Cincuenta y dos años han pasado de aquella fría noche de agosto de 1972, cuando un grupo de 116 guerrilleros argentinos, cautivos en una lejana cárcel patagónica, decidió activar su plan de fuga y escapar. Cincuenta años pasaron, también, del fusilamiento de los que, por distintas fallas en el operativo de escape, fueron capturados.1
La fuga del Penal de Rawson —ubicado en la provincia argentina de Chubut—, y el asesinato de 16 de los 19 guerrilleros que no lograron escapar —conocido como la Masacre de Trelew—, fueron de los hechos más conmocionantes de la época, cuya repercusión social, cultural y política dejó huellas persistentes en la memoria de los años setenta.
Pero, más allá de esa memoria, ambos eventos tienen en nuestra historia contemporánea una relevancia y significación específica que es preciso señalar y, al mismo tiempo, develar. La fuga del Penal de Rawson y la Masacre de Trelew —que por razones de economía escritural denominaré Trelew—, no fueron un hecho más en un largo caudal de eventos políticos o militares, sino un acontecimiento histórico en sentido pleno. Es decir, un suceso breve pero significativo, capaz de decirnos mucho más sobre ese pasado.
Esto, claro, no es una novedad y, por ello, historiadores y cientistas sociales han investigado diferentes dimensiones de la fuga y la Masacre. Sin embargo, ninguno de ellos las ha estudiado de manera conjunta. Las razones son muchas, la mayoría obedece a la manera en la que ambos sucesos fueron pensados y a las preguntas que se formularon para indagar Trelew.
Es por ello que, al cumplirse medio siglo de aquellos hechos, resulta oportuno hacer un balance historiográfico y preguntarnos en qué dimensiones de la historia del siglo XX argentino se inscribe la fuga y la Masacre. Responder a este interrogante no es tarea sencilla ya que, como intentaré mostrar, bajo la aparente brevedad y eventualidad de la fuga y la Masacre, se imbricaron procesos muy distintos, con temporalidades y dimensiones varias. Esto es así porque, además de una fuga y de una masacre, Trelew fue muchas cosas: parte de la historia política argentina, hito singular en el devenir represivo militar del Cono Sur, conflicto diplomático en plena Guerra Fría, patrimonio común revolucionario, alimento para el periodismo sensacionalista y narrativas policiales, objeto del foto-periodismo; razón de artistas y escritores que bordeaban las vanguardias, motivo para la reactivación del humanismo sacrificial, pasión popular, solidaridad, simpatía y, finalmente, pueblada.
Por todo eso, sostengo aquí que Trelew —en tanto acontecimiento— es capaz de ilustrar una época o parte de ella. De allí nace su permanencia en la memoria más allá de la conmemoración y de las efemérides y, luego, su interés historiográfico. Esto, naturalmente, no significa que la fuga y la Masacre “representen” un periodo de la historia reciente argentina. Antes bien, significa que en el devenir de esos eventos se anudaron un conjunto de procesos que retratan su propia época de forma excepcional.
En las páginas que siguen, defenderé estas ideas e intentaré demostrarlas.2
Prisión, fuga y masacre. El tiempo nervioso de la política
Eran las seis de la tarde del martes 15 de agosto de 1972, cuando 116 presos políticos, cautivos en el Penal de Rawson, decidieron amotinarse, tomar las instalaciones, reducir a más de 60 guardias y escapar. El plan había sido diseñado milimétricamente por los principales dirigentes de distintas organizaciones guerrilleras: Mario Roberto Santucho, Domingo Menna, Enrique Gorriarán Merlo, del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), Marcos Osatinsky y Roberto Quieto de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Fernando Vaca Narvaja, de Montoneros.
Para escapar de una cárcel de máxima seguridad como era el Penal de Rawson —cuya ubicación lejana de todo gran centro urbano argentino redoblaba las dificultades—, era preciso un plan de fuga que contara con un grupo de apoyo exterior, afuera de las instalaciones presidiarias. Resultaba vital trasladarse rápidamente hacia otro lugar, sin ser capturado o quedar a la deriva de la gran estepa patagónica. Por eso, una vez que los presos lograran tomar el penal, un Ford Falcon, una camioneta y dos camiones los esperarían afuera y los llevarían al Aeropuerto más cercano, a 20 kilómetros de allí, en la ciudad de Trelew. La idea era secuestrar un avión con destino a Buenos Aires que, saliendo desde Comodoro Rivadavia, haría escala en Trelew a las 6.50 de la tarde. A esa hora, y si todo salía según los planeado, los 116 presos debían llegar al aeropuerto, obligar a los pasajeros a abandonar el avión y al piloto a cambiar su destino hacia Cuba. Para lograrlo, unas horas antes, Alejandro Ferreyra Beltrán y Víctor Fernández Palmeiro, del PRT-ERP, abordarían el avión en Comodoro Rivadavia y ayudarían, desde el interior, a secuestrarlo. Pero, al caer la noche, solo 6 de los 116 presos que esa tarde intentaron fugarse, lograron recuperar su libertad. ¿Qué había pasado?
