Milei sirve para muchas cosas: para fabricar pobres en Argentina, para que muchos piensen que sus países tanto no desafinan, para vender crecepelo y motosierras, para desenmascarar a políticos como Ayuso y a su público, etc.
Y es que Ayuso, la patriota, en la mismísima Puerta del Sol, puso el viernes alfombra roja y medalla al león –cómo a él le gusta representarse–, para que volviera a morder a Sánchez en suelo patrio con todos los honores y para seguir robándole votos a Vox, que en Madrid no para de achicarse.
Los dos jugaron su juego aunque él mordió más lejos. Todo fue pompa y boato para intentar representar un acto de Estado cuando era todo lo contrario. Sin agenda oficial de ningún tipo, la invitación fue en contra de la ley que el PP de Rajoy aprobó para que la Generalitat no hiciera estas cosas que ahora hace su presidenta patriota: pasarse por el arco del Estado sus relaciones exteriores dando un golpe de ídem a la diplomacia española entera. Indepe no será pero se caga en sus instituciones como si lo fuera.
La presidenta vestida de princesa buena, envuelta en dulzura y sonrisas y en el color celeste de su bandera, le esperó sobre tacones de aguja, con la cintura ceñida y hombros y escote al sol del atardecer madrileño.
La foto de la reunión con sus cortejos y banderas: él con su hermana, Karina Milei, secretaria general de la Presidencia, y ella con su consejero de Presidencia, Miguel Ángel García, y su jefe de Gabinete, Miguel Ángel Rodríguez, también pretendía ser lo que no era. La ley de Rajoy obliga a los presidentes autonómicos a coordinar cualquier reunión de este tipo con el Ministerio de Exteriores y Ayuso pasó de hacerlo como de comer mierda. El decreto de concesión de la medalla que le impuso en el pecho se refiere a los invitados extranjeros en "visita oficial a la región", lo que en este caso tampoco era, como aclaró el ministro de Exteriores Albares esa misma mañana: "No hay agenda oficial" es "una visita privada".
Pero no dejemos que la verdad empañe la pantomima. Parecía oficial, parecía de Estado, parecía hasta constitucional y democrática.
Milei, como no solo muerde lo que se espera, volvió a morder los cimientos del sistema. "Los socialistas creen en un monstruo horrible y empobrecedor llamado justicia social, una idea verdaderamente aberrante", dijo sin piedad. La considera "injusta y profundamente violenta", equiparando a la socialdemocracia con el comunismo sanguinario de Stalin y llamando a echar a los socialistas para evitar aquellas matanzas. Además, añade que violenta "la igualdad ante la ley, porque a unos les quita y a otros les da". Es decir, porque cobra impuestos con los que se financian la sanidad, la educación o las pensiones. Milei, invitado por Ayuso, vino a España a llamar ladrón al Estado: "Los impuestos no se pagan voluntariamente. Se pagan a punta de pistola" dijo y luego hubo aplausos. Negó así el espíritu de nuestra Constitución, ésa que Ayuso dice defender a capa y espada. Su texto sagrado recoge en su artículos 31.1 que "todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad", en el 40 que "los poderes públicos promoverán las condiciones favorables para el progreso social y económico y para una distribución de la renta regional y personal más equitativa" y en el 131 que "el Estado, mediante ley, podrá planificar la actividad económica general para atender a las necesidades colectivas, equilibrar y armonizar el desarrollo regional y sectorial y estimular el crecimiento de la renta y de la riqueza y su más justa distribución".
Lo que Ayuso le aplaude a Milei va furiosamente en contra del estado de bienestar y de la Constitución.
Después de eso, el invitado mordió el hueso que se esperaba pero lo hizo jugando al equívoco o no. Al referirse a la corrupción muy extendida en Argentina con todos los gobiernos, habló de "las porosas manos de los políticos". Y ahí metió lo que Ayuso estaba esperando. "Quizás no la del político directamente, quizás es la de un hermano, la de la pareja o lo que fuera". Y añadió: "Y el que quiera entender que entienda". Los presentes entendieron lo que les convenía. Todos sonrieron entre dientes pensando en Pedro Sánchez y familia. Nadie mostró perplejidad porque eso mismo sea aplicable a la que le había traído y condecorado y tanto sonreía. Lo de Sánchez está por aclararse en tribunales. Lo de Ayuso ellos mismos lo han admitido: su hermano y su pareja se enriquecieron con las dos manos, ya sean porosas o impermeables.
Pero en estos tiempos mediáticos, una imagen vale más que mil hechos.
Después Milei se fue al Casino de Madrid a discursear y pasar la velada con los auténticamente suyos. Abascal y compañía aplaudieron todo y sobre todo la ambigüedad del mordisco fresco que todavía en los dientes se le veía.
El 26 de mayo pasado publiqué un artículo aquí mismo titulado "Contra la actualidad". Para hacerme caso, añado tres párrafos.
Cada vez que informemos sobre la última de Milei hay que añadir lo sustancial: desde que asumió el Gobierno el pasado 10 de diciembre, el índice de pobreza del país ha pasado del 44% de la población al 60%, el consumo de carne –en el país que más la consume del mundo– ha bajado más que nunca en su historia, los precios han crecido un 65%, ha paralizado las obras públicas, recortado el empleo público, depreciado los salarios y las pensiones y eliminado todo tipo de ayudas sociales, incluido el programa que proporcionaba cobertura médica a enfermos de cáncer y otras enfermedades crónicas sin recursos, dejando a miles sin medicación.
Cada vez que Ayuso se entrumpe habrá que recordar que vive en un piso pagado por un delincuente confeso que se forró sacando tajada de la pandemia. Tenemos que recordar a los votantes que su presidenta abandonó a 7.291 abuelos madrileños a su suerte cuando no la tenían, sabiendo que les condenaba a una muerte segura y horrible, a pesar de que uno de sus consejeros le advirtió y le rogó que no lo hiciera. Por mucho circo que hagan, sus hechos son más escandalosos que sus palabras. No podemos cansarnos de contarlo, contarlo y contarlo para que sus mentiras no sepulten sus verdades.