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Ellos decapitan niños, pero el terrorista eres tú

 

Reunión de Abascal con el Gobierno de Netanyahu, en Israel. EFE

Hace tiempo conocí a un cooperante que había trabajado varios años en diferentes países del África occidental. El hombre me explicó cómo, en comunidades apartadas, llegaban las guerrillas a matar a dos o tres y a llevarse a otros cuantos como esclavos: “No me malinterpretes, esclavizar a una persona es lo más terrible que uno puede imaginar, pero es que hay algo peor”. Su pausa para mí fue eterna; repasé mentalmente todos los horrores posibles y no encontré nada peor. “Lo que pasa en estas comunidades, que quizá solo tienen contacto con un par de aldeas de la región, pero poco más, es que si pierden al que trabaja el metal, no pueden comerciar. Si secuestran o matan al que sabe pescar, al que caza o al que sabe tratar a los enfermos, esas comunidades están condenadas”. Claro que uno olvida, con esto del dinero, que donde se vive del trueque, el capital es humano. Ese día llegué a casa entendiendo que para llevar a cabo un genocidio no es necesario matar a demasiada gente, solamente hay que extirpar a una población de su capacidad para ser, desprenderles de su identidad o convertir su tierra en un yermo de escombros inhabitable.