Educar en la empatía y los valores cívicos es esencial para construir una sociedad más justa y pacífica. La comprensión del punto de vista ajeno es el primer paso para entender que compartimos una misma dignidad humana
L a empatía y los valores cívicos son fundamentales para la construcción de una sociedad más justa y pacífica. Al desarrollar la capacidad de ponernos en los zapatos ajenos, trascendemos la barrera de la «otredad» y reconocemos que todas formamos parte de una humanidad compartida. En un mundo cada vez más interconectado, esta comprensión es esencial para abordar los desafíos globales que enfrentamos.
A medida que se intensifica el deterioro de derechos y libertades que padecemos en casi todo el mundo, somos testigos de movimientos sociales que exigen igualdad y respeto por los derechos humanos. Se multiplican las protestas contra el racismo y la xenofobia, contra los genocidios palestino o congolés, contra todas las guerras, contra los desahucios, contra la precariedad laboral, contra la industria del turismo de masas, contra la restricción de los derechos civiles —como la «Ley Mordaza», en España; y cobran mayor protagonismo las asambleas ciudadanas por los derechos de las mujeres, de las personas jubiladas, por el Medio Natural, por la Sanidad y la Educación públicas, por el respeto a la diversidad sexual y de género, y otras demandas de justicia social que resaltan la importancia de la empatía como motor para el cambio. Todas estas manifestaciones nos recuerdan que, sin una comprensión profunda de las experiencias ajenas, es imposible lograr una verdadera cohesión social.
¿Qué sabemos realmente del día a día de quienes enfrentan discriminación y marginación? ¿Comprendemos las luchas de una mujer que desafía las desigualdades de género en su entorno laboral?
La escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie1, 2, 3 advierte sobre «el peligro de la historia única». Ella afirma: «La consecuencia de la historia única es que roba la dignidad de los pueblos y dificulta el reconocimiento de nuestra humanidad compartida». Su mensaje nos invita a buscar activamente múltiples perspectivas y a resistir la tentación de simplificar culturas y personas a estereotipos unidimensionales. La educación no solo consiste en la acumulación de conocimientos académicos, sino que nos enseña a comprender y valorar las experiencias y perspectivas del resto de personas y pueblos con las que compartimos el mundo, fomentando la empatía y los valores cívicos.
Es fundamental preguntarnos: ¿qué sabemos realmente del día a día de quienes enfrentan discriminación y marginación? ¿Comprendemos las luchas de una mujer que desafía las desigualdades de género en su entorno laboral? ¿Somos conscientes de las barreras que enfrenta una persona inmigrante que busca coexistir en una nueva sociedad? ¿Entendemos el impacto psicológico y social del racismo y la xenofobia en las comunidades afectadas?
Por su parte, la antropóloga peruana Marisol de la Cadena4, 5 ha explorado profundamente el concepto de la otredad. Ella sostiene que «reconocer las múltiples formas de ser y entender el mundo es esencial para una convivencia respetuosa y equitativa». Su trabajo nos invita a apreciar la diversidad cultural no como una barrera, sino como una oportunidad para el enriquecimiento mutuo y la construcción de sociedades más inclusivas.
El concepto de la otredad es clave para entender cómo las diferencias pueden convertirse en fuentes de conflicto o en puentes hacia una mayor comprensión. La otredad, entendida como la construcción «del otro» como alguien diferente o ajena, puede llevar a la marginación y la discriminación. Sin embargo, al abrazar la empatía. «el otro… como yo», transformamos esta percepción y reconocemos la humanidad en cada individuo, independientemente de su origen, posición social, color de piel, capacidades, religión, nacionalidad, identidad de género u orientación sexual, idioma, edad, normatividad corporal o cualquier circunstancia.
La psicóloga sudafricana Pumla Gobodo-Madikizela6, 7, 8, conocida por su trabajo en la Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica, enfatiza el poder sanador de la empatía en sociedades post-conflicto. Ella afirma: «La empatía es el puente que nos permite cruzar al mundo del otro y comprender su experiencia desde adentro». Su enfoque demuestra cómo la empatía no solo es un valor moral, sino también una herramienta práctica para la reconciliación y la paz.
De la misma manera que conviene reflexionar sobre las circunstancias de cada persona individual, conviene también dedicar un pensamiento más profundo a nuestra percepción acerca de otras culturas, pueblos y naciones.
Agrupar a millones de personas bajo estereotipos o percepciones unilaterales, implica negar su individualidad y las múltiples realidades que existen dentro de sus propios márgenes
A menudo, narrativas simplificadas o sesgadas nos impiden ver la complejidad y riqueza de otros grupos humanos. Agrupar a millones de personas bajo estereotipos o percepciones unilaterales, implica negar su individualidad y las múltiples realidades que existen dentro de sus propios márgenes. Al tratar a las demás con comprensión y respeto, creamos conexiones significativas que trascienden diferencias culturales o ideológicas.
La socióloga chilena Marta Harnecker9, 10 destacó la importancia de la solidaridad internacional basada en el entendimiento mutuo. Ella señaló: «La solidaridad no es un acto de caridad, sino una ayuda mutua entre fuerzas que luchan por el mismo objetivo». Su perspectiva resalta que, al comprender las luchas de otros pueblos, fortalecemos nuestras propias luchas contra la injusticia y promovemos un sentimiento de comunidad global.
Conocer es el primer paso para derribar los muros del miedo y el prejuicio. Al informarnos y educarnos sobre las experiencias y culturas ajenas, ampliamos nuestra perspectiva y fomentamos un ambiente de respeto y colaboración. Este proceso nos ayuda a reconocer que, a pesar de las diferencias superficiales, compartimos aspiraciones y valores fundamentales: la dignidad humana, la legítima aspiración de existir en libertad y sin temor, las mismas aspiraciones, desafíos, esfuerzos, temores y sentimientos que los que componen nuestras propias vidas.
Numerosos estudios han demostrado que la empatía es esencial para reducir conflictos y promover la cooperación. Al entender las motivaciones y necesidades de otros, es más probable que busquemos soluciones que beneficien a todas las partes involucradas. Esto es especialmente relevante en contextos internacionales, donde la falta de comprensión —unida la geopolítica de bloques y los intereses extractivos, expansionistas, imperialistas y coloniales— puede conducir a tensiones diplomáticas o incluso conflictos armados.
Fomentar la empatía y los valores cívicos es esencial para construir una sociedad más justa y pacífica, respetuosa con su diversidad y armoniosa con las demás. Al esforzarnos por comprender la realidad desde la perspectiva de otras personas y grupos humanos, superamos las divisiones que nos separan y trabajamos juntas hacia objetivos comunes. No se trata solo de evitar el odio o el daño, sino de poner el énfasis en promover un mundo donde cada persona sea valorada y respetada por el hecho mismo de su existencia.
Como miembros de la familia humana, tenemos la responsabilidad de educarnos, de cuestionar nuestras percepciones y de abrir nuestros corazones y mentes a las experiencias de las demás. Solo entonces podremos realmente afirmar que estamos construyendo un futuro basado en la empatía, la justicia social y una paz duradera.