Han pasado ya varios días y el acto de la extrema derecha en Vistalegre sigue ocupando las portadas de los principales medios. El presidente argentino Javier Milei se ha colado en la política española desde hace tiempo. Tras el dardo del ministro Puente sugiriendo que este consumía drogas, el argentino respondió con insultos a Pedro Sánchez, a su mujer y a los colectivos habituales (zurdos, feministas, migrantes y demás). Minutos en televisión y sus decenas de artículos asegurados durante días.
Hoy, el ministro de exteriores español anuncia la retirada de la embajada en Buenos Aires, tras varios insultos más de Milei al presidente español llamándolo cobarde y volviendo a mentar a su esposa. Un gesto que, sin embargo, no ha tenido el gobierno español con Israel durante todo este tiempo que lleva cometiendo un genocidio.
La prensa española y también la argentina debaten sobre quién empezó primero, y reflexionan sobre la polarización, la falta de elegancia y sobre quién saca más provecho de esto. La realidad es que ambos contendientes se benefician de ello. Los ultras dan de comer a su público la carroña que pide: esa supuesta irreverencia, esa teatralidad histriónica e impertinente que sacude a los ‘políticamente correctos’. El Gobierno lo usa como espantajo. Milei representa la caricatura perfecta que espanta a los progres. El maleducado y el fascista.Al PSOE le viene de perlas para azuzar el miedo, reivindicarse como la moderación y la sensatez, y señalar al PP como cómplice y a la vez como rehén de los ultras. Es un win win para ambos. Para la ultraderecha (Milei le está haciendo a la vez un favor a Vox) presentándose como la única oposición valiente al gobierno (o para Milei, al socialismo que representa Sánchez), y para el PSOE para asustar con que viene el lobo y dar bola a quien le quita más votos al PP.
Parece un debate sobre las formas, no sobre sus políticas, aunque muchas de las medidas que van tomando los ultras cuando gobiernan nos escandalicen y sean un ataque a los derechos humanos y a la clase trabajadora. Nos indigna la censura de obras de teatro, la reivindicación de la caspa patriótica, del toreo y de la chabacanería machista y racista de sus representantes. Sin embargo, que nuestro gobierno participe de la caza del negro en el norte de África lo toleramos con una espantosa normalidad.
Han pasado ya varios días y el acto de la extrema derecha en Vistalegre sigue ocupando las portadas de los principales medios. El presidente argentino Javier Milei se ha colado en la política española desde hace tiempo. Tras el dardo del ministro Puente sugiriendo que este consumía drogas, el argentino respondió con insultos a Pedro Sánchez, a su mujer y a los colectivos habituales (zurdos, feministas, migrantes y demás). Minutos en televisión y sus decenas de artículos asegurados durante días.
Hoy, el ministro de exteriores español anuncia la retirada de la embajada en Buenos Aires, tras varios insultos más de Milei al presidente español llamándolo cobarde y volviendo a mentar a su esposa. Un gesto que, sin embargo, no ha tenido el gobierno español con Israel durante todo este tiempo que lleva cometiendo un genocidio.
La prensa española y también la argentina debaten sobre quién empezó primero, y reflexionan sobre la polarización, la falta de elegancia y sobre quién saca más provecho de esto. La realidad es que ambos contendientes se benefician de ello. Los ultras dan de comer a su público la carroña que pide: esa supuesta irreverencia, esa teatralidad histriónica e impertinente que sacude a los ‘políticamente correctos’. El Gobierno lo usa como espantajo. Milei representa la caricatura perfecta que espanta a los progres. El maleducado y el fascista.
Al PSOE le viene de perlas para azuzar el miedo, reivindicarse como la moderación y la sensatez, y señalar al PP como cómplice y a la vez como rehén de los ultras. Es un win win para ambos. Para la ultraderecha (Milei le está haciendo a la vez un favor a Vox) presentándose como la única oposición valiente al gobierno (o para Milei, al socialismo que representa Sánchez), y para el PSOE para asustar con que viene el lobo y dar bola a quien le quita más votos al PP.
