La gazatí Islam Rafeeq, de 22 años, conoce la sensación de intentar dormir bajo los bombardeos israelíes, quedarse sin casa o luchar por mantener una dignidad e identidad despedazadas. Rafeeq, poeta y estudiante de odontología, comparte con la agencia Efe fragmentos de su diario.
8 de octubre de 2023
Quien ha vivido la guerra varias veces conoce el pavor que causa. A las 23:30 nos juntamos toda la familia en una habitación. Miro a todos en un intento de tomar una última foto en mi memoria.
Esa noche, la casa de mi tío, pared con la nuestra, se convierte en ruinas. Nuestra habitación es destruida. Mis hermanas y yo, en la cocina, quedamos atrapadas bajo los escombros. La noche es oscura, iluminada por los rayos naranjas y rojos de las explosiones.
Grito el nombre de mi hermana, no responde. Sostengo su mano con fuerza y aúllo sin voz, jadeo con tanta fuerza que pierdo el conocimiento. Cuando abro los ojos veo a un doctor tratando de salvar la vida a alguien. Reconozco a mi papá sentado a mi lado, me asegura que todos están bien, que mi hermana sufre un traumatismo craneal pero que se recuperará.
Miro sus ojos hinchados y llenos de lágrimas. Preguntó dos veces: ¿todos bien? Entonces sé que mi tío y toda su familia han muerto.
23 de octubre
Hoy es mi cumpleaños. ¿Cómo afrontar esta angustia colosal? Cumplí 22 años sin velas ni esperanza.
3 de noviembre
No hay comunicación con ambulancias ni hospitales. Estamos en la escuela de UNRWA en Yabalia porque es “lugar seguro”. ¿Pero estamos realmente seguros? Un día, a plena luz, el mercado cercano fue bombardeado con cientos de personas. La metralla penetró en la escuela y las ventanas se rompieron. Hoy tomamos la decisión más difícil: irnos al sur dejando atrás nuestro hogar, nuestra vida. Somos desplazados forzosos.
Para llegar al sur, junto a miles de familias que cargan bolsas y las llaves de sus casas, tenemos que atravesar un nuevo control militar israelí. Caminamos al lado de tanques y drones que escanean cada uno de nuestros movimientos. En fila india, nos separan de nuestras familias. Una mujer soldado toca cada centímetro de mi cuerpo con sus terribles manos. Se llevan a todos los hombres y les obligan a quitarse la ropa.
7 de noviembre
Campo de desplazados de Rafah. Es aquí donde habita el hambre. Veo a una abuela apoyada en la espalda de su hija que intenta alimentar a unos niños hambrientos. Papá y mi hermano de 13 años levantan una pequeña tienda. Bruma, hedores y rostros exhaustos cada mañana. Salimos a buscar agua y pan. Colas por todas partes, hasta para ir al baño. La noche nos aterra. Nos reunimos alrededor de una radio a la espera de un alto el fuego. El campamento no es nuestro hogar, es donde aguardamos la muerte.
12 de noviembre
Agotada sin haber comido durante cuatro días. Incapaz de enfadarme, dormir, caminar o respirar. El dolor consume toda mi energía, moldea y da forma a cómo me veo y me siento. He olvidado lo que una vez fui.
22 de noviembre
Esta tregua es como un vendaje sobre una herida putrefacta tratada sin anestesia. Esta tregua nos causa rabia, frustración y odio. ¿Qué gano yo? ¿Qué ganan las madres desconsoladas, los niños sin padres o los decenas de miles de heridos?
Diciembre 2024
Las bombas aumentan, las noticias hablan de la necesidad de una pausa humanitaria y se expande la nostalgia. Los fugaces recuerdos de lo cálida que era la vida hace apenas tres meses desgarran mi corazón. Piel de gallina cada vez que me despierto en un refugio inhabitable, una tienda de campaña que no es un techo, sin mis tíos, mi abuelo o mis hermanos para abrazarme. ¿Podemos superarlo?
11 de abril de 2024
No sé cómo debería luchar. Mi respiración se entrecorta, estoy exhausta, con fiebre y ojos amarillos. Tengo hepatitis A, que se está propagando por todo el campamento. No quiero morir lentamente, preferiría que me matara un ataque aéreo».
26 de mayo
Es medianoche en Tal al Sultan, noroeste de Rafah. Dormimos en nuestra tienda cuando estallan las bombas con sus terribles fogonazos amarillos y naranjas. La metralla penetra en nuestras tiendas entre llantos y gritos. Salimos corriendo y siento cómo me paralizo: no consigo gritar ni pedir ayuda. Alrededor todo es fuego y humo. Mi padre toma mi mano temblorosa y huye hacia delante. Esa noche murieron unas 45 personas y más de 250 fueron heridas.
28 de mayo
Evacuación a Al Mawasi (Jan Yunis) donde no hay comida ni agua. La noche no trae tranquilidad sino incertidumbre y ansiedad. Las noches acarrean culpa. Mientras los padres duermen a sus hijos, se preguntan cuál sera la misión imposible del día siguiente. No tienen respuesta a sus preguntas. La esperanza es una ilusión mientras mueren lentamente.
11 de junio
Este tiempo intolerable pasará y estos días bochornosos se desvanecerán. No quiero recordarlos. ¿Pero saldremos vivos? He sido testigo de muchas cosas horribles y, pese a ello, no me he vuelto más fuerte. Solo anhelo un momento de calma. El dolor de la pérdida es insoportable y el esfuerzo inconmensurable que hacemos para que lo vea el mundo es, irónicamente, ridículo.