Durante muchos siglos, la Iglesia católica negó la sepultura en tierra consagrada a los niños sin bautizar, mujeres que murieron durante el parto y madres solteras. Por ello en la isla de Irlanda crearon los 'cilliní', cementerios populares donde reposaban los restos de aquellos seres que no encontraron descanso en la ortodoxia. Viajamos a uno de ellos.
No es fácil llegar a Kells.
No es fácil llegar a Kells, dijimos. Tienes que coger una carretera ancha, luego una carretera más estrecha, luego otra carretera realmente angosta. Tienes que ir despacito por caminos sin arcenes, tienes que pasar rozando por ramas tiernas de fresnos o saúcos en flor nívea. Tienes que dar mil y un curvas, atravesar siete o veinte pueblos con olor a humo de pipa y mar que llega. A veces circulas bajo un túnel de vegetación, bajo las copas de árboles que juguetean a ser cielo con sabor a bosque. Luego, un cruce. Otro cruce. El último. Bajar desde el acantilado hasta la orilla, hasta el punto donde bailan el océano Atlántico y el An Mhuir Cheilteach. Despacito, muy despacito, rezando para que en cada curva no aparezca otro coche de frente, no comience esa danza del turisteo, arrima, invade finca, roces, saludo. No, no es fácil llegar a Kells. Es uno de esos sitios por donde no pasas... Uno de esos sitios donde terminas porque quieres ir.
Cillín, les dicen. Cillín, también pueden verlo como killeen. Cillín (pronúnciese "kilín") significa "Iglesia pequeña" en gaélico. Suena bien, cillín, como suenan bien todos los nombres en gaélico, con aroma a mares y lluvias, a versos dulcísimos dichos con voz ronca, a brezo triscando entre céfiros y banshees que aúllan. Suena bien, cillín.
Aunque esconda tragedias.
Un cillín es, básicamente, aquel cementerio pagano, fuera de tierra consagrada, donde los irlandeses enterraban a niños sin bautizar. El escritor Peter Ross, autor del magnífico Una tumba con vistas. Historias y glorias de cementerios (recientemente editado por Capitán Swing con traducción de Isabel Hurtado de Mendoza Azaola), dice que hay unos mil cuatrocientos desde Donegal hasta Cork, desde Dingle hasta Antrim. Seguramente sean más, seguramente haya tantos otros perdidos.eguramente no sepamos, a veces, cuándo pisas los restos de un bebé...
Kells está al norte de la Península de Iveragh, justo mirando a Dingle. Condado de Kerry, Irlanda, por si quieren situarse mejor. A un lado miras el Atlántico inmenso (un Atlántico gris, perezoso, un Atlántico con aguas oscuras) y a la espalda queda Na Cruacha Dubha, que podemos traducirles como "Las Pilas Negras", y es cordillera culminante en Erin porque allí está el Carrantuohill. Espacio límite entre dos Gaeltacht, esos sitios de habla gaélica, con carteles en varios idiomas y una lengua saltarina que huele a musgos y petricor.
Hay, allí, cuatro casucas, una playa pequeñita con arena color beige, un espigón del que se tiran, riendo, chavales con pieles pálidas. Hay olas suaves que casi ni espumean contra bajíos, hay familias enteras aprovechando tres rayos de sol. Alrededor, monte y verde. Alrededor árboles, y maleza, y trébol blanco, y bardanas grandes como lagartos echando siesta. Le dicen la Isla Verde por algo.Ah, y hay, allí, una caseta chica, de madera, con banderón de la Cruz Roja. Me acerco, furfullo. Pregunto a un chaval que no tendrá veinte años, me remite a su compañero, aun más joven. Él nació en Kells, quizá sepa. El otro sonríe (pelo naranja, pecas, me habla lento para hacerse entender). Está aquí, aquí al lado. Subes hasta ese muro, giras a la derecha, caminas y te encuentras la entrada. Cinco minutos, serán, y llegaste.
Al cillín.
Doy las gracias, salgo.
Los cilliní aparecen en lugares muy concretos. Bellos, tranquilos, vínculos con naturaleza e Iglesia pero sin violar la una o invadir la otra. En el interior de templos ya sin uso, en lindes de camposantos, circundados por piedras o dentro de un ráths, esos fuertes con forma de anillo que eran portones al mundo feérico. También hito entre aldea y otra, al pie de espino, junto a pozos sagrados, en pequeñas islas donde es difícil acceder. Hay una, en la costa de Donegal, que le dicen Oileán na Marbh. La Isla de los Muertos. Allí encuentras cillín.
O en acantilados como este.
Son, por así decirlo, lugares liminares, membranas muy estrechas entre paganismo y cristiandad, entre un mundo y otro. Son, por así decirlo, espacios donde sientes atmósferas puras y densas, tristes y pacíficas. Aunque no creas en atmósferas, aunque mires con ojos de la Ilustración. Están allí, es suficiente.
Están allí.
La cancela es de hierro negro, muy pesada. Curioso, lo de la cancela, porque no chirría aunque debiera hacerlo, no chirría aunque en tu mente emite sonido de novela gótica.
