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Una catástrofe simbólica evitada

 De un Estado no se espera que ponga la salud de la ciudadanía en manos de negocios privados cuya prioridad, inevitablemente, es el negocio y no la salud.



Sanidad catástrofe

Todo empezó con la discusión sobre una prestación universal de crianza entre quienes pedían que fuera por renta, y quienes decían que la universal, instaurada en otros países, funcionaba bien.

Éramos colectivos distintos, teníamos nuestros debates pero acordamos apoyar la universal. Entonces, desde las instituciones se usó una comparación que, a nuestro entender, no encajaba. Si hoy, dijeron, se quisiera implantar un sistema sanitario público universal, parte de la izquierda se opondría.

En vez de rebatirlo, hicimos una especie de llave de judo colaborativo. Pedimos que la sanidad, como la prestación propuesta, fuera realmente universal. Porque hay colectivos vulnerables excluidos. Y porque el Estado, con actos y leyes, expresa cada día que no confía en el Sistema Nacional de Salud.

En 2021, la Comisión de Sanidad rechazó la integración del mutualismo administrativo en el régimen general del Sistema Nacional de Salud. Eso sí, el diputado socialista Ortega reconocía “cierta incoherencia” en que los funcionarios públicos no fueran tratados en la pública.

“Cierta incoherencia” por decirlo, suponemos, suavemente. Funcionarios civiles del Estado, junto con jueces y militares, son, vale decir, ¡premiados! con el derecho a usar la sanidad privada que, para ellos, el Estado contribuye a sufragar.

Hoy, dado el abandono de la pública, permitido y promocionado por el Estado mediante leyes vigentes que las comunidades autónomas usan, puede que la privada sea más rápida y cómoda para algunos problemas leves. Cuando llegan los graves, la mayor parte de las entidades privadas intenta, es un hecho, librarse del paciente que genera más gasto que beneficio, y lo acoge la sanidad pública.

No hay manera de hablar de sanidad pública universal y dar por bueno que el Estado pague a jueces, militares y funcionarios civiles una sanidad privada

No hay manera de hablar de sanidad pública universal y dar por bueno que el Estado pague a jueces, militares y funcionarios civiles una sanidad privada. Es una catástrofe simbólica. No solo simbólica. La financiación que se pierde debilita el Sistema Nacional de Salud.

Vienen tiempos difíciles. Es necesaria una sanidad pública fuerte que cuente con recursos; toda la población se vería favorecida.

El aumento progresivo de desastres y problemas medioambientales hace que las cosas no se reparen. Miremos cerca, dice Marta Peirano, no solo esos lugares donde tras un terremoto o un huracán mucho se queda sin reparar. Miremos, dice, nuestra sanidad pública.

Con el huracán de la pandemia mueren miles de miembros del personal sanitario, otros terminan agotados, se dan de baja o se jubilan antes tiempo. A la vez, afloran carencias acumuladas por la menguante financiación debida en parte al crecimiento de los conciertos con la privada, por cierto, casi ausente como en otros casos, en los días más duros de la pandemia. Y nada se ha reparado.

A veces cuesta evaluar las consecuencias de algunas políticas sanitarias. Con respecto a la Atención Primaria, su gigantesca aportación a la salud poblacional ya está evaluada, durante décadas, en distintas comunidades y países. Y nada se ha reparado.

De un Estado no se espera que ponga la salud de la ciudadanía en manos de negocios privados cuya prioridad, inevitablemente, es el negocio y no la salud.

Todo esto dijimos para defender la sanidad pública universal, el apoyo drástico a la especialidad de Medicina de Familia, la inclusión de los colectivos excluidos, la supresión de los conciertos con la sanidad privada que evitará transferencias de lo público al negocio de unos pocos.

Y se nos escuchó.

Y hubo una sanidad pública universal, fuerte, calmada, de la que pudieron disfrutar todas las personas. La población, con menos miedo a la incertidumbre de la mala suerte y a la certidumbre de las causas externas que agreden a la salud, empezó a tener más tiempo y energía para participar en lo común y mejorarlo. En en lo que cabría llamar una espiral de los aciertos, esa falta de miedo y ese aumento del asociacionismo hizo que disminuyera el aislamiento, que aumentasen las narraciones y luchas compartidas, y así aumentara la salud lo que a su vez hizo...