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Paulo Milanesio, ex coordinador de emergencias de MSF en Gaza: “Es una situación apocalíptica, nunca vi algo así”

 

Tras varias misiones humanitarias, Milanesio estuvo dos meses en Gaza planificando las estrategias de apoyo de Médicos Sin Fronteras. En esta entrevista cuenta la experiencia de intentar ayudar en medio de una “destrucción masiva”.

Paulo Milanesio, excoordinador de emergencias de MSF en Gaza




Cuando Paulo Milanesio (39 años) corría de chico por los campos de Carlos Pellegrini, una bucólica localidad del sur de Santa Fe, en Argentina, soñaba con ser jugador de fútbol. Cuando admitió que su pierna derecha no era prodigiosa, se inclinó por estudiar Ingeniería. Con el título bajo el brazo, cruzó el charco con ganas de aplicar sus conocimientos técnicos en la ayuda humanitaria. Se inscribió en el Máster en Cooperación Internacional en la Universitat Politècnica de Catalunya y años más tarde ingresó en Médicos Sin Fronteras (MSF), una organización internacional que, desde hace 52 años, brinda atención médica a poblaciones afectadas por catástrofes naturales, conflictos armados y epidemias.

Con su chaleco blanco pasó por Yemen, Camerún, Etiopía, Mozambique, Senegal y Mauritania para coordinar la infraestructura de los profesionales médicos. En 2022, cuando Vladimir Putin decidió invadir Ucrania, se trasladó a Kiev para planificar la estrategia de ayuda y emergencia.

A finales de abril, cargado de experiencia en territorios en conflicto, la dirección de MSF lo envió a Gaza. Llegó el 2 de mayo, en medio de bombardeos y ataques indiscriminados a la población civil. Lo habían preparado para el desembarco con información, fotos y vídeos de lo que estaba sucediendo. Pero nunca imaginó el horror que vio a continuación.

Milanesio salió de Gaza el 3 de julio. Todavía le cuesta hablar de lo que vivió en esos dos meses. La semana pasada se trasladó de Barcelona –donde vive– a Madrid para mantener varias reuniones. Minutos antes de la charla con La Marea, amaneció sobresaltado por un nuevo ataque de Israel: un bombardeo en una zona designada como humanitaria en el área de Al Mawasi, en la ciudad de Jan Yunis, en el extremo meridional de la Franja.

El impacto de los misiles, a sólo 600 metros de una clínica de MSF, dejó más de 40 muertos y decenas de heridos. Las cifras totales de la ofensiva israelí estremecen: más de 41.000 fallecidos –muchos de ellos niños y mujeres– y casi 100 mil heridos. “Y a ese registro le faltan las muertes silenciosas, las que ocurren día a día por la restricciones a la ayuda humanitaria”, advierte Milanesio.

¿Cómo ha sido despertar en Madrid con la noticia de un nuevo ataque a un campamento de desplazados?

Provoca mucha tristeza e impotencia. Vi la noticia y me llevó directamente a Gaza. Pensé en mis compañeros. Les escribí para ver si estaban bien. Es muy difícil desconectarse de Gaza cuando uno sale de allí. En MSF hacemos rotaciones de siete u ocho semanas para poder mantener las capacidades de asistencia técnica y física a la altura que se necesitan. Lo que yo viví en esas semanas es muy difícil de describir. Los ataques que aquí se leen en la prensa de forma esporádica, allí se sufren todos los días. Es duro sufrir un ataque estando en el terreno, y muy duro, también, enterarse estando lejos. Tenemos 30 compañeras y compañeros internacionales, pero hay 900 trabajadores que son de allí, que además de brindar ayuda humanitaria viven con sus familias en los campamentos de desplazados. He visto a compañeros trabajar de sol a sol, entregarse al máximo para brindar ayuda, para luego tumbarse en estos campamentos a descansar, sin agua, con poca comida, tras haberse desplazado hasta 10 veces por el avance indiscriminado de los ataques. Leer que atacaron uno de estos campamentos es pensar inmediatamente en ellos, en sus familias. Repito: no son ataques excepcionales o puntuales, todos los días caen bombas. El caos y las muertes son constantes.¿Cómo se hace para convivir con esa sensación extrema de vulnerabilidad, de que la vida de todos, incluida la de ustedes, los trabajadores humanitarios, está siempre en riesgo?

