Saltar ao contido principal

Chile. La “vida eterna” de Víctor Jara, detenido el 13 de septiembre de 1973

 


En Chile, «el derecho de vivir en paz» volvió a ser uno de los reclamos que la sociedad movilizada quiere que se escuche. Aquella canción de protesta fue compuesta por Víctor Jara contra la intervención estadounidense en Vietnam. «Manifiesto» o «Te recuerdo Amanda» son otras de las emblemáticas canciones y recuerdo vivo de Jara. Compartimos un escrito de Daniel Domínguez, publicado en ocasión de cumplirse «46 años de orfandad», 46 años de su ejecución a manos de los golpistas chilenos. 

“Canto que mal que sales

cuando tengo que cantar espanto.

Espanto como el que vivo,

espanto como el que muero”

Estos fueron los últimos versos que alcanzó a escribir Víctor Jara en una desgajada libreta minutos antes de ser ejecutado el 16 de septiembre de 1973. Cinco días antes había comenzado el golpe de Estado del general Augusto Pinochet contra el Gobierno legítimo de Salvador Allende en Chile. El 12 de septiembre por la mañana, Victor Jara se encontraba en la Universidad Técnica del Estado cuando fue detenido junto a parte del profesorado y del alumnado. De allí fueron trasladados al Estadio Chile, ahora rebautizado como Estadio Víctor Jara.

En el lugar, convertido en una especie de campo de concentración para prisioneros afines a Allende, los golpistas reconocieron rápidamente a Jara. El cantautor se había convertido en un símbolo dentro y fuera de Chile. Era el compositor del bajo pueblo, el que le cantaba al viento de Miguel Hernández, a la lucha de la clase obrera, esa que siempre riega con su sangre las guerras. Víctor Jara le escribió a los campesinos a los que el sol la piel pone negra, a los que el sudor hace surcos, a sus padres. A los explotados que pierden la vida, a los que toito se lo han quitao. En definitiva, Víctor Jara escribió y cantó a quienes nunca nadie escribe y canta, a quienes no lucen en una canción. Y por eso mismo era tan peligroso para Pinochet y los suyos.

“¡A ese hijo de puta me lo traen para acá!”, cuenta el abogado Boris Navia, también recluido, que gritó un oficial cuando vio a Jara en la fila dentro del estadio. “¡A ese hijo de puta me lo traen para acá!”, repitió. “A ese huevón, ¡a ese!”, gritaba mientras señalaba al cantautor. “¡Che, tu madre! Vos sois el Víctor Jara huevón. El cantor marxista, ¡el cantor de pura mierda!”, cuenta Navia que le dijo para, acto seguido, comenzar a patear el cuerpo y la cara del compositor, que se protegía como podía. Todo ello, sin perder la sonrisa. Porque, según han contado los testigos, Víctor Jara jamás perdió la sonrisa. Un sonrisa de trinchera que había que defender de la miseria y los miserables, que diría Mario Benedetti.

Pasó el miércoles 12 de septiembre y el jueves 13. Casi 5.000 presos se amontonaban en el Estadio Chile. Víctor Jara no había probado bocado. Tenía varias costillas rotas y un ojo reventado. Aprovechando un revuelo la tarde del jueves, algunos presos dieron un poco de agua al cantautor, incluso le consiguieron un huevo crudo, el cual Jara perforó con una cerilla para poder sorberlo, siempre según la versión de Boris Navia. Ese día consiguió dormir con sus compañeros. Parecía que los sublevados se habían olvidado de él. El sábado 15 de septiembre, el compositor tomó papel y lápiz y escribió sus últimos versos para quedar grabado en el papel el espanto que estaba viviendo. Espanto que le llevaría a la muerte poco después.

Víctor Jara llegó a ser nombrado embajador cultural cuando Allende alcanzó el poder en 1970. Fue el protagonista de un esplendor cultural sin precedentes en la historia de Chile. Y a pesar de erigirse como un mito, Jara jamás rompió con sus raíces, sino que decidió envolverse en ellas, en sus miserias, en su belleza. Quería la revolución como también la querían el joven secundario, el universitario y el proletario. Y para ello siempre pensó que la educación sería la vía para conseguirla.

«En la Universidad

se lucha por la reforma

para poner en la horma

al beato y al nacional.

Somos los reformistas,

los revolucionarios,

los antiimperialistas,

de la Universidad.

Los soldados vuelven a torturar al cantor a culatazos. “Dos veces alcanza a levantarse Víctor, herido, ensangrentado. Luego no vuelve a levantarse. Es la última vez que vemos con vida a nuestro querido trovador. Sus ojos se posan por última vez sobre sus hermanos, su pueblo mancillado”, recordó Navia en el acto homenaje al cantautor en 2003. Era el momento de callar para siempre a Víctor Jara. Incluso de cortarle la lengua para que nunca más se escuchase a la voz del pueblo.

Cuarenta y cuatro balas terminan con la vida de uno de los compositores más importantes de la historia. Terminó la vida del trovador que estaba a punto de cumplir 41 años, y su cuerpo fue arrojado junto al Cementerio Metropolitano, donde un trabajador le reconoció y avisó a su mujer Joan. Desde ese día, como Quilapayun –grupo en el que Jara ejerció como director artístico entre1966 y 1969– dijo durante un concierto, sus míticos ponchos tomaron otro sentido que el que le dieron cuando inventaron sus trajes: “Ahora son un luto que llevamos y llevaremos siempre por Víctor”.

Fuente: AnRed