La primera parte del plan se desarrolló según lo estipulado: el penal fue tomado exitosamente. La reducción de guardias se llevó a término con total tranquilidad. Los presos pudieron salir de sus celdas y llegar hasta la salida del penal. Afuera, los vehículos aguardaban para llevarlos al Aeropuerto. Una hora después, tal como se había estipulado, el avión que los llevaría a Cuba aterrizaba en el Aeropuerto de Trelew.
Sin embargo, durante la toma del penal, un guardia cárcel, Juan Valenzuela, sospechó de los raros movimientos y quiso detener al primer grupo que intentaba escapar por la puerta principal. Pero antes de poder sacar su arma, fue alcanzado por un disparo. Era la primera víctima de la fuga. Afuera, los disparos confundieron a quienes estaban esperando a bordo de los camiones y camionetas, e interpretaron que habían recibido una señal que indicaba que el operativo de fuga se había cancelado. Y, así, decidieron partir, alejándose del penal. En cambio, el Ford Falcon —el más pequeño de los vehículos— interpretó la señal de otro modo y esperó. Los primeros en salir del penal y abordar ese Ford Falcon fueron los principales dirigentes guerrilleros, los ideólogos de la fuga: Santucho, Osatinstky, Quieto, Gorriarán Merlo y Vaca Narvaja. Este primer contingente de fugados partió hacia el Aeropuerto de Trelew, esperando encontrar el avión que garantizaría su escape.
A bordo de ese avión los esperaban dos compañeros del PRT-ERP, Ferreyra Beltrán y Fernández Parlmeiro. Mediante Ana Weissen —militante de las FAR que subió al avión en Trelew como pasajera y que tenía contacto con los vehículos que garantizarían la fuga—, se enteraron sobre una falla en el operativo y aguardaron en la pista de aterrizaje a que llegara, al menos, algún contingente de compañeros.
Mientras tanto, en el Penal, siendo casi las siete de la tarde, el resto de los 110 presos amotinados no sabía, aún, que ningún otro vehículo vendría por ellos. Ante la demora evidente, un pequeño grupo decidió llamar a taxis desde las oficinas del penal. Llegaron sólo cuatro vehículos. Había lugar para 19 personas. Y así fue como otro contingente de cuatro mujeres y catorce hombres partió hacia el aeropuerto, con el plan de fuga trastocado y, sobre todo, demorados. Sumado a esto, por un desperfecto mecánico, uno de los taxis retrasaba su andar y, para evitar separarse, el resto de los vehículos esperaba. Cuando llegaron al Aeropuerto, 45 minutos después, aún podía verse, en el horizonte, las luces del avión que había iniciado el despegue algunos pocos minutos antes.
Al no poder subir al avión, los 19 guerrilleros recién llegados al aeropuerto de Trelew debieron rendirse. Rodeados por un batallón de infantes de Marina, tomaron la torre de control. Con temor a posibles represalias, llamaron a un médico y a un juez federal para garantizar su integridad física. Llamaron, también, a los periodistas y, antes de deponer sus armas, dieron una conferencia de prensa donde explicaron, frente a las cámaras de televisión, las causas de la fuga y las condiciones de su rendición. Entre ellas, se encontraba el pedido de regresar al Penal de Rawson. Pocos minutos después, dejaron sus armas en el suelo y se rindieron, a la espera de su traslado. Sin embargo, con la excusa de que el penal aún continuaba tomado, fueron llevados a la Base Aeronaval Almirante Zar, a pocos kilómetros del aeropuerto de Trelew. Desde entonces no se supo nada de ellos. Hasta la madrugada del 22 de agosto de 1972. Ese día un grupo de hombres al mando del capitán de corbeta Luis Emilio Sosa y el Teniente Roberto Bravo ordenó a los 19 presos a salir de sus celdas y enfilarse. Sin mediar palabra, los marines dispararon a matar. Los que sobrevivieron a la balacera, fueron rematados con armas de corto alcance. A pesar de todo, 7 de los 19 reclusos, lograron sobrevivir. 4 murieron en horas posteriores. Sólo 3 de ellos vivirían para contarlo.