Tú sabes cuándo entras a Gaza, pero no cuándo vas a salir, porque las fronteras están bloqueadas y el flujo de cooperantes es muy limitado. Hace poco fue asesinado un trabajador humanitario de MSF cuando iba en bicicleta con sus dos hijos. Se asimila que en cualquier momento puede caer una bomba, que pueden disparar desde un helicóptero y que en cualquier momento pueden matar a un compañero. Esa toma de conciencia se transforma en realidad al escuchar los testimonios en primera persona. Todos los compañeros con los que tuve contactos en esos dos meses me contaron que algún familiar suyo había fallecido. Una compañera me contó que había perdido 21 familiares, más de la mitad de su familia. Recuerdo un día en el que me trasladé a una clínica junto al chófer de una de nuestras ambulancias. Me hizo pasar por un sitio para mostrarme algo: un descampado transformado de forma improvisada en cementerio. Estaba lleno de lápidas. La gente desplazada había cargado sus fallecidos para poder enterrarlos. Cuatro de las lápidas eran familiares de mi compañero. Tres primos muertos estaban todavía bajo los escombros. El impacto psicológico de esto, del que casi no se habla, es brutal. Hace casi un año que quienes sobreviven conviven con la muerte, con la desesperación, con la pérdida, con el duelo.

¿Cómo describes ese impacto psicológico?

Caminar hoy por Gaza es como hacerlo en una película de zombis. La gente camina con la mirada perdida, sin rumbo. No puede sostener una mirada cara a cara. Los ojos se vencen. La gente te dice que ya no tiene esperanzas de que esto acabe, que no le ven ningún futuro a sus vidas. En Médicos Sin Fronteras tenemos un programa de salud mental, que es una pieza clave dentro de nuestras operaciones. Nuestro equipo de psicólogos trabaja sin descanso. Es aterradora la cifra de niños huérfanos, niños que uno ve solos por las calles, en medio de los campamentos.

Usted ha estado en muchas misiones humanitarias por conflictos bélicos y civiles. En Ucrania, por ejemplo. Por su experiencia, ¿cómo define lo que está pasando en Gaza?

Estuve en Camerún, Etiopía, Mozambique, Senegal, Mauritania, Yemen y en Ucrania, donde me moví por toda la línea del frente de ataque. Lo que yo viví en Gaza no lo vi jamás. El nivel de caos y de destrucción es apocalíptico. La devastación se percibe al entrar. A nosotros nos preparan. Nos dan mucha información. Vemos fotos y vídeos. Pero cuando pones un pie allí es una bofetada. Los olores, los ruidos, el caos. La foto panorámica es de destrucción masiva. Lo terrible es que la situación empeora todos los días. Más muertos, más heridos, más desplazamientos, más relatos cargados de dolor. Y una ayuda humanitaria cada vez más limitada, lo que restringe nuestra capacidad de apoyo. No hay una zona de toda Gaza que se pueda considerar segura. Los ataques son repentinos, sin capacidad alguna para, por ejemplo, poder evacuar un hospital o un centro de salud. Nos tocó evacuar hospitales en cuestión de horas, lo cual es imposible. La otra tarea imposible es volver a instalarse y trabajar en hospitales que fueron destruidos. Todas las condiciones son de bajísima calidad para lo que es una respuesta humanitaria en condiciones. La exposición a la muerte es constante. Es muy duro para un coordinador de operaciones saber que todo tu personal está expuesto. Insisto, nunca vi nada igual.

A este contexto de devastación hay que sumarle una escasez de recursos por la decisión de Israel de que los camiones con ayuda humanitaria no entrenen la Franja. ¿Cómo se hace para ayudar sin insumos ni materiales?

La ayuda humanitaria está muy restringida. Desde mayo hasta hoy hemos podido ingresar sólo dos camiones de insumos médicos. Tienes que adaptar continuamente la respuesta de ayuda y la estrategia a lo que tienes y no a lo que se necesita. Los médicos redefinen tratamientos para racionalizar al máximo los insumos. Los tratamientos crónicos son muy difíciles de llevar a cabo. Se termina negando la ayuda y el soporte médico porque no tenemos los insumos. En muchos casos estamos aliviando los sufrimientos, pero hay muchos tratamientos en los que no podemos avanzar. Es muy duro tener que decirle a una persona que se está muriendo que no podemos ayudarle. Esto, para un trabajador humanitario, es terrible. Estas muertes silenciosas son muchas y no salen en ningún registro.

Combustible, agua, energía, comida. Imagino que todos estos bienes básicos también faltan.

