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Pensamiento Crítico. Sobre los resultados electorales en Francia y Gran Bretaña

 



Coordinación de Núcleos Comunistas

Las victorias respectivas del Partido Laborista en Gran Bretaña y del Nuevo Frente Popular en Francia deben entenderse como un inmenso voto de rechazo popular a gobiernos que, en medio de una gigantesca crisis, han  llevado a cabo las políticas más duras sobre la clase trabajadora como representantes directos de la gran burguesía imperialista. En este sentido, los resultados electorales son la continuación en clave nacional de lo ocurrido en las recientes elecciones europeas en las que la elevada abstención ha reflejado un alto grado de malestar social[1].

En los dos países, como en el resto de la UE y desde luego en el Estado español, la degradación de las condiciones de vida de la clase trabajadora es enorme y sin perspectiva alguna de mejora. En el marco de la crisis general del capitalismo que se intensifica progresivamente, el confinamiento y el cierre de la economía impuestos férreamente durante la pandemia aceleraron el hundimiento de unas economías que apenas se habían recuperado de la crisis de 2008/2009. A ello hay que añadir las decisiones estrictamente política como la cancelación del comercio con Rusia y la elevación de los tipos de interés que han disparado los precios y han acabado de hundir a miles de empresas.

Los resultados son devastadores.

En Gran Bretaña, millones de trabajadores que han perdido su empleo o que cobran salarios míseros recurren a los bancos de alimentos y no pueden calentar sus hogares en invierno. El deterioro de los servicios públicos es inmenso como resultado de recortes y privatizaciones, especialmente grave en el NHS (Sistema Nacional de Salud) que hasta los años 80 era el ejemplo de servicios sanitarios en Europa occidental. Las importantes huelgas que han sacudido el país no han servido para revertir la situación aunque sí han evidenciado el alto grado de indignación social. El voto mayoritario al Partido Laborista, que ha sido apoyado por importantes sectores empresariales y por grandes medios de comunicación conservadores, como el tabloide Sun propiedad de Robert Murdoch, y que solo tiene en su programa difusas promesas de “cambio”, ha servido para canalizar electoralmente un polvorín de exasperación social que no tiene posibilidades de resolver.

En Francia la situación social es, si cabe, más grave. Los datos son abrumadores: más de la mitad de los franceses no puede pagar los gastos médicos, de energía o comprar frutas y verduras; un tercio se ve obligado a saltarse una y hasta dos comidas diarias[2]; casi la cuarta parte de los niños están en situación pobreza y exclusión social. Las masivas movilizaciones populares y huelgas obreras – contra la subida de combustibles en 2022, contra la reforma de las pensiones, por el asesinato de un adolescente por la policía o las recientes protestas de los agricultores, entre otras – han sacudido el país llegando a amenazar con el derrocamiento del gobierno, utilizando potentes métodos de lucha que no se veían desde hacía décadas.

El victorioso Nuevo Frente Popular está constituido por un variopinto conjunto de organizaciones que incluyen al Partido Socialista, penetrado hasta la médula por el sionismo y responsable directo del ascenso de Le Pen[3]. Su programa[4], en el caso de que consiga gobernar, contiene un conjunto de medidas sociales y de mejoras en los servicios públicos que, sin planteamiento alguno de revertir privatizaciones, ni de confrontar con el plan de austeridad que pretenden imponer el BCE y el FMI, más parecen una incoherente colección de buenos deseos. Además, ante una UE que se propone a vaciar de competencias a los Estados y que tiene una configuración radicalmente antidemocrática, que el pueblo francés rechazó mayoritariamente en el Referéndum de la Constitución Europea, el Nuevo Frente Popular ni siquiera cuestiona su estructura de poder.

Tampoco hay ni una sola mención a la escalada belicista de la UE, ni al sometimiento a EE.UU a través de la OTAN o al desmesurado aumento de los gastos militares, hechos especialmente significativos en un país tradicionalmente celoso de sus soberanía y en una fuerza política que pretendía oponerse a un Macron decidido a llevar a Francia a la guerra con Rusia.

Sin duda su propuesta concreta de derogación de la criminal Ley de Emigración  aprobada en enero de este año y el apoyo a la lucha del pueblo palestino expresada con claridad por Melanchón, junto al “No Pasarán” que ha avivado el sentimiento antifascista del pueblo francés, han sido determinantes para una movilización del voto que, ni en las elecciones europeas, ni en la primera vuelta, se había producido.

En definitiva, en ambos casos, el voto ha sido un instrumento para echar a los gobiernos anteriores y, en el caso francés, expresión de un profundo sentimiento popular antifascista, una especie de freno de emergencia ante la amenaza de la derecha más recalcitrante, pero poco más. El Nuevo Frente Popular se parece mucho a la ensalada de colorines que caracteriza a la vieja/nueva socialdemocracia posmoderna y, como ella – como hizo Syriza en Grecia –  no sólo no tiene ni voluntad, ni capacidad para resolver los problemas, sino que puede debilitar aún más a la clase trabajadora.

Los grandes problemas seguirán agravándose en medio de una gran inestabilidad política, tanto con la  previsible alianza entre el macronismo y Le Pen o con un gobierno del Nuevo Frente Popular sin mayoría parlamentaria.

De momento se ha ganado tiempo ante el puño de hierro con el que, bien a través de una nueva “pandemia”, “crisis climática” o directamente l guerra,  la burguesía se prepara para confrontar sus propias contradicciones y el ascenso de la movilización popular propiciado por la crisis. Y ese tiempo, esa especie de prórroga, debe ser aprovechada por la clase obrera, en Francia, en Gran Bretaña y en todos los países para avanzar en la construcción de una poderosa organización de clase, comunista, capaz de organizar la fuerza necesaria para derrotar los planes criminales de la oligarquía imperialista.