Hace semanas que la migración ha vuelto a ser el centro del debate y, como viene siendo costumbre, se volvieron a utilizar viejos recursos como las palabras "crisis" o "avalanchas". La polarización e instrumentalización que políticos y periodistas hacen de un fenómeno natural e intrínseco a la vida humana, se utiliza para alimentar un debate vacío y extremadamente polarizado.
Traté de mantenerme al margen durante unas semanas de vacaciones. Un poco por salud mental y otro poco por esto que decimos en porCausa de que "la mierda no se comparte". ¿Cómo intervenir en una conversación crispada, azuzada por unos y otros, con tantos intereses económicos en juego?
Dentro de tanta confusión, aparece la lucidez de voces como la de Lucila Rodríguez- Alarcón en su columna semanal, No, no hay crisis migratoria. Haciendo un ejercicio de reflexión, aportando datos, analizando la narrativa que los medios están utilizando para hablar de la migración. Evidenciando la enorme distancia que existe entre la percepción y la realidad en los procesos migratorios.
Por poner un rápido ejemplo, menos del 10% de la migración irregular llega a España por la frontera sur. Sin embargo, llevamos semanas viendo imágenes de cayucos repletos de personas llegando a las Islas Canarias. El foco mediático muchas veces se centra en el espectáculo, olvidando la prosperidad que generan las migraciones en los países de recepción y la inminente necesidad de entender y gestionar de manera ordenada y segura la llegada de personas migrantes.
Y, como viene siendo común entre algunos partidos políticos, con la llegada de jóvenes a Canarias reaparece el discurso racista e islamófobo contra la juventud migrante. Niños y niñas que han llegado o nacido en España, y que tienen que enfrentar una violencia cotidiana contra sus cuerpos o sus vidas. Jóvenes que, como muchas hemos hecho, viajaron a otro país con unas expectativas y sueños, pero que chocan una y otra vez con unos prejuicios que no les dejan avanzar. Teniendo que dedicar gran parte de su tiempo y talento a defenderse de los estereotipos, sin tener la posibilidad de intervenir.Hace casi cuatro años que empecé a trabajar con la juventud migrante. El discurso contra los mal llamados MENAS campaba a sus anchas y, con ocho organizaciones afincadas en cuatro países europeos iniciamos un proyecto para promover la acogida familiar de la juventud que migra sola. Tras esta experiencia, que introdujo en el debate un tema que hasta entonces no existía, realizamos una nueva investigación sobre autopercepción en juventud migrante musulmana con la investigadora de Harvard, Rachel Pak. Esta investigación dio unos resultados muy claros.
Hay un amplio debate sobre juventud migrante en la que los mismos jóvenes apenas participan. Casi siempre son otras personas las que hablan por ellos y ellas, reproduciendo los discursos predominantes que, o criminalizan o les presentan como víctimas indefensas.
Esto cambia por completo cuando trabajamos de la mano con estos jóvenes. Frases manidas como "dar voz a los sin voz" dejan entrever lo lejos que estamos de comprender que estos jóvenes tienen una voces muy potentes pero a las que no hemos dado la oportunidad de ocupar el espacio que les pertenece.
Para cambiar esta situación decidimos iniciar un nuevo proyecto. Gracias a la financiación de la UE, en el mes de mayo iniciamos el proyecto Empoweyouth, que se desarrollará en País Vasco, Cataluña y Madrid, con el objetivo de generar espacios donde estos jóvenes puedan co-crear su propia narrativa. Es indispensable que formen parte de los espacios de generación de debate público y de influencia.
Somos muchas las organizaciones conscientes de la predominancia que existe de voces de personas blancas y adultas hablando por estas personas jóvenes. Sin embargo, la presencia de ellas no puede depender solo de la excelencia de las mismas o de la financiación de proyectos europeos, tenemos que ser capaces de entender la diversidad de nuestras sociedades, y trasladarla de la calle a los espacios de poder y de creación. Ir construyendo, poco a poco, una sociedad donde todas las personas jóvenes tengan las mismas oportunidades de aprender, de equivocarse y de crecer.