Al igual que España tiene un monarca en funciones y otro emérito en Abu Dabi, Venezuela cuenta con un presidente electo en el país y dos, al menos, fuera del país, esperando por lo que pudiera ocurrir. Ya se sabe que los gobiernos en Latinoamérica son altamente inflamables, con lo que conviene disponer de uno o dos recambios presidenciales en el extranjero. El mejor lugar donde guardarlos suele ser Miami, que está a un tiro de mísil de Caracas: allí vive actualmente Juan Guaidó, quien fue reconocido presidente de Venezuela por un montón de países y organismos internacionales, salvo Venezuela y otros países poco serios. Es un verdadero latazo que los venezolanos no aprendan a votar bien y se empeñen en no dejarse teledirigir desde Washington.
Tras las polémicas elecciones venezolanas, a Guaidó ahora le ha salido un duro competidor, Edmundo González, que le ha quitado el segundo puesto en el disputado podio de presidente de Venezuela, cargo ocupado por Nicolás Maduro, campeón absoluto en la disciplina caribeña, aunque muy criticado por la prensa extranjera. Pese a estar apoyada por la CIA, por la Unión Europea, por el PP, por Vox, por Federico Jiménez Losantos y por Hermann Tertsch, la Operación González ha fracasado estrepitosamente tras casi dos meses de tira y afloja político, de ofensivas mediáticas, de presiones diplomáticas y de acusaciones de golpe de Estado. Se veía venir porque Maduro, además, usa chándal.El culebrón de Edmundo González nos ha tenido en vilo durante los coletazos finales del verano, uno más de los grandes éxitos internacionales de la televisión hispanoamericana: Pasión de gavilanes, Betty la fea, Cristal, Caballo viejo, Los ricos también lloran y Guaidó presidente. Para exiliarse, González podía haber elegido cualquier país hostil al régimen chavista, de Estados Unidos a Argentina, pero ha preferido pedir asilo político a Pedro Sánchez, con lo que ha pillado con el pie cambiado al PP, un partido que, en un auténtico alarde opositor, lleva meses ejerciendo la oposición en Venezuela además de ejercerla en España.
Después de comparar a Sánchez con Maduro, con Chávez, con la ETA y con Pedro Botero, Feijóo y sus mariachis se han quedado de piedra al ver a la gran esperanza neoliberal contra el chavismo aterrizar en Barajas. Es un giro de guion inesperado hasta para el PP, donde se pirran por los culebrones. Para colmo, contra todo pronóstico y sin comprender que iba a liarla parda, el subcampeón de las recientes elecciones difundió la semana pasada un comunicado en el que aseguraba que no había existido ninguna coacción por parte de la Embajada española en Venezuela para que abandonara el país. Lo peor es que en cualquier momento va a difundir otro comunicado pidiendo a Feijóo, a Abascal y a la derecha española en bloque que, por favor, dejen de ayudarle.
Una vez más el PP sigue empeñado en sintonizar una emisora trasatlántica, hablando de las flagrantes injusticias en Venezuela y no, por ejemplo, de la injusticia de los presos de Alsasua; lamentando la miseria en los barrios pobres de Caracas en lugar de arreglar, por ejemplo, el desastre sanitario en Andalucía o la situación insostenible de los poblados en la Cañada Real de Madrid. Pero en Génova no se arredran ante la infundada acusación de que les importan más los venezolanos que sus propios compatriotas: lo único que les importa de verdad son los millonarios, ya sean venezolanos, nacionales o jeques árabes. El dinero es su única patria, aunque a veces los ricos también lloran.