europea. Así lo explica la Fundación porCausa en su nuevo informe interactivo: Migraciones. El discurso antimigratorio se ha aplacado pese a que ha aumentado sustancialmente el número de migrantes que han entrado en las islas para compensar la salida de personas de la UE. Aun así, ahora mismo el país se encuentra sumido en una crisis sin precedentes, incapaz de cubrir más de 400.000 puestos de trabajo indispensables en sectores como la hostelería, el sanitario o el agrícola.

El miedo y el odio son cortinas de humo, tras las que se ocultan intereses que nunca son los del bien común. La parte buena es que cada vez somos más las personas conscientes de ello. Por otro lado, la diversidad de nuestra sociedad ya es imparable. Las personas latinoamericanas que llegaron en los noventa ya son españolas y están facilitando el acceso y la integración a las que vienen nuevas. Las nuevas generaciones son cada vez más diversas, menos mal. Tenemos un gran reto que es el de entender que nuestra frontera sur es árabe, como lo es gran parte de nuestra cultura, pero lo superaremos, como hemos hecho con otros desafíos. Como dice mi compañero Gonzalo Fanjul, somos un caso de éxito.