Así se llamaban quienes esa noche perdieron su vida: Alejandro Ulla, Alfredo Kohan, Ana María Villarreal de Santucho, Carlos Alberto del Rey, Carlos Astudillo, Clarisa Lea Place, Eduardo Capello, Humberto Suárez, Humberto Toschi, José Ricardo Mena, María Angélica Sabelli, Mariano Pujadas, Mario Emilio Delfino, Miguel Ángel Polti, Rubén Pedro Bonnet, Susana Lesgart.
11 de los 16 fusilados era miembros del PRT-ERP, 2 de Montoneros y 3 de las FAR. La mayoría no había cumplido sus 25 años. Ana María Villarreal de Santucho estaba embarazada.
Por su parte, Ricardo René Haidar, María Antonia Berger y Miguel Ángel Camps, sobrevivieron a la balacera. Fueron trasladados a un Hospital en Puerto Belgrano.3
Volvamos, ahora, al interrogante inicial: ¿en qué dimensiones de la historia del siglo XX argentino se inscribe la fuga y la Masacre? En primer lugar, Trelew pareciera pertenecer a la historia política y, sobre todo, al “tiempo nervioso” de la política de los años setenta.4 Una fuga carcelaria de un grupo de 116 presos políticos, organizada por distintas organizaciones guerrilleras argentinas que tenían como bandera la revolución socialista y como método la lucha armada; el posterior fusilamiento de quienes no pudieron escapar por miembros del Batallón de infantes de la Marina Argentina —y con la complicidad de la dictadura militar que, en esos años, gobernaba la Argentina—; en fin, estos hechos, en primera instancia, se narran y se explican bajo la lógica y causalidades de la historia política y militar, inscribiéndose en una temporalidad breve y acotada.
Sin embargo, para comprender la fuga y la Masacre, antes debiera darse cuenta del paisaje político y cultural que, hacia los años sesentas, se había transformado de forma considerable. Desde mediados de siglo XX, la Argentina se debatía entre regímenes dictatoriales y brevísimos períodos pseudo-democráticos que reprimían ferozmente todo conflicto social o político, al tiempo que veía nacer nuevos partidos, organizaciones, figuras y agrupaciones varias que alimentaron ese gran espacio ideológico, político y cultural tan vasto y complejo conocido como Nueva Izquierda. Las “nuevas izquierdas”, se crearon al calor de poderosas insurrecciones obreras y grandes movilizaciones populares que se oponían a las medidas socio-económicas y represivas de los gobiernos militares. Sus principales participantes y artífices, miraron con entusiasmo la Revolución Cubana que, desde 1959, había comenzado a forjar el primer gobierno comunista en toda América Latina. Algunos, reelaboraron viejas tradiciones de izquierda a partir de este suceso y, otros, lo unieron al destino de corrientes nacionalistas como fue el caso de la izquierda peronista. Todos ellos levantaron la bandera del socialismo y, la gran mayoría, defendieron la opción por las armas.5 Del auge de las nuevas izquierdas surgieron las organizaciones guerrilleras que, hacia 1971 y 1972, tenían la mayor parte de su dirigencia y cuadros medios apresados en las principales cárceles del país, perseguidos por la dictadura militar. Fueron estos presos los que intentaron escapar la noche del 15 de agosto de 1972.
Pero este paisaje histórico —al que sólo podríamos acudir como marco general— no es un contexto específico de la fuga y la Masacre y, por ello, se presenta insuficiente para mostrar la singularidad y la caladura histórica de Trelew en tanto acontecimiento.6 Dicho de otro modo: no fue el desarrollo de las Nuevas Izquierdas, tampoco la propia represión militar de la dictadura, lo que explica de forma específica que la fuga y la Masacre se convirtieran en un suceso significativo para su propia época.7
Señalar los contextos específicos de la fuga y la Masacre no es una tarea sencilla. La primera dificultad reside en la brevísima duración de estos eventos. Entre la fuga y la Masacre transcurrieron sólo siete días. La espectacularidad de estos sucesos y la manera en la que fueron comunicados y difundidos, hizo de los siete días de Trelew un suceso en sí mismo. Pero, como afirmaba Braudel en Historia y Ciencias Sociales, el tiempo corto es “la más caprichosa, la más engañosa de las duraciones”.8 El “engaño” de la temporalidad de los eventos de Trelew, reside en su capacidad de ocultar las razones de su complejidad histórica dada su aparente indeterminación y su vida episódica fuera de casi toda estructura. Por ello, se retorna una y otra vez a esos siete vertiginosos días transcurridos entre el 15 y 22 de agosto de 1972. El tiempo breve de la fuga y de la Masacre es tal vez su costado más atractivo y, por lo tanto, para el historiador, el más engañoso, porque obtura el avistaje de otros procesos no tan acotados que sí lo explican, que sí lo comprenden. O, mejor dicho, que lo explican de otra manera, devolviéndole su sentido histórico, esto es: los contextos específicos que forjaron su singularidad.
