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Luces en América Latina, sombras en Europa






 Europa sigue deshojando la margarita de la decadencia, mientras ve cómo la extrema derecha crece en el continente y su economía se debate entre la vida y la muerte. Al tiempo, la OTAN, una organización militar creada a mayor gloria de los EEUU, amenaza a la seguridad de una región que ya tiene una guerra en su suelo -Ucrania- y que expresa la desesperación de unos políticos sin ideas ni proyecto.

La aceptación de la OTAN es lo que entrega un marchamo de credibilidad a gobiernos fascistas como el de Italia o de Hungría, de la misma manera que defender la ortodoxia económica marcada por el Banco Central Europeo sirve para tapar cualquier pecado contra los derechos humanos.

Al tiempo que la Unión Europea pierde relevancia, no solamente mundial, sino también en zonas donde ayer tenía influencia -España en el continente latinoamericano y Francia en África-, los BRICS van a hacer cierto que el mundo que ha construido Occidente hace aguas, que hay más gente en el planeta que en el "jardín" europeo, que lo de defender la democracia en casa y las dictaduras fuera ya no vale, y que cuando no los pueblos no tienen para comer, el resto de las cosas quedan en segundo plano.

La democracia liberal ha dejado de respetar sus propias reglas. El fascismo, lo llamemos así o neofascismo, extrema derecha, autoritarismo o de cualquier otra forma, campa por sus respetos y ha normalizado su presencia. Europa ha olvidado que el fascismo no es una opinión, sino un crimen y que, por lo tanto, debiera ser tratado como un delito. Pero son los fascistas los que defienden el fascismo acusando a los antifascistas de "delitos de odio", algo en lo que les acompaña la derecha -que ha dejado de ser liberal- y, también, en no pocas ocasiones la socialdemocracia. Al tiempo, el lawfare, la guerra jurídica, ha impedido gobernar a la izquierda en muchos países, apoyado por unas empresas de medios de comunicación y unas redes sociales convertidas en fábricas de bulos y de odio.

Mientras, en América Latina han tenido lugar tres asuntos que, si la democracia fuera una prioridad en el continente europeo, habrían debido tener lugar en Madrid, Berlín, París o Roma. El primero ha sido un encuentro en Caracas para discutir sobre el antifascismo. El segundo, la aprobación en México de una ley para reformar el sistema judicial que ha estado torpedeando, con jueces claramente comprometidos con la oposición, la agenda legislativa de Andrés Manuel López Obrador. El tercer asunto relevante ha sido el anuncio de Gustavo Petro de la aplicación de la ley de tercios que reparte la pauta publicitaria pública entre los medios tradicionales, las redes sociales y los medios comunitarios y alternativos registrados como tales.

El "Congreso mundial contra el fascismo, neo-fascismo y otras expresiones similares" devuelve a Venezuela su condición de país con el mayor interés - seguramente en el mundo- en la disputa ideológica. De alguna manera, hace cierta esa propuesta de Gramsci de combatir al adversario políticamente donde es más débil e intelectualmente donde es más fuerte. Con 1000 participantes de más de 90 países, el encuentro sirvió, además de para constatar la emergencia en todo el planeta de gobiernos, partidos y comportamientos vinculados de una manera u otra a la amplia familia del "fascismo", también para engrasar la red de apoyo internacional a Venezuela en un momento en donde la derecha global está buscando desesperadamente una victoria. Frente a un mundo crecientemente tomado por un nacionalismo estrecho -mi país primero y con mi país acierte o se equivoque-, y donde la derecha ha aprendido a trabajar coordinadamente, el congreso se zanjó con el llamamiento a una Internacional Antifascista, un intento que ya ha sido buscado otras veces en otros lugares y que aún espera que se pueda consolidar.