Parece un debate sobre las formas, no sobre sus políticas, aunque muchas de las medidas que van tomando los ultras cuando gobiernan nos escandalicen y sean un ataque a los derechos humanos y a la clase trabajadora. Nos indigna la censura de obras de teatro, la reivindicación de la caspa patriótica, del toreo y de la chabacanería machista y racista de sus representantes. Sin embargo, que nuestro gobierno participe de la caza del negro en el norte de África lo toleramos con una espantosa normalidad.
Hoy, las noticias, las tertulias y las columnas de opinión siguen dándole vueltas a los gestos de Milei. A su supuesta locura, sus políticas extremas y su interpretación del personaje. Es peligroso alguien así en el poder, por supuesto. Pero ni él ni el resto de los ultras pueden ser la excusa para eximir de responsabilidad a quienes hoy gobiernan y lanzan alertas de que viene el lobo. No se puede usar el espantajo de las extremas derechas y el peligro que corren los derechos humanos y a la vez estar vulnerándolos sistemáticamente a conciencia.
Las políticas migratorias de la UE son una de tantas miserias del proyecto europeo, y estas han sido decididas por socialdemócratas y liberales, no por los extremistas de derechas. Lo mismo que el cierre de filas con Israel, asegurando su impunidad e incluso comercializando armas para que siga con el genocidio. La verdadera victoria de las extremas derechas es que las políticas de los demás son cada vez más indistinguibles de las suyas. Así han ido legitimándose cada vez más, hasta llegar hoy a ganar elecciones en varios países.
El problema está en los cimientos, no en la fachada. Está en los hechos, no en los discursos. Por eso, el problema no es solo Milei y su diarrea verbal. El problema es que otros usen buenas palabras pero hagan también un daño tremendo a la democracia, a los derechos humanos y al nombre de sus respectivos países. Y que cuando se demuestra y se pidan responsabilidades, no tengan intención ni de reconocerlo ni de cambiarlo.
Milei es un personaje detestable por su soberbia, por todo el odio que escupe y por todo el dolor que causa a los argentinos, pero pagar a otros países para que detengan a quienes pretenden llegar a Europa, los abandonen en el desierto y se mueran de sed no te permite sacar demasiado pecho.
Sí, la cacería de personas negras. Lo ha destapado la organización PorCausa y lo han documentado periodistas como María Martin, Lola Hierro o Diego Stacey e investigadores que llevan años denunciando lo que significa la política de externalización de las fronteras de la Unión Europea. Ya se expuso cómo en Libia, los grupos armados que habían tomado el control del país tras el derrocamiento de Gadafi recibían decenas de millones de euros para que encarcelaran a los migrantes que trataban de llegar desde allí hasta Europa.
Varios periodistas, como la irlandesa Sally Hayden, documentaron cómo eran encarceladas, torturadas, violadas y traficadas. Cómo sus captores extorsionaban a las familias de los prisioneros, y cómo las autoridades europeas, y hasta la propia ONU, estaba al tanto de todo esto y seguía financiando a esas mafias. Hayden lo cuenta todo en su libro 'Cuando lo intenté por cuarta vez, nos ahogamos' (Capitán Swing), y os aseguro que lo que lees es mucho más indignante que la verborrea de Milei.
Lucila Rodríguez-Alarcon detallaba ayer en Público la complicidad de España en las cacerías de migrantes en Marruecos, Mauritania y Túnez que luego son abandonados en el desierto. Cacerías por perfil racial: se busca a los negros, principalmente. Migrantes que son despojados de sus pertenencias, encarcelados y luego abandonados sin agua y sin comida en el desierto. Personas que son condenadas a muerte entre las que se encuentran mujeres embarazadas y niños.
Europa lleva años financiando y entrenando a quienes están llevando a cabo estas prácticas, y en esta última investigación se demuestra que se usan incluso vehículos suministrados por España. Y todo esto sucede, como acredita la información publicada, con el conocimiento y la connivencia de la UE, del gobierno de España y Frontex.