Pongamos, al menos, el ejemplo más evidente. Luego de la fuga —cuando la Masacre de Trelew aún no se había producido—, los seis guerrilleros que escaparon con éxito, secuestraron un avión en el Aeropuerto de Trelew y partieron hacia Santiago de Chile. Esto generó un conflicto diplomático de difícil resolución entre Argentina y el país trasandino. Allí hacía dos años que gobernaba la Unión Popular de Salvador Allende, quien se negó a extraditar a los guerrilleros argentinos y permitió que escaparan hacia Cuba, donde fueron bien recibidos por el gobierno comunista de Fidel Castro. De este modo, a través de Trelew, la Guerra Fría latinoamericana se metió de lleno en la historia Argentina, haciendo emerger la compleja geografía transnacional del devenir político revolucionario y contra-revolucionario que atravesó la historia de casi todo el siglo XX, a nivel mundial. Aquí, Trelew, comienza a pertenecer a una historia más amplia y general, que se despliega en una temporalidad mucho menos acotada. Y este sí constituye uno de los contextos específicos de la fuga y la Masacre, que analizaré en el apartado que sigue.
Sin embargo, para comprender la fuga y la Masacre, antes debiera darse cuenta del paisaje político y cultural que, hacia los años sesentas, se había transformado de forma considerable. Desde mediados de siglo XX, la Argentina se debatía entre regímenes dictatoriales y brevísimos períodos pseudo-democráticos que reprimían ferozmente todo conflicto social o político, al tiempo que veía nacer nuevos partidos, organizaciones, figuras y agrupaciones varias que alimentaron ese gran espacio ideológico, político y cultural tan vasto y complejo conocido como Nueva Izquierda. Las “nuevas izquierdas”, se crearon al calor de poderosas insurrecciones obreras y grandes movilizaciones populares que se oponían a las medidas socio-económicas y represivas de los gobiernos militares. Sus principales participantes y artífices, miraron con entusiasmo la Revolución Cubana que, desde 1959, había comenzado a forjar el primer gobierno comunista en toda América Latina. Algunos, reelaboraron viejas tradiciones de izquierda a partir de este suceso y, otros, lo unieron al destino de corrientes nacionalistas como fue el caso de la izquierda peronista. Todos ellos levantaron la bandera del socialismo y, la gran mayoría, defendieron la opción por las armas.5 Del auge de las nuevas izquierdas surgieron las organizaciones guerrilleras que, hacia 1971 y 1972, tenían la mayor parte de su dirigencia y cuadros medios apresados en las principales cárceles del país, perseguidos por la dictadura militar. Fueron estos presos los que intentaron escapar la noche del 15 de agosto de 1972.
Pero este paisaje histórico —al que sólo podríamos acudir como marco general— no es un contexto específico de la fuga y la Masacre y, por ello, se presenta insuficiente para mostrar la singularidad y la caladura histórica de Trelew en tanto acontecimiento.6 Dicho de otro modo: no fue el desarrollo de las Nuevas Izquierdas, tampoco la propia represión militar de la dictadura, lo que explica de forma específica que la fuga y la Masacre se convirtieran en un suceso significativo para su propia época.7
Señalar los contextos específicos de la fuga y la Masacre no es una tarea sencilla. La primera dificultad reside en la brevísima duración de estos eventos. Entre la fuga y la Masacre transcurrieron sólo siete días. La espectacularidad de estos sucesos y la manera en la que fueron comunicados y difundidos, hizo de los siete días de Trelew un suceso en sí mismo. Pero, como afirmaba Braudel en Historia y Ciencias Sociales, el tiempo corto es “la más caprichosa, la más engañosa de las duraciones”.8 El “engaño” de la temporalidad de los eventos de Trelew, reside en su capacidad de ocultar las razones de su complejidad histórica dada su aparente indeterminación y su vida episódica fuera de casi toda estructura. Por ello, se retorna una y otra vez a esos siete vertiginosos días transcurridos entre el 15 y 22 de agosto de 1972. El tiempo breve de la fuga y de la Masacre es tal vez su costado más atractivo y, por lo tanto, para el historiador, el más engañoso, porque obtura el avistaje de otros procesos no tan acotados que sí lo explican, que sí lo comprenden. O, mejor dicho, que lo explican de otra manera, devolviéndole su sentido histórico, esto es: los contextos específicos que forjaron su singularidad.
