Porque no se combate al racismo repartiendo 347 niños ni seis mil. Se le combate eliminando los CIES, derrumbando concertinas, se les combate regularizando ya, se les combate haciendo dimitir al señor Fernando Grande Marlaska de la cartera de interior
Hay que decir que, en política, los tiempos, son cruciales. Si algo hemos podido ver en los últimos días, vinculado precisamente a la victoria de la selección española en la Eurocopa, ha sido la reacción. Aquellos que mostraban todo su racismo y su fascismo hablando de algunos integrantes de la selección con desdén racista, insisto, tuvieron que tragarse sus palabras, pero ojo, no se tragan su racismo. Que la selección sea diversa no hace a España antirracista. Del mismo modo que el hecho que las campeonas del mundo fueran capaces de disputar desde el feminismo contra la estructura de la federación de fútbol, no hace a España feminista. Las cinco asesinadas en las últimas 72 horas lo demuestran. Y los insultos racistas de las últimas horas contra los jugadores que son la victoria española, también. Pero lo que más le molesta a los reaccionarios racistas y fascistas, sin duda, es el tiempo en que una selección que se parece más al país que ellos dicen defender, pero sin conocerlo, se ha alzado con la victoria y ha puesto otro debate en el centro. Como dijimos hace unos días, lo que ha hecho esta selección española es poner a España frente al espejo. Y el reflejo no es blanco. Porque España no es blanca. Es diversa.
Pero decíamos que los tiempos son claves porque, precisamente en este contexto de diversidad campeona, hay de telón de fondo un debate crucial que habla también del racismo institucional en España. La propuesta del gobierno de modificar un artículo de la Ley de Extranjería para declarar como obligatorio el reparto solidario de niños y niñas que llegan a España ha surgido en este contexto como una suerte de parteaguas en el escenario político. Y de pronto hablamos de racismo porque, hay que ser particularmente inhumano para no defender los derechos de niños y niñas que ya son de por sí vulnerables, pero lo son aún más cuando están completamente indefensos y solos. Sin embargo, las derechas, a su fiel estilo, no han dudado en deshumanizar a criaturas echándoles la culpa de la inseguridad que es generada en realidad por las políticas de desprotección social que defienden las derechas y las ultraderechas contra las mayorías. Pero hay más, el Partido Popular que algunos siguen vendiendo como partido moderado, al verse acorralado por los ultras ha cedido también —como algunas sabíamos que haría pese a la insistencia de la progresía mediática pidiendo que por favor se modere para así recuperar ese bipartidismo de régimen que añoran— y es así que tenemos a Feijóo hablando directamente de efecto llamada. Un bulo ampliamente quebrado desde la argumentación y con datos. No hay efecto llamado. La migración es una realidad, y un derecho, y seguirá ocurriendo al margen de la deshumanización, las políticas racistas y las concertinas y las vallas. Su racismo y su fascismo ha perdido.
Lo que resulta lamentable, además, es que, en este juego político, en este politiqueo barato, utilizando las vidas de niños y niñas, casi parece que tenemos que agradecer una medida tan insuficiente como tímida y cobarde como es la modificación de un artículo de la ley de extranjería. Lo siento, pero los migrantes y las migrantes sabemos muy bien que ese no es el problema. Puedes declarar obligatorio lo que quieras, pero sin disputa política ideológica una ley no cambiará nada. Y, por cierto, para ello toca más que un debate legal. La ley de extranjería es en su conjunto una ley racista. No necesita una modificación, sino una derogación para construir otro marco legal desde la igualdad y el respeto a los derechos humanos. De eso deberíamos estar hablando. Porque no se combate al racismo repartiendo 347 niños ni seis mil. Se le combate eliminando los CIES, derrumbando concertinas que hacen sangrar las manos de quienes desesperados necesitan llegar a algún destino distinto del de partida, se les combate regularizando ya y no en varios años al medio millón de personas migrantes en situación irregular por culpa del estado, se les combate haciendo dimitir al señor Fernando Grande Marlaska de la cartera de interior y pidiendo perdón por las políticas que implementó y defendió. Se les combate, esto es clave, renunciando al pacto migratorio infame firmado en Europa bajo la presidencia española y poniendo todos los escaños en el parlamento europeo a disposición de una oposición a dicho acuerdo infame. Es decir, dejar de pactar con los liberales y los populares europeos y renunciar a esa gran coalición de la guerra que precisamente para fortalecer su marco bélico necesita ponernos en la diana a las vidas migrantes.
Es increíble que mientras todo esto ocurre, casi parezca que las derechas son las únicas racistas en España. De nada sirve agradecer y celebrar a la selección española de fútbol diversa, hermosa y real, si se mantienen abiertos los CIES donde los padres de Lamine Yamal o Nico Williams hubieran tenido que pasar noches y días encerrados antes de ser deportados y viendo violados todos sus derechos humanos. De nada sirve proclamarse campeones y agradecer esa multiculturalidad en España, si a quienes representan también esa pluralidad les espera muerte en las fronteras españolas. Y esas políticas racistas no son exclusivas de las derechas ni del fascismo. El racismo tiene larga data en este país y lamentablemente el debate no está donde debería. No permitamos que limpien sus manos del racismo que firman a diario con sus políticas y discursos. El problema no es la derecha, es el racismo. Y el racismo también está en Moncloa hasta que logremos forzarlos a derogar las leyes que siguen implementando y defendiendo. Que no se quieran poner medallas que todavía no se han ganado. Hasta mañana.