Y así entras al cillín. Mejor, al camino que lleva hasta el cillín. Trail of the innocents, te avisan carteles. Tú, que conoces el asunto, haces por no estremecer.
Trail of the innocents.
No es fácil llegar a Kells.
No es fácil llegar a Kells, dijimos. Tienes que coger una carretera ancha, luego una carretera más estrecha, luego otra carretera realmente angosta. Tienes que ir despacito por caminos sin arcenes, tienes que pasar rozando por ramas tiernas de fresnos o saúcos en flor nívea. Tienes que dar mil y un curvas, atravesar siete o veinte pueblos con olor a humo de pipa y mar que llega. A veces circulas bajo un túnel de vegetación, bajo las copas de árboles que juguetean a ser cielo con sabor a bosque. Luego, un cruce. Otro cruce. El último. Bajar desde el acantilado hasta la orilla, hasta el punto donde bailan el océano Atlántico y el An Mhuir Cheilteach. Despacito, muy despacito, rezando para que en cada curva no aparezca otro coche de frente, no comience esa danza del turisteo, arrima, invade finca, roces, saludo. No, no es fácil llegar a Kells. Es uno de esos sitios por donde no pasas... Uno de esos sitios donde terminas porque quieres ir.
Cillín, les dicen. Cillín, también pueden verlo como killeen. Cillín (pronúnciese "kilín") significa "Iglesia pequeña" en gaélico. Suena bien, cillín, como suenan bien todos los nombres en gaélico, con aroma a mares y lluvias, a versos dulcísimos dichos con voz ronca, a brezo triscando entre céfiros y banshees que aúllan. Suena bien, cillín.
Aunque esconda tragedias.
Un cillín es, básicamente, aquel cementerio pagano, fuera de tierra consagrada, donde los irlandeses enterraban a niños sin bautizar. El escritor Peter Ross, autor del magnífico Una tumba con vistas. Historias y glorias de cementerios (recientemente editado por Capitán Swing con traducción de Isabel Hurtado de Mendoza Azaola), dice que hay unos mil cuatrocientos desde Donegal hasta Cork, desde Dingle hasta Antrim. Seguramente sean más, seguramente haya tantos otros perdidos.eguramente no sepamos, a veces, cuándo pisas los restos de un bebé...
Kells está al norte de la Península de Iveragh, justo mirando a Dingle. Condado de Kerry, Irlanda, por si quieren situarse mejor. A un lado miras el Atlántico inmenso (un Atlántico gris, perezoso, un Atlántico con aguas oscuras) y a la espalda queda Na Cruacha Dubha, que podemos traducirles como "Las Pilas Negras", y es cordillera culminante en Erin porque allí está el Carrantuohill. Espacio límite entre dos Gaeltacht, esos sitios de habla gaélica, con carteles en varios idiomas y una lengua saltarina que huele a musgos y petricor.
Hay, allí, cuatro casucas, una playa pequeñita con arena color beige, un espigón del que se tiran, riendo, chavales con pieles pálidas. Hay olas suaves que casi ni espumean contra bajíos, hay familias enteras aprovechando tres rayos de sol. Alrededor, monte y verde. Alrededor árboles, y maleza, y trébol blanco, y bardanas grandes como lagartos echando siesta. Le dicen la Isla Verde por algo.Ah, y hay, allí, una caseta chica, de madera, con banderón de la Cruz Roja. Me acerco, furfullo. Pregunto a un chaval que no tendrá veinte años, me remite a su compañero, aun más joven. Él nació en Kells, quizá sepa. El otro sonríe (pelo naranja, pecas, me habla lento para hacerse entender). Está aquí, aquí al lado. Subes hasta ese muro, giras a la derecha, caminas y te encuentras la entrada. Cinco minutos, serán, y llegaste.
Al cillín.
Doy las gracias, salgo.
Los cilliní aparecen en lugares muy concretos. Bellos, tranquilos, vínculos con naturaleza e Iglesia pero sin violar la una o invadir la otra. En el interior de templos ya sin uso, en lindes de camposantos, circundados por piedras o dentro de un ráths, esos fuertes con forma de anillo que eran portones al mundo feérico. También hito entre aldea y otra, al pie de espino, junto a pozos sagrados, en pequeñas islas donde es difícil acceder. Hay una, en la costa de Donegal, que le dicen Oileán na Marbh. La Isla de los Muertos. Allí encuentras cillín.
O en acantilados como este.
Son, por así decirlo, lugares liminares, membranas muy estrechas entre paganismo y cristiandad, entre un mundo y otro. Son, por así decirlo, espacios donde sientes atmósferas puras y densas, tristes y pacíficas. Aunque no creas en atmósferas, aunque mires con ojos de la Ilustración. Están allí, es suficiente.
Están allí.
La cancela es de hierro negro, muy pesada. Curioso, lo de la cancela, porque no chirría aunque debiera hacerlo, no chirría aunque en tu mente emite sonido de novela gótica.
Y así entras al cillín. Mejor, al camino que lleva hasta el cillín. Trail of the innocents, te avisan carteles. Tú, que conoces el asunto, haces por no estremecer.
Trail of the innocents.