La noche del domingo, no habían terminado de contar papeletas en Francia cuando ya estaban advirtiendo a la gente, primero, sobre lo mal que había votado y, segundo, sobre el peligro que tiene Mélenchon. No sólo en Francia, ya que en España una simpática reportera de TVE explicaba cómo las medidas propuestas por Mélenchon -la subida del salario mínimo a 1.600 euros, la rebaja de la edad de la jubilación a los 60 años o el reconocimiento del Estado palestino- podían llevar al país a un caos económico por culpa de esta figura divisiva y polémica. Tan polémica y tan divisiva que, en menos de una semana, Mélenchon logró aglutinar una coalición de izquierdas y frenar el ascenso imparable de la ultraderecha en el país vecino, por delante incluso del oxigenado, ficticio y sonriente Emmanuel Macron.
Los coqueteos del actual gobierno francés con la ultraderecha vienen de lejos, aunque se revelaron cristalinos al permitir una marcha neonazi por las calles de París el pasado 12 de mayo al tiempo que prohibían cualquier manifestación en apoyo al pueblo palestino con la excusa de que podrían alterar el orden público. Los neonazis son mucho más educados, dónde va a parar. Macron, que cuando accedió al Elíseo iba para novio de Francia, se convirtió primero en yerno, pero ahora ejerce de cuñado. Se trata de uno de esos belicistas relamidos que ni siquiera han hecho la mili y que se piensan que la guerra es una película, uno de esos tipos escrupulosos que desala las anchoas y plancha las ciruelas pasas.Mélenchon, qué le vamos a hacer, tiene pinta de ciruela pasa hasta el punto de que muchos sesudos analistas, a este y al otro lado de los Pirineos, profetizaban hace menos de un mes que ya era un difunto político, un fusible quemado, un fardo a las espaldas de la clase trabajadora, una anchoa demasiado salada para el gusto neoliberal de la política europea. A menudo el término "analista político" no viene de análisis, sino de anal, simplemente. Ahora que, contra todo pronóstico, el Nuevo Frente Popular liderado por Mélenchon ha ganado las elecciones por los pelos, esta certera legión de Nostradamus se ha unido en la petición de que, por favor, se eche a un lado y deje paso a un candidato más amable, más presentable, en aras de la estabilidad y el consenso.
Resulta curioso que estén tachando a Mélenchon de autoritario y de falta de democracia interna cuando es evidente que el éxito del recién nacido Nuevo Frente Popular ha sido gracias a un procedimiento exactamente contrario al que llevó a cabo la plataforma Sumar en España: nada de vetos, ni imposiciones arbitrarias, ni listas cerradas, ni paracaidistas del PSOE colocados a dedo. Pero, por lo visto, eso de decir que a lo mejor Francia debería abandonar la OTAN en lugar de declararle la guerra a Rusia, crea alarma social. Según estos sesudos analistas, lo que tiene que hacer ahora el Nuevo Frente Popular es buscar un primer ministro de izquierda que parezca lo menos de izquierda posible, que sea transversal y que le guste mucho a la derecha, por ejemplo, un Errejón con acento francés.En un sentido similar se pronunció Alberto Núñez Feijóo, un hombre con un equipo de asesores empeñado en que triunfe en el Club de la Comedia o en hundirle la carrera a cualquier precio. Dijo que Francia siempre se ha guiado por la moderación y que debe evitar los extremismos, sin caer en la cuenta de que el PP tiene más de un centenar de ayuntamientos y unas cuantas comunidades autónomas a pachas con Vox, gobernando con la ultraderecha alegremente, sin asco ni condón. Como se ve, en un extremo está subir el sueldo mínimo, bajar la edad de jubilación y buscar la paz; en el otro ahogar inmigrantes en alta mar, ridiculizar a los negros y perseguir homosexuales a hostias. Como le hagan caso a Feijóo, en Francia podrían acabar con un extremo centro parecido al del PP, que un poco más a la derecha y se ponen a cantar el Cara al sol.
Mélenchon, qué le vamos a hacer, tiene pinta de ciruela pasa hasta el punto de que muchos sesudos analistas, a este y al otro lado de los Pirineos, profetizaban hace menos de un mes que ya era un difunto político, un fusible quemado, un fardo a las espaldas de la clase trabajadora, una anchoa demasiado salada para el gusto neoliberal de la política europea. A menudo el término "analista político" no viene de análisis, sino de anal, simplemente. Ahora que, contra todo pronóstico, el Nuevo Frente Popular liderado por Mélenchon ha ganado las elecciones por los pelos, esta certera legión de Nostradamus se ha unido en la petición de que, por favor, se eche a un lado y deje paso a un candidato más amable, más presentable, en aras de la estabilidad y el consenso.
Resulta curioso que estén tachando a Mélenchon de autoritario y de falta de democracia interna cuando es evidente que el éxito del recién nacido Nuevo Frente Popular ha sido gracias a un procedimiento exactamente contrario al que llevó a cabo la plataforma Sumar en España: nada de vetos, ni imposiciones arbitrarias, ni listas cerradas, ni paracaidistas del PSOE colocados a dedo. Pero, por lo visto, eso de decir que a lo mejor Francia debería abandonar la OTAN en lugar de declararle la guerra a Rusia, crea alarma social. Según estos sesudos analistas, lo que tiene que hacer ahora el Nuevo Frente Popular es buscar un primer ministro de izquierda que parezca lo menos de izquierda posible, que sea transversal y que le guste mucho a la derecha, por ejemplo, un Errejón con acento francés.