Icíar Bollaín dirige un impresionante drama sobre el episodio de acoso sexual protagonizado por el alcalde de Ponferrada hace 23 años. En 2024, la historia de Nevenka Fernández sigue teniendo una vigencia absoluta.
Es imposible ver la última película de Icíar Bollaín y no sentirse arrasado emocionalmente. La atronadora ovación que se llevó Soy Nevenka en el festival de San Sebastián es perfectamente lógica. Uno tiene la impresión de estar ante un acto de reconocimiento, ante un acto de justicia, si es que una obra de ficción puede aspirar a algo tan grande. Una justicia (la oficial, la que se imparte todos los días en los tribunales de España) que, por cierto, Nevenka Fernández no recibió cuando denunció al alcalde de Ponferrada por acoso sexual, en 2001. Recibió un veredicto favorable, pero no justicia.
Ismael Álvarez fue declarado culpable y se le impuso una pena de 6.480 euros de multa y 12.000 de indemnización. Una ridiculez, después de haber abusado de una trabajadora a su cargo y de haber convertido su vida en un infierno. Sobre este eje construye Bollaín su relato, aunque podría haberlo hecho también sobre el juicio o sobre el tratamiento bochornoso que el caso recibió en su día por parte de los medios de comunicación. La directora toca también estas vertientes, pero se centra en la pesadilla del acoso, convirtiendo la historia de Nevenka en una película de terror.
Aquel delito fue perpetrado hace más de 20 años y, sin embargo, la historia es absolutamente actual. Podrá decirse, con razón, que en este tiempo hemos asistido a un fehaciente progreso moral. Tenemos la impresión de que unos hechos como aquellos no podrían ocurrir hoy. Esa impresión es falsa, por supuesto. Siguen ocurriendo, quizás con menos desfachatez, con menos jactancia, de forma más velada, pero siguen ocurriendo.
La película, además, es rabiosamente actual porque habla de un tema central en el feminismo de hoy: el consentimiento. Después de ver Soy Nevenka, sólo un imbécil o un canalla podría discutir la máxima del «sólo sí es sí». Porque la cinta es estremecedoramente pedagógica, terroríficamente esclarecedora.
Nevenka, en efecto, mantuvo una corta relación con Ismael Álvarez, pero no quiso continuar con ella. No parece muy difícil de entender. Quizás lo fuera en aquel entonces, ¿pero hoy? Pues sí, hoy también. Lo que pasa es que hoy ya no hay excusas: quien no lo entienda es que no lo quiere entender.
Y hay muchas personas que no lo quieren entender. Ismael Álvarez volvió a la política y se presentó a las elecciones en Ponferrada con una candidatura independiente. Sacó cinco concejales. A pesar de sus antecedentes, el exalcalde sigue teniendo partidarios. Y siendo eso algo gravísimo, no es el único ejemplo de inmoralidad que se desprende de este caso. El anterior partido de Álvarez, el Partido Popular, gobierna hoy en Ponferrada y no concedió los permisos necesarios para rodar allí Soy Nevenka. Nunca contestaron a las peticiones de la productora. La película tuvo que rodarse en Zamora.
A pesar de que el acoso quedó demostrado en sede judicial, hay quien nunca creyó a Nevenka. Para empezar, no lo hicieron la mayoría de los medios de comunicación que trataron el caso hace 23 años. Y hace bien Bollaín en sacarlos en su película, para que se les reconozca. Algunos de aquellos presentadores se han retirado de la primera línea de la información (es el caso de Alfredo Urdaci), otros siguen al pie del cañón y desplegando sus mismas malas artes (Ana Rosa Quintana, por ejemplo). Ismael Álvarez publicó el año pasado un libro con voluntad exculpatoria titulado Escrito queda; le animó a escribirlo Arcadi Espada. El exalcalde viene a decir lo que ya dijo en el juicio, que el acosado fue él. A pesar de los centenares de llamadas (muchas veces más de 20 al día) consignadas en el registro telefónico de Nevenka Fernández, el acosado era él.
«Tengo la impresión de que la culpable soy yo», exclamó Gisèle Pelicot, hace apenas una semana, ante el tribunal que juzga a su marido por drogarla y entregarla a decenas de hombres para que la violaran. Algo parecido tuvo que decir el juez del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León en 2002 para cortar el agresivo alegato del fiscal: Nevenka Fernández no se encontraba allí en calidad de acusada, sino de víctima.
¿De dónde sacó fuerzas Nevenka para sobreponerse a los agudos cuadros de ansiedad, estrés y depresión que sufrió y para presentar su denuncia contra un hombre que era la encarnación del poder absoluto en su ciudad? «Ella dice que fue una cuestión vital. Que si no hablaba, se moría», explica Icíar Bollaín en una entrevista con Kinótico. Tuvo los apoyos de su pareja (Lucas, «un hombre moderno para la época, que entendió perfectamente el tema del consentimiento»), de la concejal del PSOE (Charo Velasco), de su abogado (Adolfo Barreda), de su psicoanalista, «sin ellos no podría haberlo hecho». Pero hay algo más, a juicio de la directora: «Su sentido de la dignidad. Hay gente que tiene un enorme sentido de la dignidad y ella no estaba dispuesta a marcharse con esa mentira a cuestas, con esa suciedad, ese trauma, ese dolor que le había impuesto este hombre».
En Soy Nevenka, Bollaín ha optado por una realización muy austera, como corresponde a la gravedad del tema. Cualquier aspiración estilística hubiera frivolizado el contenido abrumador de la historia real. Ella, que ya ganó un Goya con una película sobre la violencia machista como Te doy mis ojos (2003), sabe perfectamente cómo abordar este tipo de narraciones. Y tiene también un olfato especial para realizar sus castings. La potencia perturbadora de la película proviene fundamentalmente del soberbio trabajo de sus protagonistas, Mireia Oriol y Urko Olazabal. Con este último ya trabajó en Maixabel (2021), donde daba otro recital que le hizo acreedor de los máximos premios de la industria. Será raro que el próximo sábado la conmoción provocada por Soy Nevenka no quedara reflejada en el palmarés del festival de San Sebastián. Aunque de naturaleza diferente, ese será otro acto de justicia.
‘Soy Nevenka’ se estrena en cines el viernes 27 de septiembre.