MARIBEL MEDINA
Presidenta de la Asociación Mi Pueblo Lee
Philip Roth escribió: "Es tan desgarradora la violencia cuando tiene lugar en una casa como ver ropa colgando en un árbol después de una explosión. Puedes estar preparado para ver la muerte, pero no la ropa en el árbol".
En uno de los festivales que organiza Mi Pueblo lee, se acercó una mujer y me dijo: "me llamo Faustina y espero que exista el cielo porque esta vida mía ha sido un infierno, descansé cuando mi marido murió. Ahora soy vieja y solo espero la muerte".
Me contó que el primer bofetón fue en la noche de bodas, por no poder, querer, saber. Después ya no importaba la razón: no me has preparado el café como quería, has mirado al vecino, no has peinado a mi madre, las sábanas están sucias.
Josefina pasó de cuidar a sus padres a su suegra, que fue a vivir con ellos y, al final, a su marido, al que una embolia le dejó en la cama. No tuvieron hijos.
También la pegaba por eso.
A su marido le criaron a palos. Una violencia opaca, perpetuada durante generaciones.
Las vacas, la casa, la huerta, mantener el fuego en invierno, lavar la ropa, eran trabajos para ella y para él; puñetazos, patadas, amenazas de muerte: te voy a tirar por las escaleras, te voy a meter la cabeza en el horno de leña, te voy a pegar un tiro con la escopeta de caza.
TE VOY, TE VOY...
Eso era el terror. Pero una se acostumbra al terror, lo normaliza y lo esconde.
Faustina nunca denunció a su marido. Mientras que la media nacional para denunciar es de ocho años y ocho meses, en zonas rurales sube a más de 20 años, según datos de la última Macroencuesta de Violencia sobre la Mujer realizada por la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales. Para mujeres mayores de 65 -el 54 % de la población en los pueblos- la media está en 26 años. La falta de anonimato, de recursos o de independencia económica son trabas añadidas para las mujeres que sufren violencia de género en el medio rural. El 100% de los agresores eran conocidos de las víctimas siendo casi el 60% familiares, lo que muestra que la relación de las mujeres con la violencia es un continuo a lo largo de la vida.
Por ello, tiene sentido que las mujeres que viven en zonas rurales tarden el doble de tiempo en denunciar que las que viven en las ciudades. En la España vaciada es difícil el anonimato, existen menos redes de apoyo y todo ello ayuda a aceptar la violencia machista como algo privado y cotidiano a lo largo de la vida.
Casi un 30% de las mujeres asesinadas por violencia de género fueron en zonas rurales y prácticamente ninguna mujer víctima de violencia machista había utilizado los recursos asistenciales.
La creación de clubs de lectura vienen a paliar la soledad que puede ser más intensa en núcleos rurales muy aislados. Invité a Josefina a que se uniera a un club de lectura recién creado, era poca cosa, un libro cada tres meses, lo de menos era leer, lo mejor hablar, las pastas y el café.
Volví a verla al año siguiente. Estaba leyendo Historia de una maestra de Josefina Aldecoa.
Era otra, o así me lo pareció. No solo participaba del club de lectura sino que todas habían ido de viaje a Barcelona, siguiendo los pasos de Vázquez Montalbán.
Llegó otro pueblo y otro festival. Comencé a decorar el gran árbol de la plaza con banderines de colores. Era invierno y parecía muerto. Los banderines se movían al viento y hacían ruido como de hojas, parecía que hubiera llegado la primavera y hubiera florecido. Recordé la frase de Philip Roth y me acordé de Josefina. Aunque esta vez no había ropa colgada del árbol, lo único tendido era una promesa llena de esperanza.