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Saquen la pornografía del caso Pelicot Cristina Fallarás

 



El hombre me dice "bueno, es que están acostumbrados al porno extremo". Es el tercer tipo que me dice tal cosa, o parecidas, desde que supimos la forma en la que Dominique Pelicot —maldito sea por siempre, yo te maldigo— sedaba a su esposa Gisèle hasta cerca del coma para que otros hombres, decenas de hombres, la violaran decenas de veces. Es el tercer tipo que en tres días hace referencia a la pornografía para tratar de dar una explicación a lo insoportable.

No sé por qué me hablan de pornografía. Yo no quiero oír hablar de pornografía. Cada uno, cada una, que se meta la pornografía donde quiera. A mí no me gusta la pornografía, y mira que me cuesta decir esto. No me pregunto por qué me cuesta, pero me cuesta decirlo. Quizás debería callármelo, o incluso fingir que me gusta la pornografía. Creo recordar que en otra vida lo hice, fingí. No me pregunto nada acerca de la pornografía. Bastante pagué ya por la afición de otros a la pornografía. Bastante he visto pagar a mujeres que quiero.Aunque no quiera, los tres únicos hombres con los que he hablado del caso Pelicot me han puesto a hablar de pornografía. O a escuchar asuntos sobre pornografía. Inevitablemente recuerdo entonces al juez Ricardo González, aquel que consideró que lo que había visto era un "ambiente de jolgorio" ante la violación de una chavala por parte de cinco mastuerzos, penetración anal, penetración vaginal, penetración oral. Siempre pensé que ese tipo veía demasiado porno bukkake. Siempre pensé que solo quien está acostumbrado a ver violaciones múltiples puede ver "jolgorio" en una violación múltiple. Llegué a pensar de juez cosas peores que no escribiré porque ya arrastro varios juicios de fachas.

En el momento en el que escribo esto, lo más buscado en las webs porno del planeta son los vídeos de las violaciones de Gisèle. Y los hombres me hablan del consumo de pornografía extrema. No sé qué es la pornografía extrema y no quiero saberlo. No sé si hace falta que haya niñas con animales o basta con algún desgarro. La pornografía sobrevuela todo el caso Pelicot, y sin embargo creo que no debería, sé que no debería. No se puede utilizar la pornografía como argumento ni como excusa ni como explicación. No se debe. ¿De verdad creen que basta con pretender que no saben diferenciar la ficción de la realidad? ¿De verdad creen que somos idiotas, o son idiotas ellos?

El porno empieza a ser la coartada para cualquier tropelía, la explicación de la violencia machista, de la violencia sexual, de la barbarie. Existe un envilecimiento de tal magnitud que siento una brecha insondable entre la visión masculina del mundo, con sus pornos, sus chats, su basura, y la mía propia. No me hablen de pornografía. No me hablen de ficciones. Háganse sus pajas con lo que sea que elijan, pero no me hablen de violaciones en pantalla. Háblenme de qué están haciendo ustedes, hombres, haciendo efectivamente, ahora que ya saben que sí, que lo único que tienen en común todos los violadores de Gisèle es que son hombres.