Pongamos, al menos, el ejemplo más evidente. Luego de la fuga —cuando la Masacre de Trelew aún no se había producido—, los seis guerrilleros que escaparon con éxito, secuestraron un avión en el Aeropuerto de Trelew y partieron hacia Santiago de Chile. Esto generó un conflicto diplomático de difícil resolución entre Argentina y el país trasandino. Allí hacía dos años que gobernaba la Unión Popular de Salvador Allende, quien se negó a extraditar a los guerrilleros argentinos y permitió que escaparan hacia Cuba, donde fueron bien recibidos por el gobierno comunista de Fidel Castro. De este modo, a través de Trelew, la Guerra Fría latinoamericana se metió de lleno en la historia Argentina, haciendo emerger la compleja geografía transnacional del devenir político revolucionario y contra-revolucionario que atravesó la historia de casi todo el siglo XX, a nivel mundial. Aquí, Trelew, comienza a pertenecer a una historia más amplia y general, que se despliega en una temporalidad mucho menos acotada. Y este sí constituye uno de los contextos específicos de la fuga y la Masacre, que analizaré en el apartado que sigue.
En el espacio leemos el tiempo. De Rawson a La Habana. Chile y la Guerra Fría latinoamericana
Se sabe que uno de los principales artífices de la fuga del Penal de Rawson fue Mario Roberto Santucho, máximo dirigente del PRT-ERP. Fue él quien, la tarde del 15 de agosto de 1972, intentó convencer al piloto del avión recién secuestrado en el Aeropuerto de Trelew para que modificara su rumbo hacia la ciudad de La Habana, en Cuba. Pero el piloto se negó, argumentando que la aeronave no poseía la suficiente autonomía para llegar hasta el Caribe. Luego de algunas deliberaciones con sus compañeros, decidieron obligar al piloto a dirigirse hacia Santiago de Chile. La elección del país trasandino no era, sin embargo, una decisión desesperada.
Desde septiembre de 1970, en Chile, gobernaba la Unidad Popular de Salvador Allende, una alianza de partidos y fuerzas progresistas que había llegado al poder por las urnas y que se había puesto, como objetivo, conducir el país, pacífica y democráticamente, hacia el socialismo. En pleno contexto de Guerra Fría, donde las principales potencias en pugna desmentían tal posibilidad oponiendo socialismo a democracia y democracia a socialismo, el gobierno de la Unidad Popular fue un experimento político sin antecedentes históricos.
Por eso, para los guerrilleros argentinos, escapar desde el Penal de Rawson hacia Chile podía garantizarles cierta seguridad. No era improbable que aceptaran refugiarlos, al menos, transitoriamente ya que, más allá de Allende y la Unidad Popular, Chile poseía una larguísima tradición de asilo político que se reforzó a partir de 1970.
Por otro lado, hacía tiempo que, al menos el PRT-ERP, mantenía vínculos con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria chileno (MIR) y comenzaba a formar parte de lo que Aldo Marchesi llamó “una red transnacional de militantes políticos vinculados a distintas organizaciones armadas de la nueva izquierda argentina, brasilera, boliviana, chilena y uruguaya, ya en formación desde mediados de los sesenta”.9 En este sentido, la solidaridad de la guerrilla chilena para con la argentina fue manifestada públicamente, a dos días de la llegada del avión a Chile con los presos argentinos. La “Declaración del MIR sobre los revolucionarios argentinos llegados a Chile” fue reproducida enteramente por el órgano oficial de prensa del PRT, El Combatiente, en la página 7 de su entrega nº 71, en septiembre de ese mismo año.
Pero aunque a simple vista todo parecía indicar que escapar a Chile no generaría mayores problemas, la llegada de los guerrilleros argentinos provocó uno de los conflictos diplomáticos y geo-políticos más complejos de los que se tenga registro en la región. Esto es así porque, contrario a lo que podía esperarse en aquellos años —donde las llamadas “fronteras ideológicas” de la Guerra Fría fueron impuestas como principio de vinculación internacional entre países—, Alejandro Agustín Lanusse (entonces presidente de facto argentino) y Salvador Allende sostuvieron relaciones bilaterales nada conflictivas y habían llegado, poco antes de los sucesos de Rawson y de Trelew, a importantes acuerdos.