Recuerdo una cancioncilla que me enseñó uno de mis maridos, argentino, y que aparece allá donde la busco como "canción infantil anónima". Allá va: "Un bichito colorado/ mató a su mujer/ con un cuchillito/ de punta alfiler./ Le sacó las tripas/ y se puso a vender./ A veinte, a veinte,/ las tripas calientes de mi mujer". Se la cantaban a las criaturas, más o menos como aquello de "las niñas bonitas no pagan dinero". La recordé cuando empezó a circular el vídeo de un alcalde del PP, Antonio Martínez Hernández, cantando lo siguiente: "Me encontré una niña sola en el bosque, la cogí de la manita y me la llevé a mi camita. La subí la faldita y le bajé la braguita. La eché el primer caliqueño. La eché el segundo caliqueño. En el tercero ya no quedaba leche". Oh.
Ante la avalancha de críticas, el tipo se quedó, parece, muy sorprendido, y se quejó de que la cancioncita de marras la cantaba todo el mundo en su pueblo de toda la vida de dios. Y tiene razón. Se llama Cultura de la violación y también se llama una sociedad donde la violencia sexual en la infancia, habitual, está silenciada. O sea, tolerada.
Al oírle lo de la manita, la braguita y el caliqueño me vino a la cabeza el tertuliano llamado Antonio Naranjo. Es un no parar, últimamente. Resulta que Naranjo insultó en directo hace una semana a la activista Julia Salander. "Yo creo que eres una lerda", le espetó ante las cámaras. Parece que estaba molesto porque Salander había afirmado que "todos los hombres son unos violadores en potencia". La verdad es que encuentro un desatino ponerse a discutir con ese hombre, y prácticamente con cualquier otro, tal afirmación, que también sostengo, dicho sea de paso. Lo cierto es que ellos piensan lo mismo, solo que no lo enuncian. Si los hombres miraran su "ser hombre", su papel en el patriarcado, y lo pusieran en palabras, otro gallo nos cantaría, a nosotras y a ellos. ¿Que por qué sé que piensan lo mismo? Porque ningún padre con dos dedos de frente mandaría a su hija de 12 a por una Fanta al bar donde los parroquianos van ya por su tercer copazo. Porque cuando los ultras quieren meter miedo dicen que los extranjeros vienen "a violar a las mujeres". No a robar, no a secuestrar, no a poner bombas. Como son hombres, piensan ellos, vienen a violar. Ellos lo piensan, no yo. Ellos, no nosotras. Por Caperucita y su madre y su abuela. Está claro que no ha tenido Naranjo lo que podría llamarse una semana de suerte. Porque además del alcalde cantarín, siguen coleando los comentarios —ingentes e insoportables— de los usuarios de TikTok ante la aparición pública de la actriz Luna Fulgencio, una cría de 13 años: "A la fuerza, si no quiere", "la gente dice que hay que darle unos añitos, pero yo creo que no hace falta", "ya está lista", "ya la estrenaron seguramente"...
Y como la realidad se va sirviendo a sí misma en bandeja, para acabar de pintar de negro el mundo de Naranjo, que es el nuestro lerdamente, arranca el juicio del caso Pelicot, ese hombre del país vecino que durante más de una década —a saber cuánto— ha sedado hasta la inconsciencia absoluta a su mujer para que otros hombres pudieran violarla. Que se sepa, hay evidencias de cerca de un centenar de violaciones entre julio de 2011 y octubre de 2020. Más de 20.000 vídeos y fotografías archivadas, ordenadas, clasificadas, ay, en una carpeta llamada ABUSOS. Por ahora 50 violadores se sentarán en el banquillo. Cincuenta sobre el cuerpo de una sola mujer. Cincuenta convocados por el marido, a cambio de mirar y grabar. Cincuenta, para empezar, y veremos cuántos más. Ah, pero Gisele, la esposa de Dominique Pelicot —que ya se ha quitado ese apellido y por lo tanto la llamaré solo por su nombre— ha decidido que el juicio sea público y abierto a los medios de comunicación. Esa mujer que llevaba años con cansancio crónico y problemas ginecológicos, esa mujer a la que ni los médicos atendieron, esa mujer que creía tener Alzheimer, esa mujer va a tener que ver y escuchar todas y cada una de las violaciones que perpetraron contra su cuerpo inerte, contra su vida y su futuro, contra su ser en esta tierra. Y ha decidido que suceda públicamente. "Siente que no tiene nada que ocultar ni nada de lo que avergonzarse", ha declarado uno de sus abogados.
"La vergüenza ha cambiado de bando", he leído que es su postura. Y porque la vergüenza, efectivamente, está cambiando de bando, y el miedo y el silencio también, todos estos casos salen a la luz, aparecen en los medios de comunicación, se multiplican en las redes sociales, son el tema de conversación, por ejemplo esta semana, en muchas sobremesas. Se habla de la violencia contra los cuerpos de las mujeres porque nosotras hemos empezado a hacerlo. Ha hecho falta eso, que las mujeres tomemos la palabra, que levantemos la voz, que rompamos el silencio, para que no solo las asesinadas sean noticia.
Hay un sedal feroz que une al alcalde de Vita (Ávila) y su canción, a la actriz niña Luna Fulgencio y los comentarios pedófilos, a la francesa Gisele y los 51 violadores, a Antonio Naranjo y su insulto a Julia Salander. Podría ser la Cultura de la violación, así a secas, pero prefiero pensar que los une esta nueva forma de ponerla en evidencia, de atender a cómo la realidad va retratando esta sociedad y a los hombres que la habitan. Violadores en potencia, por supuesto.