Está claro que, entre los múltiples problemas que tiene hoy día la sanidad pública, la medicina de familia ocupa un lugar preferente. Es lógico, es el primer contacto entre enfermo y médico antes de ser derivado a un especialista hospitalario. Han sido ya comentadas las principales causas del problema, y entre ellas destaco: falta de financiación adecuada en todo el sector que engloba la prevención y la medicina extrahospitalaria; la atracción de una especialidad hospitalaria que lleva consigo el prestigio de trabajar en un gran hospital y si está ubicado en la gran ciudad, mejor; y la falta de impacto que tiene en los planes de estudio de las escuelas de medicina. También se esgrime la selección del mir de especialidades más cómodas, o de aquellas con más salida a la hora de hacer medicina privada.
Sin embargo, poco se habla de un factor que considero fundamental como es el gran desarrollo tecnológico y científico de la medicina, que ha cambiado incluso el perfil del futuro médico actual en comparación con el médico de antaño. En la historia no tan antigua solo había dos especialidades (si así se pueden llamar) que consistían en el médico general, generalmente internista, que incluso era pediatra, y el gran cirujano general. Por supuesto, ya existían otras especialidades que se consideraban «menores» o ni siquiera existían. Valga el ejemplo de radiología, que se limitaba a hacer una placa en blanco y negro —hoy, incluso el radiólogo ha acaparado campos antes exclusivos de la cirugía—; o la de anestesia, hoy especialidad fundamental en la recuperación del paciente operado.
Por consiguiente, la medicina ha sido una de las actividades que ha sufrido una verdadera revolución con grandes avances científicos que han estimulado a su vez la investigación biotecnológica. Son precisamente estos grandes avances los que actúan como focos de atracción a los futuros médicos, creándose un perfil diferente al médico de antaño, pero esos campos de gran desarrollo científico se llevan a cabo en el hospital. Para ser un buen profesional en algunas especialidades incluso ya no es necesario tener vocación de médico, cuyo principal objetivo es curar al enfermo tras una buena historia clínica con un correcto conocimiento de la medicina general, que es clave, pero para lo que ya no hay tiempo, porque la lista de espera acelera los tiempos médicos a límites deontológicos.
Con los avances surge la figura del médico técnico, que la industria diagnóstica ha originado, y que crea a su vez una lista de espera, frente al médico vocacional, que exige el contacto con el enfermo y la solución rápida de sus dolencias, con las mínimas pruebas necesarias, siempre y cuando no esté supeditado al temor que le obliga a una medicina defensiva que multiplica el gasto en pruebas diagnósticas arguyendo el nefasto «por si acaso».
Pero esta dualidad de perfiles profesionales tiene un parangón en la alta política pública sanitaria, que estimula un gasto imposible de limitar que impulsa las alianzas con la medicina privada. El aumento de enfermedades crónicas que solo se atienden en el hospital, cuando se podrían tratar en el domicilio, terapias de alto coste como las oncológicas, incremento de la frecuentación médica por parte de una población senil, están indicando claras señales de que la solución no está en hacer grandes hospitales, principales consumidores del gasto, sino en repartir con inteligencia ese gasto con una correcta planificación de la medicina de familia, que puede resolver la demanda en hospitalización. Pero para esto hay que escoger: o impulsar la medicina preventiva y extrahospitalaria o, por el contrario, volcar el gasto en la medicina hospitalaria.