Sí, falta de todo. Hay que entender que la Franja de Gaza dependió históricamente de la ayuda humanitaria. Sin combustible no hay electricidad. Sin combustible no hay agua potable. Sin combustible no hay producción de comida. Y el combustible está entrando a cuentagotas. Otro ejemplo: estuvimos durante meses intentando que ingresaran los materiales necesarios para poder montar un hospital de campaña. En todo conflicto hay una negociación para que ingrese la ayuda humanitaria. Y, si bien es cierto que por lo general todo lo que las organizaciones piden no entra, la ayuda siempre termina ingresando. Pero las restricciones en Gaza son extremas. Hay una decisión política de que esto sea así. Nosotros tenemos un diálogo con los departamentos de Israel que coordinan las ONG. Pedimos la ayuda por los canales formales, pero la respuesta, por lo común, es siempre negativa. Tiene que quedar claro que no se trata de ninguna carencia operativa. Tenemos nuestros almacenes y camiones listos. Pero no pueden ingresar.


Paulo Milanesio, excoordinador de emergencias de MSF en Gaza
Paulo Milanesio sobre el terreno, durante una misión con Médicos Sin Fronteras.

Por lo que cuenta, detener los bombardeos no es suficiente. Urge que Israel deje entrar toda esta ayuda humanitaria retenida.

Eso es. Ambas cosas van de la mano. En MSF estamos constantemente pidiendo un alto al fuego. Pero además de eso, Israel tiene que garantizar que la ayuda entre para poder atender a toda la gente que necesita apoyo. Básicamente, es pensar en las vidas de cientos de miles de personas que son víctimas de una guerra que no buscaron ni defienden.

Hablaba de que muchos civiles han perdido la esperanza. ¿Cómo hace un trabajador humanitario para no perderlas ante semejante panorama?

Es difícil. El desgaste es mucho y la sensación de que no hay salida invade las mentes de todos. Nosotros nos dedicamos a ayudar. Cuando a cada paso hay obstáculos, la ayuda es muy difícil. No hay insumos médicos, los desplazamientos son todos ellos inseguros, los hospitales son atacados, el centro de salud que montaste un lunes, el miércoles tienes que desmontarlo y evacuar. Toda esta suma de obstáculos quitan esperanza. Pero las esperanzas se recobran cuando uno ve que la gente sigue luchando por sobrevivir, que familias enteras se han movilizado 10 veces con sus pertenencias a hombros, que madres y padres siguen luchando por sus hijos, que tus compañeros llegan a trabajar tras dormir pocas horas en una tienda de campaña sin agua, sin condiciones mínima de higiene, con muy poca comida. Que en esas condiciones esa trabajadora o ese trabajador ayude a una madre a que, por ejemplo, tenga un parto seguro hace que las esperanzas nunca se pierdan.

¿Y cómo se hace para que la cabeza no quede atrapada en Gaza tras salir de Gaza?

También es muy difícil. A uno lo invade una mezcla de emociones. Mucho dolor por dejar atrás un lugar que me acogió en las peores condiciones posibles y en el que conocí a gente maravillosa. Te subes al avión con una gran sensación de impotencia por lo poco que se está haciendo para que esto se detenga. También te subes al avión con una sensación de mucha satisfacción y de mucho orgullo por pertenecer a una organización como Médicos Sin Fronteras. Aunque suene raro, puedo decir que me siento afortunado de haber estado en Gaza. Considero que me ha hecho mejor ser humano. Pido a quien lea esta entrevista que, por favor, no pierda la empatía con toda esa gente que está viviendo una pesadilla que no decidieron ni buscaron. Mi misión ahora es que todo el mundo sepa lo que está pasando en Gaza y evitar que lo aceptemos o lo naturalicemos. Pero mi mayor necesidad es viajar a Argentina, a mi tierra, y sentarme con mi padre. Abrazarlo y tomar unos ricos mates.

¿Va a volver a Gaza?

Ahora necesito descansar. Pero ojalá algún día pueda volver para devolver algo que no es mío. Cuando me fui, una compañera se me acercó y me contó que poco antes de que empezara la guerra había estado de vacaciones con su familia. Nombraba ese viaje como el último momento feliz de su vida. Abrió la mano y me mostró un souvenir, un llavero. La cerró y me dijo que era lo único que le quedaba después de perder su casa, con todas sus pertenencias dentro, y de desplazarse cinco veces. Dijo que estaba segura de que también lo iba a perder si seguía en sus manos y me pidió que me lo llevara. “Sé que contigo no se va a perder y que va a estar seguro”, agregó. Lo conservo como un tesoro único. Lo voy a conservar toda la vida. Sueño con volver algún día, encontrarla y devolvérselo.